«La condición humana», de André Malraux. Shanghai, 1928, en la lucha de los comunistas contra Chiang-Kai-shek. Descarga.

Portada. La Condición humana.

Biblioteca popular:

La condición humana

André Malraux

La acción está situada en Shanghai en 1928, en la lucha de los comunistas contra Chiang-Kai-shek. Cada uno de los protagonistas, simbólicos pero dotados de un poderoso aliento humano, caracteriza una actitud diferente ante los problemas.

…Katow, una vez atravesados los corredores y pasadas las rejas, había llegado a una habitación blanca, desnuda, bien iluminada por unas lámparas de tormenta. No había ventana. Bajo el brazo del chino que le abrió la puerta, cinco cabezas que estaban inclinadas sobre la mesa dirigieron la mirada hacia él, hacia la elevada silueta conocida de todos los grupos de encuentro: piernas separadas, brazos colgantes, blusa sin abrochar, nariz prominente, cabellos mal peinados. Manejaban granadas de diferentes modelos. Era un tchon —una de las organizaciones de combate comunistas que Kyo y él habían creado en Shanghai.

¿Cuántos hombres hay inscritos? —preguntó en chino.

Ciento treinta y ocho —respondió el chino más joven, un adolescente de cabeza pequeña, con la nuez muy marcada y los hombros caídos, vestido de obrero.

Necesito imprescindiblemente doce hombres para esta noche.

«Imprescindiblemente» pasaba a todos los idiomas que hablaba Katow.

¿Cuándo?

Ahora.

¿Aquí?

No; delante del pontón Yen Tang.

El chino dio instrucciones. Uno de los hombres salió.

Estarán allí antes de las tres —dijo el jefe.

Por sus mejillas hundidas, su gran cuerpo delgado, parecía muy débil; pero la resolución del tono, la fijeza de los músculos del rostro denotaban una voluntad apoyada sobre los nervios.

¿La instrucción? —preguntó Katow.

Respecto a las granadas, se conseguirá. Todos los camaradas conocen ahora nuestros modelos. En cuanto a los revólveres (los Nagan y los Máuser, al menos) se conseguirá también. Los hago trabajar con los cartuchos vacíos; pero convendría, por lo menos, poder tirar al blanco… Me han propuesto facilitarnos una cueva completamente segura. En cada una de las cuarenta habitaciones donde se preparaba la insurrección se había presentado el mismo problema.

No hay pólvora. Quizá se reciba. Por lo pronto, no hablemos de eso. ¿Y los fusiles?

Se manejarán. Lo que me inquieta es la ametralladora, si no se ejercita un poco el tiro al blanco.

Su nuez ascendía y descendía bajo la piel, a cada una de las respuestas. Continuó:

Además, ¿no habría medio de conseguir unas cuantas armas más? ¡Siete fusiles, trece revólveres, cuarenta y dos granadas cargadas! De cada dos hombres, uno no tiene arma de fuego.

Iremos a tomárselas a los que las tienen. Quizá tengamos revólveres muy pronto. Si fuera para mañana, ¿cuántos hombres no sabrían servirse de sus armas de fuego en su sección?

El hombre reflexionó. La atención le dio una actitud de ausencia.

«Un intelectual», pensó Katow.

¿Cuándo nos hayamos apoderado de los fusiles de la policía?

Indudablemente.

Más de la mitad.

¿Y las granadas?

Todos sabrán servirse de ellas, y muy bien. Aquí tengo treinta hombres, parientes de los supliciados de febrero… A menos, no obstante…

Vaciló, y terminó la frase con un ademán confuso. Mano deformada, pero fina.

¿A menos?…

Que esos cochinos no empleen los tanques contra nosotros.

Descarga:

https://drive.google.com/file/d/1bs6jeE5Wf0svEz9t8vMQb8bjZXWxkb-g/view

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.