Falangistas violadores y asesinos / Exhumaciones del Valle de los Caídos / DGS: Sótano del infierno / Abusos de la Iglesia: “La sotana da un poder especial”.

Cuadro. Un fascista roba dos niños.

Memoria histórica imprescindible:

-El silencio de la noche

«(…) Mi hermano Guillermo dejó de hablar cuando vio lo que le hicieron a mi madre, no hubo forma de hacerlo decir nada, se quedó mudo, solo miraba y no reaccionaba a lo que le decíamos, yo le pasaba solo un año, teníamos ocho y nueve cuando pasó lo de casa.

Esa noche llegaron los falangistas en busca de mi padre al Dragonal Alto, vinieron en dos coches y una camioneta, entraron en la casa a las once de la noche dando gritos y golpes, mi padre hacía días que ya no estaba, salió evadido el 18 de julio con varios compañeros del Frente Popular hacia el barranco de Pino Santo, donde estuvo varios meses en una cueva, el grupo de hombres armados se enfadó mucho cuando mi madre les dijo que no sabía donde estaba.

Su jefe, que era uno de La Calzada, conocido por Santiago «El Cantaor», le tiró de su camisón y la dejó casi desnuda, todos empezaron a burlarse y a jugar con ella, la iban empujando de uno hacia otro, sin dejarla que pudiera mantener el equilibrio, nosotros no parábamos de llorar:

-Vas a probar un par de pingas de verdad, no las de un rojo maricón como tu marido- dijo uno que conocíamos porque era panadero de Santa Brígida, se llamaba Esteban Rodríguez Hernández.

Entonces allí delante de nosotros la agarraron y la violaron todos, uno por uno, hacían cola y bebían mucho ron, el más viejo y muy gordo, que solo llevaba la camisa de falange y un pantalón negro, intentó llevarnos al alpendre porque también quería abusar de nosotros, los dos salimos corriendo camino abajo hacia La Almatriche, ya mi madre estaba sin sentido y llena de sangre.

Esa noche fuimos a casa de Titi Carmensa, ella nos recogió varias semanas, luego supimos que mi madre había aparecido muerta en el barranco Guiniguada colgada de un acecuche, Guillermo no dijo más nada después de esa noche, murió en los años sesenta en el manicomio de Tafira…»

Testimonio de Nicolás Godoy Cabrera, vecino del antiguo municipio de San Lorenzo durante el golpe de estado del 36.

Entrevista publicada en el libro de Pako González, “Fragmentos de rebelión” (2021).

Imagen: Pintura de Carlos Alonso, Mendoza, Argentina.

Foto.Familiar de fusilados, en homenaje.

-Exhumaciones del Valle de los Caídos: «Llevamos siete años de retraso y nos estamos muriendo».

En mayo se cumplen siete años desde que se autorizó la primera exhumación en el Valle de los Caídos.

Desde entonces, las familias se han topado con los obstáculos de la órbita franquista. Ahora el Supremo desestima dos de sus recursos y da luz verde a la ansiada reparación. Mientras, siguen falleciendo los hijos de los represaliados.

https://www.publico.es/politica/via-libre-exhumaciones-valle-caidos-llevamos-siete-anos-retraso-muriendo.html

Dibujo. En la DGS. De Miguel Brieva.

-DGS: Sótano del infierno

Marianela Cabrera, compartía piso en la calle de Atocha, muy cerca de la Plaza Mayor, Madrid, con tres compañeras más de la Universidad Complutense, ella estudiaba historia, vino de Las Palmas GC, casi una niña, repleta de ilusiones, cuando a pesar de ser de una familia muy humilde del barrio capitalino de El Risco de San Nicolás, logró que su tío Pedro, fabricante de velas en Albacete, se hiciera cargo de cubrirle los gastos de matricula y alojamiento.

-Nunca le he podido agradecer del todo lo que hizo por mi, estaba condenada a estudiar secretariado en cualquier academia de Canarias, pero gracias a Perico pude irme a vivir a Madrid- me dijo todavía emocionada tantos años después de acabar su carrera.

Su relato de la detención en plena calle por la policía armada tiene muchas lagunas, solo recordaba el instante en que la esposaron en el suelo tras golpearla en la cabeza con una porra, ella no podía correr como sus compas, la rodilla fastidiada por tantos años de voleibol en las canchas del colegio Claret en El Lugo, fue un problema, se tuvo que refugiar en una tienda de costura y telas, allí la dueña, una señora mayor vestida de negro, salió a la calle dando gritos:

-Aquí hay una, aquí hay una- con su voz delatora a los sicarios armados.

De allí la metieron en aquel todo terreno gris, el mundo era gris en aquellos momentos, su herida en la cabeza, la sangre le nublaba la vista, no veía por donde iba, solo por algunos instantes cuando le dejaron levantar la cabeza adivinó que iban por algún punto cercano a la calle Libertad, muy cerca de la Gran Vía.

Cuando salió del jeep ya estaba dentro de aquel edificio antiguo, de paredes altas, con olor a zotal, sumidero y comida recalentada, sin soltarle las esposas la bajaron por una escalera y la hicieron recorrer escoltada por dos policías un largo pasillo que parecía no tener fin, se escuchaban llantos, alaridos, ruegos de que no les siguieran pegando, voces masculinas, femeninas, voces jóvenes, casi niñas, voces de personas mayores, tal vez ancianas, una especie de coro del dolor ilimitado.

Allí la tuvieron sentada varias horas, no le dejaban levantar la cabeza, tampoco ir al baño, adivinaba el paso frágil, desequilibrado, tambaleante, de quienes pasaban a pocos metros por el pasillo, veía la sangre en el suelo, la estela roja que iban dejando después de salir de las cámaras de tortura.

A Marianela le temblaba el alma, ya no las piernas, un sudor helado la bajaba por los muslos hasta las rodillas, pensaba no sabía porqué en los días de playa en Las Canteras, en el sabor de las tortillas de papas de su madre, los barquillos de postre con helado, las risas en pandilla con el clavo como protagonista, el juego ancestral que vino del otro lado del mar, la guitarra de Juan Andrés Bello, las canciones de resistencia en pleno franquismo, las que cantaban bajito para que los guindillas vigilantes o cualquier somatén nos las escuchara, allí sonaba Víctor Jara, aquel desconocido llamado Silvio Rodríguez, Serrat, un tal LLuis LLach, de Paco Ibáñez ¡A galopar. A galopar, hasta enterrarlos en mar!

Cuando le tocó el turno, el gris la tocó en el hombro y la incorporó por las axilas, sus piernas no parecían responder las órdenes de su cerebro, entraron en un recinto infinitamente pequeño con una mesa y dos sillas, en la esquina una especie de camilla de madera con cuerdas, sentado un hombre pequeño, con melena, con ojos muy brillantes que la miró de arriba abajo:

-Carne fresca y joven, buenas tetas, buen culo, vamos a pasar un buen rato-Luego a la pobre Mariola se le hizo la oscuridad en su memoria:

-Fue como si se apagara la luz de repente en mi cabeza en ese preciso instante, se que me hizo de todo, lo vi esnifando cocaína como un poseso, estuve dos semanas sin poder caminar, mi vagina y mi ano con fisuras y desgarraduras que me certificaron en urgencias de La Paz, todo se borró, no presenté denuncia, era inútil, recuerdo en algún momento ver el suelo, solo el suelo repleto de vomito y semen, porque me tenían colgada por los pies-

-Seguramente es mejor así, el tratamiento del riñón es de por vida, las cervicales no se me curaron jamás, trastorno crónico de ansiedad, depresión mayor, secuelas de aquel tiempo, terminé la carrera, sigo siendo profesora de Secundaria en Coslada, no he vuelto a Las Palmas, la memoria la tengo grabada a fuego en mi pecho-

Relato publicado en el libro de Pako González, “Señales del alba” (2022).

Foto. Adolfo Martínez.

-Nacional catolicismo violador:

Adolfo Martínez, víctima de abusos de la Iglesia: “La sotana da un poder especial”.

Adolfo Martínez estudió, como interno, en el colegio de los carmelitas de Villarreal (Castelló). Durante su estancia allí sufrió maltrato físico continuado.

Junto a otros ex compañeros del centro, arrancó un proceso de denuncia pública de abusos cometidos hacia diferentes estudiantes.

Uno de los castigos más recurrentes que recibía, dice, era permanecer de rodillas en el pasillo mientras sus compañeros dormían. Asegura que esas horas allí plantado le permitieron ser testigo directo de los abusos cometidos por el padre Armell, ya fallecido. Uno de los que desfilaba por allí era su amigo Pedro, que más tarde le contó lo que ocurría dentro. Juntos decidieron llamar al obispado de Segorbe para denunciarlo. Esa misma tarde, la Guardia Civil se presentaba en el centro en busca de aquellos que habían llamado. Con la mano abierta y en alto y el ceño fruncido bajo el tricornio, amenazaron con llevar a Adolfo y Pedro al calabozo si no olvidaban las acusaciones, asegura. Tuvieron que acabar el curso allí.

https://www.elsaltodiario.com/iglesia-catolica/adolfo-martinez-victima-abusos-iglesia-sotana-da-un-poder-especial

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