Artículo de Israel Clemente López desde la prisión de León: «Vientos de guerra en Asia Oriental: a las puertas de una nueva sacudida de la crisis sistémica del imperialismo».

Foto. Israel Clemente López.

Artículos desde prisión:

Israel Clemente López

Mansilla de Las Mulas, noviembre 2021.

Pantallazo artículo ICL.

Vientos de guerra en Asia Oriental: a las puertas de una nueva sacudida de la crisis sistémica del imperialismo.

Algunos antecedentes

El próximo conflicto en ciernes en esa amplia zona “regional” que supone el Mar de China Meridional será probablemente la primera gran conflagración interestatal del Siglo XXI; tenemos que remontarnos a la Guerra Irano-Iraquí (1980-1988) para encontrar otra de semejante naturaleza, aunque ésta de ahora será sustancialmente diferente, tanto en su desarrollo, características y duración, como en sus consecuencias y repercusiones a nivel global. Las otras dos guerras interestatales desencadenadas por el imperialismo occidental contra Irak en 1991 y por el anglosajón contra el mismo martirizado país en 2003 venían marcadas por la abrumadora asimetría de las fuerzas enfrentadas, lo que determinó la brevedad de la campaña y el rápido aplastamiento del ejército regular iraquí en ambas ocasiones en unas pocas semanas. Posteriormente, la ocupación estadounidense del país generó una prolongada lucha de guerrillas que vino a frustrar en buena medida los planes imperialistas de asegurarse una larga dominación neocolonial. Pero eso es otra historia.

El exitoso desarrollo de la fase de guerra convencional inicial en estos conflictos iraquíes: rápida obtención de la superioridad aérea, guerra de maniobras con amplia utilización de blindados con fuerte apoyo aéreo, cerco y destrucción de numerosas agrupaciones enemigas, etc… Todo ello marcado por una abrumadora desproporción de medios y fuerzas a favor de los agresores imperialistas, determinó una subsiguiente cultura de la superioridad militar, e incluso de la “invulnerabilidad” por parte de los agresores. Los posteriores actos bandidescos y de piratería ejercidos por los EEUU en numerosos Estados de Oriente Medio, el Magreb y el Cuerno de Africa, a menudo contra fuerzas irregulares, no hicieron más que reforzar ese sentimiento de invulnerabilidad, creando una dinámica de agresiones cuasi impunes.

Eran los tiempos de la euforia “unipolar”, de la pretensión de ejercer de forma omnímoda el papel de gendarme mundial, de los desplantes a otros Estados imperialistas como Francia Y Alemania. Un buen ejemplo del pensamiento dominante en los círculos militares de los EEUU en esos momentos lo constituye el libro de Rod Thorton “Asymetric Warfare” (“Guerra asimétrica”), publicado en 2007.

En él su autor desarrolla la idea de que existe una asimetría cuasi total en cuanto al poder naval militar entre los EEUU y el resto de las armadas del mundo. Thorton recalca que la marina estadounidense cuenta con capacidades superiores a todas y cada una de las fuerzas navales de todos los países del mundo. Siendo capaz de proyectar su poderío a cualquier parte del planeta, gracias a su fuerza de portaaviones (11 grupos aeronavales), submarinos nucleares y el cuerpo de asalto anfibio que supone su numerosa Infantería de Marina. En ese sentido argumenta que toda guerra contra ese poder naval, planteada en términos convencionales, “se constituye en una guerra asimétrica”. Idénticos argumentos emplea respecto a la Fuerza Aérea de los EEUU y su Ejército de Tierra, si bien reconoce que respecto al empleo de este último no se percibe tanto la desproporción cuando sus oponentes locales emplean tácticas guerrilleras y combaten en entornos urbanos (las bajas en Irak y Afganistán son un buen ejemplo de ello).

A pesar de ello, el tono general de sus valoraciones estratégicas está plenamente imbuido de esa suerte de “borrachera del éxito” que afectó de forma prolongada a los analistas militares estadounidenses tras las dos guerras del Golfo y la ocupación inicial de Afganistán en 2001. Sin embargo, desde entonces se ha venido dando una progresiva disminución de la hegemonía militar de los EEUU, al mismo tiempo que se venía reduciendo la distancia que les separaba de las capacidades militares de los dos principales Estados objeto de sus planes agresivos: la República Popular de China y la Federación Rusa.

Como no podía ser de otra manera, el largo proceso de declive de la hegemonía estadounidense como poder imperialista global se ha manifestado igualmente en el plano militar, aunque todavía en menor medida que en lo concerniente a su economía.

La doctrina “Asia-Pacífico” y el cerco a China

Desde que la administración Obama comenzara a implementar gradualmente la doctrina estratégica del “Pivot to Asia” (Asia-Pacífico), los Estados Unidos vienen reforzando continuamente todo su poderío aeronaval en el conjunto de Asia Oriental, y muy especialmente en la “disputada” región del Mar de la China Meridional.

En esta última etapa los incidentes y provocaciones en el área de las islas Spratly, en las Paracel y, crecientemente, en el Estrecho de Taiwán han aumentado sin cesar hasta configurar el mayor foco de tensiones militares de todo el planeta. A ellas se suma el contencioso con Japón por las islas Diaoyu- Senkaku donde la Armada estadounidense hace igualmente acto de presencia.

Ello no es en absoluto casual, pues China viene manteniendo desde hace años una estrategia aeronaval de defensa avanzada basada en esos archipiélagos a fin de impedir una eventual estrangulación de sus principales rutas marítimas de abastecimiento de materias primas por parte de la Flota de los EEUU en caso de conflicto militar. La economía china necesita importar abundantes materias primas y combustibles y debe hacerlo bajo la amenaza permanente que representa la escuadra estadounidense en los Mares de China Meridional, de China Oriental y el Estrecho de Taiwán.

De esta manera, en toda la región, pero muy especialmente en el Mar de China Meridional, se viene gestando, como mínimo, un amplio “conflicto regional”, principalmente aeronaval, de alta tecnología, gran capacidad destructiva y decisión rápida ( tendencia a la corta duración). Tal parece ser la tendencia, al menos en su estallido y fases iniciales. Su amplitud y posible expansión dependerán de cómo evolucione su desarrollo y de cómo actúen en el corto plazo los sistemas de alianzas militares en vías de consolidación. Sea como sea, se producirá una auténtica disrupción, paralización incluso, de una gran parte de los flujos comerciales y financieros internacionales; agravándose la crisis sistémica del imperialismo y exponiendo su alto grado de parasitismo y su carácter predatorio. Es decir, tendrá consecuencias globales, al margen de que el propio enfrentamiento militar sea más o menos amplio, más o menos “restringido” o acabe escalando de forma imparable.

Dibujo. Burgueses y militares observan una ciudad destruida.

El siglo XXI, a punto de estallar en Asia Oriental

En mi opinión, hemos llegado prácticamente a un punto de no retorno. Ese “gran conflicto regional”, como mínimo, se viene perfilando como algo inevitable a corto y medio plazo, dada la propia naturaleza del imperialismo, que no ha cambiado sustancialmente desde que Lenin definiera sus rasgos principales.

Nunca en la historia hemos visto que un poder imperialista antaño ampliamente hegemónico aceptase pacíficamente la pérdida progresiva de su hegemonía y el surgimiento de nuevos centros de poder.

Tras el fracaso de sus pertinaces intentos de desestabilización interna de China en Hong-Kong, Xinjiang y Tibet, el imperialismo estadounidense y el núcleo duro de sus aliados se ve obligado a escalar en sus planes agresivos si no quiere verse económicamente sobrepasado por China en una década, con el riesgo añadido de que otros Estados imperialistas como Francia y Alemania acaben adoptando un rumbo independiente más beneficioso para sus propios intereses y dejen de sufragar los ingentes gastos del intervencionismo estadounidense y sus aventuras militares, así como el mantenimiento de su economía financiera parasitaria, todos ellos cada vez menos acordes con el peso real de los EEUU.

Por otro lado, la potenciación y el perfilamiento de las distintas alianzas militares antichinas en la región no hacen más que actuar como acelerantes en el incendio bélico que se viene gestando. Pues eso, y no otra cosa, pretenden ser pactos como el AUKUS (EEUU, Gran Bretaña y Australia) y elQUAD”(EEUU, Japón, Australia e India).

Conviene abordar, y dejar sentado, cuál es el carácter político del conflicto militar que se avecina, pues de ello se derivan otras importantes cuestiones y nos ayudará a orientarnos en medio del paroxismo de la permanente campaña propagandística y de guerra psicológica destinada a la demonización de China que mantienen los grandes monopolios mediáticos del Occidente imperialista.

Me parece muy esclarecedora en cuanto a las complejidades y condicionantes de la actual crisis político-militar en Asia Oriental esta larga cita, extractada del artículo de M.P.M. Arenas “China en la encrucijada”, que fue publicado en 2018:

<<Por cierto, que esta endiablada y mil veces compleja situación puede conducirnos, si nos atenemos a los esquemas “clásicos”, a considerar el enfrentamiento que se perfila en el horizonte, como un “choque entre dos bandos o bloques imperialistas por un nuevo reparto o redistribución del mundo”. En mi opinión ésta sería una consideración harto superficial y completamente errónea, ya que son numerosas y de distinta naturaleza las contradicciones y problemas implicados respecto a las que confluyeron en momentos históricos anteriores. Pero para no aburrir, voy a tratar de simplificar, ateniéndome a lo que me parece más importante y decisivo.

Para poder continuar su desarrollo económico y alcanzar todas las metas que se ha fijado, China necesita de manera creciente abundantes materias primas, que sólo le pueden suministrar otros países. China necesita también nuevos y más extensos mercados para el incremento incesante de su producción mercantil. Estas son obviedades que nadie podrá discutir. Ahora bien, la cuestión de fondo que se nos plantea es si la República Popular de China puede estar realmente interesada y reúne todas las demás condiciones, sobre todo, la fuerza necesaria, para intentar conseguir todo aquello por medio de la guerra, del saqueo, la piratería y la imposición; tal como lo han estado haciendo hasta nuestros días -y no pueden dejar de hacerlo– las viejas potencias imperialistas. Y yo, desde luego, lo niego de la manera más rotunda. Es más, considero que tanto China, como Rusia, la India y los demás países “emergentes” (juntos y, con mayor motivo separados, como es lógico), por más fuerte que pueda llegar a ser la tendencia que les empuje a seguir la vía imperialista, tienen escasas posibilidades de embarcarse en tal aventura.

Naturalmente, esto no sucede por voluntad de la burguesía de esos países; simplemente es algo que rebasa sus posibilidades y, en cambio, de intentarlo, (lo que no se puede descartar en absoluto) aceleraría de manera extraordinaria el proceso revolucionario. Por eso hay que creer a los dirigentes chinos cuando afirman que para su país, la vía imperialista no es una opción>>.

China está interesada en un desarrollo pacífico de su economía (culminar sus “modernizaciones”). Viene superando el desfase tecnológico e industrial de décadas anteriores y, hoy por hoy, buena parte de sus capacidades científicas y tecnológicas están, como mínimo, a la par con los EEUU, si es que no los han superado ya en varios campos específicos de indudable trascendencia (telecomunicaciones, astroespacial, electrónica, inteligencia artificial, computación cuántica…). Por el contrario, los

imperialistas estadounidenses no tienen ningún interés en que prosiga el desarrollo pacífico de China, pues ellos mismos vienen perdiendo las guerras comerciales y su propia economía declina irremediablemente.

El tiempo juega en contra de los belicistas, lo que les lleva a conducirse de forma cada vez más aventurera, aceptando riesgos antes inasumibles y basándose en concepciones y cálculos extremadamente subjetivistas cada vez más alejados de la realidad objetiva. Llegados a este punto, tienden a confundir sus deseos con la realidad y los errores de cálculo aumentan exponencialmente, así como los riesgos de ellos derivados.

Se hace evidente que por parte de los imperialistas estadounidenses y sus aliados regionales (Japón, Australia, etc…), la guerra que preparan en Asia Oriental contra la República Popular de China tiene un carácter injusto, predatorio, de rapiña… una guerra de agresión imperialista. Por el contrario, por parte de China, y pese a todas las estridencias mediáticas occidentales en pro de la “independencia” de Taiwán (o incluso del mismo Hong-Kong), la guerra tiene un carácter justo, siendo esencialmente defensiva, por cuanto afecta tanto a su soberanía nacional (Taiwán, Hong-Kong), como a los intereses vitales que le garantizan su propia supervivencia como Estado (aseguramiento de las rutas marítimas en el Mar de China Meridional), extremadamente dependiente del comercio internacional para asegurar su desarrollo económico y el mismo sustento y estabilidad de su numerosísima población. Las cada vez más agresivas maniobras y despliegues de la Armada estadounidense en el entorno cercano a la China continental constituyen una autentica amenaza existencial para ésta, que no podrá seguir tolerando por mucho tiempo.

En este enfrentamiento en gestación, los dos bandos contendientes tienen distinto carácter; frente a China tenemos a los imperialistas anglosajones y a un reducido núcleo duro de Estados que les vienen secundando en su larga trayectoria de agresiones, cuyas raíces se remontan a las guerras de Corea y Vietnam. El papel del Japón imperialista, de Australia y de Corea del Sur es meridianamente claro en ese sentido. Han manifestado reiteradamente su voluntad de imponer la dominación imperialista a numerosos pueblos de Asia Oriental, oponiéndose incluso con las armas a los procesos de descolonización iniciados tras la II Guerra Mundial. Las alianzas militares antichinas de nuestros días (AUKUS y QUAD…) no pueden tener un carácter más ultrarreaccionario y son bastiones de las fuerzas más descaradamente proimperialistas en Asia Oriental.

La divisa esgrimida por la Armada estadounidense de “defender la libertad de navegación” para justificar sus provocaciones belicistas apenas logra esconder que se trata de un burdo remedo, actualizado para su consumo por la opinión pública del Siglo XXI, de la vieja “diplomacia de las cañoneras” practicada antaño por los colonialistas contra los pueblos y territorios objeto de expolio. Sin embargo, pese a sus ensoñaciones guerreras, la China de hoy no es la fácil presa a despedazar de las Guerras del Opio del Siglo XIX, víctima prácticamente inerme de la agresión coaligada de las potencias occidentales.

China es un país de contrastes; es un país “en vías de desarrollo” y al mismo tiempo es puntero en toda una serie de desarrollos tecnológicos; es un país capitalista, pero al mismo tiempo conserva una base económica en manos del Estado heredada del socialismo; es un país dirigido por el Partido Comunista de China, verdadero partido único… ¡de la burguesía nacional china!; ha conseguido modernizarse (sigue haciéndolo) rompiendo con la dependencia semicolonial del pasado; intenta desarrollarse y hacerse un hueco en la economía capitalista mundial y el mismo sistema imperialista busca excluirla y hacerla caer en la rígida dependencia; las leyes económicas que rigen bajo el capitalismo, descubiertas hace mucho tiempo por Marx y Engels, siguen operando al margen de la voluntad de los hombres, incluso a pesar de los muy esforzados planificadores del PCCH… incapaces de planificar y aplicar, como no podía ser menos, el mismo final de la lucha de clases, y hacer conciliar todas las contradicciones provocadas bajo el imperialismo.

Con todo, la moderna República Popular de China es “heredera”, siquiera parcialmente, de ese amplio movimiento de liberación contra el colonialismo y el imperialismo que sacudió buena parte del globo, muy especialmente toda Asia tras el final de la II Guerra Mundial. La China del Siglo XXI no mantiene a otros Estados subyugados bajo relaciones de dependencia neocoloniales, tampoco los invade militarmente para explotar sus materias primas ni sostiene con las armas regímenes títeres, no les impone embargos genocidas para determinar las formas de gobierno que más le conviene… En esto se aprecia claramente que China no es una “democracia” occidental, no es hija ideológica ni cultural del Occidente ultrarreaccionario, fascista e imperialista. Y éste es un rasgo definitorio fundamental del propio carácter que adquirirá la próxima gran conflagración en Asia Oriental, de su naturaleza política, así como de las alianzas y apoyos que podrán ir forjando y obteniendo los bandos contendientes.

En definitiva, aquí tenemos enfrentados a una alianza de Estados imperialistas, agresores y genocidas reincidentes, capitaneados por los EEUU, con otro Estado que ni es imperialista ni mantiene una política exterior caracterizada por el injerencismo. Ello va a determinar en gran medida la evolución y desenlace del conflicto, así como sus consecuencias regionales, internas e internacionales.

Foto. Desfile con armamento militar chino.

Fortalezas y vulnerabilidades en liza

En vista de lo acontecido tanto en China como en los EEUU en cuanto a sus diferentes formas de gestionar la pandemia del coronavirus, parece inferirse de ello que China ha mostrado disponer de una mucho mejor preparación como Estado y como sociedad para hacer frente a situaciones de crisis y emergencias que la afecten en su totalidad. Cabe suponer que lo mismo puede aplicarse en situaciones de guerra o conflicto armado.

En todo caso, habrá que demostrarlo en la práctica. La naturaleza del conflicto que se viene gestando en Asia Oriental es tal que someterá a ambos Estados, y a sus respectivas sociedades, tanto la china como la estadounidense, a tensiones sin precedentes. Todo enfrentamiento militar que no se circunscriba a un área “regional” limitada y que se prolongue en el tiempo mucho más allá de lo que suele ser la norma en un conflicto de decisión rápida o corta duración, provocará también importantes consecuencias en el plano interno. Y si bien China tiene aún bastante de enigma en ese sentido, no constituye ningún misterio para nadie el intenso proceso de agudización de todas sus contradicciones internas que se viene dando de forma imparable en los EEUU como efecto del prolongado declive se su antigua hegemonía global y sus consecuencias económicas y sociales. Esta es la causa de fondo de la crisis política e institucional interna que experimentan los EEUU y que tiende a cronificarse. Las peleas entre “trumpistas” y “demócratas”, entre proteccionistas y globalistas, entre industrialistas y sectores financieros, etc…tienen el telón de fondo de un imparable declive, enfrentados a una realidad en la que ya no pueden hacer lo que quieran impunemente con buena parte del mundo.

Conscientes de los retos a los que se enfrentan han unido sus fuerzas en un “partido de la guerra” que enfila sus armas hacia Asia Oriental, y muy especialmente, ya sin disimulos, contra China. Así han llegado a su consenso sobre la doctrina “Asia-Pacífico”, en una apuesta bélica para escapar de la crisis sistémica que les devora.

Una sociedad caracterizada por las más aberrantes lacras y disfunciones derivadas de un capitalismo financiero hiperparasitario, en la que el darwinismo social constituye su mayor fuente para las virtudes morales, casa mal con los requerimientos de mínima cohesión que exigen los costes de un enfrentamiento militar en el exterior, a muchos miles de kilómetros de sus fronteras nacionales y con resultado incierto. Máxime cuando se vienen apreciando signos inequívocos de descomposición social y política interna que habrán de agudizarse si se dan importantes reveses (aunque el choque sea de corta duración) o si el conflicto tiende a prolongarse, con independencia de sus efectos directos.

Las medidas neokeynesianas que pretende implementar la administración Biden deben de contemplarse también como medidas de guerra, absolutamente imprescindibles, pues van destinadas a mejorar la cohesión social interna y modernizar las infraestructuras del país.

En lo que respecta al liderazgo político y militar en ambos países, mientras que los imperialistas anglosajones profesan la fe clausewitziana en versión de cortos vuelos y estrechamente practicista, los líderes chinos son herederos de una tradición milenaria, extraordinariamente rica, de pensamiento estratégico. Una tradición que contempla la innovación y rehúye el mecanicismo, que valora la asimetría, que sopesa la totalidad de las diferentes esferas en juego en ese gran choque en ciernes, así como el prestar una atención proporcional a cada uno de los aspectos de un problema concreto, que prioriza el medio y el largo plazo frente al cortoplacismo, la concepción omnicomprensiva frente a la rígida metafísica de considerar cada aspecto aislado de los demás y no valorar debidamente su grado de dependencia e interrelación mutua, etc…

Los dirigentes chinos conocen bien el pensamiento estratégico occidental y cuentan con la ayuda inestimable que les proporciona la parte del pensamiento militar marxista que han decidido conservar. Disponen de herramientas analíticas y metodológicas de las que los imperialistas carecen y están a años-luz de poder comprender cabalmente. Todo ello les permite tener una amplitud de la concepción estratégica muy superior a la de los belicistas estadounidenses. Se trata de una ventaja cualitativa de indudable valor.

En cuanto a las respectivas economías, hoy por hoy todas son interdependientes en el mercado mundial. La mayor vulnerabilidad de la economía china, derivada de su condición de país “en vías de desarrollo” y con débil sistema financiero, la compensa en buena medida con los beneficios a su estabilidad que le reporta el disponer de un sistema de economía estatal planificada que opera con bastante fuerza en los sectores estratégicos, así junto con la creciente “desdolarización” de su economía y las cada vez mayores relaciones comerciales con toda una serie de países emergentes que buscan sacudirse el yugo de las finanzas estadounidenses.

En el caso de ver cerradas o bloqueadas por la Flota estadounidense sus principales rutas de abastecimiento marítimas, China aun cuenta con una extensa frontera terrestre con la Federación Rusa y otros Estados centro asiáticos amigos a través de las cuales puede recibir aprovisionamiento de materias primas y combustibles que le son imprescindibles. A los EEUU les es prácticamente imposible cerrar esas rutas de aprovisionamiento mediante su fuerza militar al mismo tiempo que su Armada ejerce un bloqueo hercúleo sobre las rutas marítimas en el Mar de China Meridional, el Mar de China Oriental y otros sectores próximos del Pacífico.

Por otro lado, el gobierno chino viene efectuando una regulación y reordenación de ciertos sectores de su economía (construcción, finanzas, enseñanza, comercio…) que ha suscitado la cólera más furibunda por parte de financieros e inversionistas occidentales por cuanto va dirigida a reducir las vulnerabilidades de su economía y posibilidades de desestabilizarla financieramente en caso de conflicto externo. También busca controlar y meter en cintura a aquellos sectores comerciales y de inversión que puedan ejercer de “quinta columna” debido a su dependencia y fuertes vínculos con las finanzas occidentales, y que vienen desarrollando todos los rasgos del “cosmopolitismo” occidental, es decir, las modas, tendencias y creencias políticas de las élites burguesas del Occidente imperialista. En este terreno tienen mucho trabajo que hacer, y la ciénaga putrefacta, en cuanto a simpatías proimperialistas y neocolonialistas, en que se ha convertido en gran medida Hong-Kong es buena prueba de ello. Van a tener que sanearla a fondo.

En cuanto a las implicaciones y consecuencias internacionales de este conflicto militar futuro en Asia Oriental, se hace evidente que, dada su naturaleza política, China contará con la simpatía y el apoyo moral de buena parte de los pueblos del “Tercer Mundo”, especialmente de Africa, Latinoamérica y la misma Asia. Todos aquellos que han venido sufriendo las agresiones de los imperialistas en las últimas décadas, principalmente los pueblos árabes y musulmanes, están deseando ver cómo comienzan a pararle los pies al otrora “gendarme mundial”. El movimiento comunista internacional también se movilizará contra la agresión imperialista y el imparable proceso de fascistización de todos los Estados de la burguesía en Occidente.

Habrá que ver en qué medida operan y se materializan el conjunto de relaciones interestatales que viene manteniendo China con el objeto de fortalecer su posición internacional. La “Organización de Cooperación de Shanghai” es demasiado amplia y contiene intereses encontrados (India) como para poder ejercer un papel activo y en tiempo adecuado. Ofrecen mejores perspectivas las muy estrechas relaciones bilaterales en todos los ámbitos con la Federación Rusa y varios Estados centroasiáticos exsoviéticos. Es ahí donde se refuerza la posición de China.

Por lo que respecta al bando imperialista, sus alianzas militares antichinas en consolidación deberán igualmente testarse en la práctica. Por el momento, los EEUU parecen contar con el apoyo abierto (habrá que ver bajo qué condiciones) de sus secuaces británicos y australianos. Lo mismo puede decirse del Japón imperialista, quien, pese a su crisis, sigue financiando la maquinaria de agresión del complejo militar-industrial estadounidense. EEUU necesita tanto los yenes nipones como sus bases militares instaladas en aquel país desde hace 75 años.

Una pieza clave en este mosaico de alianzas e intereses cruzados es India, y la posición que adopte finalmente ejercerá una importante influencia en el desarrollo de los acontecimientos en Asia Oriental. Su incorporación al “Quad” presagia una voluntad de tensionar sus diferencias con China, especialmente en sus contenciosos fronterizos en el Himalaya. Nada conviene más a los intereses estadounidenses en estos momentos que aumentar la hostilidad india para con China y conseguir que acabe escalando en alguna forma de enfrentamiento militar. Desde el punto de vista propagandístico, los imperialistas contarían con una importante baza al incorporar a su entente un Estado “emergente” asiático, lo que les permitiría acentuar su campaña de demonización de China como “potencia agresiva” y presentar sus propias iniciativas como tendentes a la seguridad regional, enmascarando sus intenciones reales. En otro plano, es indudable que la creciente hostilidad de India ya está teniendo repercusiones en lo que concierne al dispositivo de defensa chino, que ha debido de adaptarse a la naturaleza de la nueva amenaza. También influye negativamente en el nivel de suministros, apoyo logístico y flujo de mercancías que pueda recibir de Estados amigos como Irán, Pakistán o Myanmar en caso de conflicto. China corre el riesgo de verse “bloqueada” en su flanco sur.

Dada la situación interna de la propia India, con una avanzada crisis política acentuada por el ultranacionalismo del BJP en el gobierno, golpeada por la crisis económica amplificada por la pandemia de covid, y presentando importantes niveles de conflicto armado internos (guerrillas comunistas en varios Estados del “cinturón rojo”, insurgencia islámica en Cachemira, etc.) es poco probable que se implique directamente desde sus comienzos en una campaña militar contra China propiciada por los imperialistas anglosajones. El nivel de preparación combativa de sus fuerzas armadas para un conflicto entre Estados parece bastante deficiente, habiendo acumulado principalmente experiencia de tipo policial y contrainsurgente en la represión interna. Cosa distinta sería si, en el curso de ese próximo conflicto militar, China cosechase importantes reveses y su posición estratégica se viese muy debilitada. La tentación belicista podría en ese caso resultar irresistible para las élites gobernantes de India, aunque su concreción en la práctica conllevaría hacer frente a un amplio conjunto de dificultades de tipo operacional que no pueden ser obviadas.

En cualquier caso, dado el alineamiento político de India con los imperialistas y su creciente hostilidad diplomática, a lo más que puede aspirar China es a que India mantenga una posición de no beligerancia, que no es lo mismo que neutralidad, pues a buen seguro colaborará indirectamente en el debilitamiento de China y prestará a sus agresores su ayuda de múltiples formas, cuya intensidad aumentará o disminuirá en función de la evolución militar de la situación.

Otra incógnita importante la constituye la posición que adopten Estados imperialistas como Francia y Alemania, así como sus repercusiones en la OTAN y en la Unión Europea. Ciertamente, ambos países no parecen tener mucho que ganar con la tormenta que se avecina en Asia Oriental y sí se pueden ver negativamente afectados por la gran disrupción de los flujos comerciales con China, especialmente las exportaciones alemanas.

También han ido acumulando continuos agravios y desplantes por parte del imperialismo estadounidense, que no les considera ni siquiera socios menores en sus correrías (ese papel ya lo tienen asignado los británicos). La ocasión sería propicia para desmarcarse del bloque anglosajón y tratar de afirmar una línea de actuación propia. En ese sentido, la misma Federación Rusa, a través de su influencia energética, comercial y geopolítica puede jugar un importante papel a la hora de “ayudar” a los imperialistas franceses y alemanes a mantenerse apeados de la maquinaria de guerra angloestadounidense y observar una posición de “neutralidad”, desde la que instar posteriormente a limitar la duración y consecuencias globales del conflicto militar en Asia Oriental.

Todos los países de la Unión Europea se ven recorridos y afectados por una serie de tensiones fruto de las presiones del imperialismo estadounidense y sus más acérrimos partidarios para reducir las relaciones comerciales y políticas con China y bloquear sus inversiones y participación en proyectos destacados de infraestructuras y tecnologías punta. La lógica comercial y económica en busca de nuevas ganancias y máxima rentabilidad comienza a ser sustituida por otra lógica de guerra “preventiva” en el terreno económico, lo que nos acaba situando en un escenario directamente prebélico.

Mapa. Islas Paracel y Spratly.

Posibles escenarios

<<Para las Guerras de Tercera Generación(*) del Siglo XXI los ejércitos se proyectan reducidos en número de soldados, más profesionales y más tecnológicos que los de antes; en este caso, ya no será necesario devastar ciudades enteras para destruir un objetivo. Al aumentar el uso de tecnologías modernas, la magnitud de las fuerzas humanas decrece hasta requerir, por último, un número reducido de guerreros sofisticados y bien entrenados. Seguirá haciendo falta el valor personal, pero lo más importante será la capacidad de manejar sistemas de armas sumamente complejos. Velocidad, alcance y precisión, y cuantiosos aviones no tripulados, sustituirán a las fuerzas que se requerían en las guerras de esta misma generación, pero en el Siglo XX>>.

George Friedman: “Los próximos cien años”

(*) Por Guerra de Tercera Generación los analistas militares estadounidenses se refieren a guerras entre Estados, con ejércitos convencionales, en las que prima la guerra de maniobras para cercar y destruir agrupaciones enemigas y que requieren de una efectiva cooperación interarmas en la ejecución de planes y campañas.

Al margen de lo que pueda tener de cierta simplificación y reduccionismo, esta visión que acabamos de recoger responde bien en sus líneas generales a las características que tendrá el próximo enfrentamiento militar (al menos en sus fases iniciales) en el Mar de China Meridional, el Estrecho de Taiwán y otros sectores del Pacífico. Un conflicto militar, principalmente aeronaval, de alta tecnología y gran capacidad destructiva con tendencia a la corta duración o resolución rápida.

En esta ocasión, los imperialistas estadounidenses no cuentan a su favor con una abrumadora desproporción de fuerzas militares y clara superioridad tecnológica. Un amplio combate aeronaval cerca de la China continental o en su entorno regional inmediato va a ser muy distinto de las campañas de bombardeo estratégico sobre el cercado y debilitado Irak en 1991 y 2003. Tanto por los medios requeridos, como por la resistencia encontrada y lo incierto del resultado final, difícil de prever.

Ningún modelo de simulación informática, ni ninguna maniobra aeronaval con fuego real, por mucho que pretendan reproducir escenarios de combate plausibles, se aproxima ni de lejos a lo que van a suponer las fases iniciales de guerra aeronaval en el Mar de China Meridional y la zona de Taiwán. Los EEUU no han experimentado nada parecido desde 1945 y las fuerzas navales y aéreas de la República Popular de China lo van a vivir por primera vez en su historia.

A pesar de los notables avances y desarrollos tecnológicos, las guerras las van a seguir librando hombres y mujeres, por lo que continúan teniendo una importancia fundamental los factores políticos y morales para mejorar y fortalecer su preparación combativa. Los EEUU cuentan con una Armada muy profesionalizada y de dilatada experiencia, que tiene interiorizados comportamientos y protocolos de actuación variados acordes a las circunstancias. No cabe suponer que la República Popular de China haya descuidado en las últimas dos décadas el grado de profesionalización y preparación para el combate de sus fuerzas aeronavales, máxime en vistas de la peligrosa evolución de la situacióninternacional. Este debe de andar muy parejo al de sus adversarios.

Sin embargo, en lo que respecta a los factores políticos y morales, en mi opinión el Ejército Popular de Liberación, las fuerzas aéreas y la Armada chinas cuentan con la motivación superior que se desprende de librar una guerra defensiva para salvaguardar su soberanía e integridad territorial en su propio país y en su entorno regional más próximo. Para la República Popular de China esta próxima guerra habrá de ir destinada a asegurar su propia supervivencia y viabilidad como Estado. La misma historia de China y de los numerosos avasallamientos sufridos por ella en el pasado a manos del colonialismo y del imperialismo refuerzan esta moral de combate, que a buen seguro los cuadros políticos y militares del PCCh de Xi Jinping se habrán esforzado por cultivar, dado lo que se juega el país en ello. Al margen de que el nacionalismo imperante hoy en lo ideológico no pueda suplir el carácter científico y de clase del marxismo-leninismo, así como la educación política que éste imprimía antaño al EPL durante la época socialista, frente al carácter ultrarreaccionario y regresivo de los agresores imperialistas anglosajones y nipones puede jugar un papel vertebrador y de refuerzo de la cohesión nacional, tan necesario en esta coyuntura prebélica.

Por el contrario, la Armada estadounidense se despliega a muchos miles de kilómetros de su país, siendo evidente que sus intereses vitales distan enormemente de las zonas militarmente disputadas en el Mar de China Meridional y el Estrecho de Taiwán. Su acondicionamiento sicológico es el de un cuerpo expedicionario ofensivo. Obviamente, su disposición combativa no puede ser la misma que si se aprestase a combatir en el Golfo de México.

En cuanto a las características militares de este enfrentamiento en ciernes, a nadie se le escapa que dada la naturaleza de las principales fuerzas contendientes, aeronavales y de alta tecnología, desplegadas en los que ya empiezan a vislumbrarse como los principales teatros de operaciones (Mar de la China Meridional y Estrecho de Taiwán), resultarán decisivos para obtener la superioridad estratégica en las zonas marítimas disputadas elementos clave como los siguientes: capacidad para interceptar, interferir o anular las comunicaciones enemigas; medidas y contramedidas electrónicas de amplio espectro; ventajas cualitativas en el empleo de sistemas de misiles antibuque de última generación; capacidad de mantener activos los sistemas de defensa antiaérea contra cazas de cuarta y quinta generación; obtención de la superioridad aérea en las zonas militarmente disputadas. A éstas se les añaden cuestiones tan trascendentales para infligir severas bajas al enemigo y preservar las propias fuerzas como son la capacidad de la dirección militar de los distintos grupos aeronavales de ejercer el mando efectivo en tiempo real, debiendo hacer frente a situaciones extremadamente cambiantes en un muy corto espacio de tiempo, desarrollando una amplia capacidad de iniciativa y adaptación a circunstancias muy volubles.

Sobre el papel las fuerzas aéreas estadounidenses (fuerza aérea, aviación naval de la Armada y aviación del cuerpo de Infantería de Marina) son numéricamente superiores a las de China. Cosa muy distinta es si esa superioridad numérica puede traducirse en un despliegue efectivo en los teatros de operaciones ya mencionados. Esto ya es más complicado. La cercanía del teatro de guerra a la China continental permite a la casi totalidad de la aviación militar china estar disponible para el combate, y lo que es aún más importante: para disputar la superioridad aérea a los imperialistas en las zonas en litigio.

Por su parte, los agresores estadounidenses únicamente podrán disponer para su empleo en dichas zonas de la aviación naval embarcada que aporten los grupos aeronavales capitaneados por portaaviones que se hallen lo suficientemente cerca como para su actuación plenamente operativa (los EEUU disponen de 11 portaaviones, pero algunos de ellos no reúnen las últimas actualizaciones tecnológicas necesarias para exponerlos a una confrontación con la Armada China); más la aviación desplegada en las bases militares estadounidenses de Filipinas, Japón ( muy especialmente Okinawa) y Corea del Sur; y, finalmente, la aviación de bombardeo estratégico situada en las bases de Guam, Hawái y Diego García, además de la que haya comenzado a posicionarse en Australia.

Cuanto más cerca de China continental se halle un teatro de operaciones, más difícil van a tener los EEUU el obtener la superioridad aérea que, en cualquier caso, les va a ser ferozmente disputada, dada la mayor proximidad geográfica a la red de bases aéreas y navales chinas situadas a lo largo de su territorio costero.

En el caso de un conflicto bélico aeronaval en la zona de Taiwán, el resultado inmediato más plausible sería la obtención de la superioridad aérea por parte de China y el control del Estrecho de Taiwán, en el que se haría imposible la navegación de la flota estadounidense sin exponerse a sufrir severísimas pérdidas debido a la acción combinada de la aviación naval china, sus sistemas costeros de misiles antibuque de novísima generación y la misma acción de bloqueo de la Armada china. La aviación taiwanesa sería barrida de los cielos y sus sistemas de defensa antiaérea fuertemente castigados. Tiendo a pensar que los dirigentes chinos no van a caer a corto plazo en la tentación de embarcarse en una importante operación terrestre en Taiwán, y ello pese a las continuas provocaciones que les azuzan a emprender una acción en ese sentido.

Nada convendría más a los intereses de los belicistas yankis en estos momentos que la arriesgada dispersión de fuerzas, junto con otras potenciales vulnerabilidades que se le podrían abrir al dispositivo de defensa chino en ese amplio teatro regional de operaciones como consecuencia de su implicación en una campaña anfibia en Taiwán para reintegrar la isla a su soberanía nacional. Dicha campaña podría prolongarse en el tiempo y consumir grandes medios y recursos militares en un momento en el que la misma China debe enfrentarse en el conjunto de Asia Oriental a la amenaza creciente que suponen para su estabilidad e integridad territorial la perfilación de toda una serie de alianzas militares hostiles patrocinadas por los imperialistas estadounidenses. La situación estratégica está preñada de peligros y no conviene cometer grandes errores en un marco regional definido por la gran volatilidad y el cada vez más agresivo injerencismo de los belicistas anglosajones. La firmeza y determinación que viene mostrando China frente al cerco estratégico al que pretenden someterle en Asia Oriental no tiene nada que ver con la política aventurera de los agresores imperialistas. Es bien cierto que la República Popular de China no puede permitir que Taiwán se consolide como una base mercenaria al servicio del imperialismo y mucho menos como un elemento clave de ese cerco estratégico que pretende imponerle la estrategia naval estadounidense. Sin embargo, en la medida de lo posible, prefiere, tal y como ha reiterado en numerosas ocasiones, que la reunificación se lleve a cabo de forma pacífica. En cualquier caso, es más que dudoso que los pasos a dar se los dicten las provocaciones imperialistas y tenderá a atenerse a su propia agenda, derivada tanto de la correlación general de fuerzas como de la jerarquía de sus mismas prioridades defensivas.

Partiendo de la total seguridad de que serán los imperialistas estadounidenses quienes desencadenen el conflicto armado, hay una alta probabilidad de que decidan hacerlo en la zona del Mar de China Meridional en torno a las islas Spratly o en las Paracel, donde el dispositivo militar chino se halla más expuesto o alejado de su territorio continental (especialmente en las Spratly). Aquí los grupos de combate aeronavales de la Armada yanki tienen más facilidades para obtener la superioridad aérea, lo que les permitiría posteriormente desplegar algunos contingentes de infantería de marina para ocupar el archipiélago.

En todo caso, es altamente probable que en el transcurso de las operaciones sus fuerzas aéreas y navales sufran pérdidas sensibles. La República Popular de China viene desarrollando cazas de cuarta y quinta generación y dotando parte de ellos con tecnologías furtivas similares a las de los más modernos estadounidenses. Si a esto le sumamos la conocida capacidad de los misiles antibuque chinos y el previsible uso de toda la amplia gama de medios navales disponibles, incluidos drones submarinos, cualquier escenario de combate se les va a complicar extraordinariamente a los agresores imperialistas.

Estos probables escenarios en el interior del Mar de China Meridional presentan la ventaja de que permitirían a los contendientes medir las fuerzas del contrario al tiempo que controlan los flujos de información desfavorables sobre pérdidas propias (son áreas apenas habitadas o deshabitadas). La información sobre tácticas, capacidades y vulnerabilidades del enemigo que se recoja a nivel operativo será de gran relevancia para la preparación de futuros y más decisivos choques.

En cuanto a lo que se refiere a la extensión, amplitud y tendencia a la escalada en el enfrentamiento militar la gama de opciones es amplísima. Supongamos que inicialmente se pretendiese restringirlo al máximo, digamos al área de las islas Spratly y/o Paracel y contemplando como objetivos únicamente los medios aeronavales enemigos en esas áreas y su entorno inmediato. La intención de los belicistas yankis podría ser la obtención de la superioridad aérea y la ocupación de esos archipiélagos con contingentes reducidos de infantería de marina. Todo ello idealmente, claro. Como nada de ello se desarrollaría sin encontrar una fuerte oposición y experimentar pérdidas sensibles, el siguiente paso sería el ampliar las operaciones aeronavales de exclusión e interdicción de área aun más para impedir el continuo flujo de refuerzos militares chinos desde las bases aeronavales del continente, con lo que la intensidad del combate se incrementaría acercándose a niveles críticos para alguno de los grupos aeronavales estadounidenses capitaneados por portaaviones. El próximo paso en la escalada sería el bombardeo de bases aeronavales chinas en su propio territorio continental para tratar de frenar la entrada de fuerzas de refresco en el teatro de operaciones.

En este momento, llegados a este punto del enfrentamiento militar, empezarían a operar con fuerza una serie de condicionantes de los que se podrían derivar no pocas restricciones. Así, la posible utilización de las bases estadounidenses en Corea del Sur para atacar objetivos militares en el territorio continental chino conllevaría el riesgo de desestabilizar el conjunto de la península coreana, dado que la República Popular y Democrática de Corea no iba a permanecer de brazos cruzados ante dicha escalada militar y el previsible contragolpe chino en Corea del Sur tendría, asimismo, importantes consecuencias. Igualmente, el uso para idénticos propósitos ofensivos de las bases estadounidenses en el archipiélago nipón podría suscitar una reacción de la Flota rusa del Pacífico, lo que no ayudaría, precisamente, a los intereses estadounidenses. Por el contrario, los imperialistas yankis tendrían menos restricciones para utilizar en dichos ataques sobre objetivos militares (bases aeronavales, centros de mando…) en el territorio continental chino sus bases militares en Filipinas, Guam e incluso la isla de Okinawa, que funciona en la práctica sin apenas supervisión del gobierno nipón.

Por descontado, dicha escalada provocaría una respuesta análoga por parte de China y dichas bases se verían a su vez sometidas al bombardeo estratégico recurriendo a misiles balísticos y de crucero y aviación de largo alcance, etc… Y todo esto suponiendo que el variado arsenal utilizado en esta interacción recíproca se viese limitado al armamento convencional, ya de por sí dotado de una amplia capacidad destructiva. Pero no cabe excluir otros escenarios.

Existe una alta probabilidad de que ante el recrudecimiento de los combates y la imposibilidad de obtener una superioridad estratégica en los teatros de operaciones por medio del armamento convencional ( no nuclear), e incluso para evitar una derrota que implique cuantiosas pérdidas e importantes consecuencias geopolíticas, los agresores imperialistas recurran al empleo de armas nucleares tácticas contra objetivos militares específicos. La doctrina militar estadounidense contempla crecientemente este escenario, que parece haberse reforzado en el pensamiento operacional, tal y como parece derivarse de la amplia modernización y aumento del arsenal disponible de ojivas nucleares tácticas acometido en los últimos años.

Los destructores y otros navíos de la Armada estadounidense están equipados con misiles de crucero capaces de portar cabezas nucleares, e igualmente sus submarinos nucleares de ataque, así como escuadrillas especialmente entrenadas para ello de su aviación naval embarcada en los portaaviones. Los analistas militares occidentales tienden a pensar que los EEUU gozan de una ligera superioridad en este ámbito de las armas nucleares tácticas. Y lo que es más peligroso, se vienen preparando para utilizarlas escenarios de combate reales. Esta preparación incluye a la cadena de mando de los grupos aeronavales, a fin de hacerla más “ágil y operativa”.

Se acerca así la probabilidad de asistir a una forma de guerra nuclear limitada contra objetivos militares (agrupaciones navales, bases aeronavales, etc.) recurriendo a este tipo de armamento.

Estas armas no han sido concebidas para cumplir un papel esencialmente disuasorio, tal y como el del armamento estratégico, con ojivas de muchos megatones de poder destructor, sino para ser cada vez más precisas y miniaturizadas, de potencia cada vez más reducida ( medida en kilotones), lo que las hace idóneas para su empleo en situaciones específicas de combate para obtener superioridad de fuerzas a nivel táctico. Su probable utilización en el Mar de China Meridional u otro escenario de Asia Oriental impone una serie de restricciones a la concentración de fuerzas militares, especialmente terrestres, tendiendo a limitar el grado de la misma para evitar acentuar su vulnerabilidad y exponerse a sufrir pérdidas excesivamente gravosas innecesariamente.

Lógicamente, este hipotético escenario de guerra nuclear limitada y con objetivos militares tiene una serie de restricciones, más allá de las cuales su escalada incontrolada implicaría la casi segura internacionalización del conflicto y su posible transformación en conflagración mundial. Una vez traspasadas determinadas líneas rojas la Federación Rusa entraría directamente en liza en ayuda de la República Popular de China (sin olvidar que desde el mismo inicio del enfrentamiento le vendría proporcionando todo tipo de asistencia y apoyo).

La reciente prueba balística china de un misil hipersónico supone una clara advertencia a los belicistas yankis de que se toman muy en serio toda la peligrosa evolución de la situación militar en Asia Oriental y tienen las capacidades defensivas necesarias para asegurarse de que cualquier ataque sobre su propio territorio no quedará impune. Es decir, disponen de los medios para contragolpear a su adversario en este tipo de guerra. Asimismo, igualmente vienen reforzando sus capacidades de disuasión nuclear estratégica en previsión de cualquier eventualidad.

Dibujo. Perros rabiosos trajeados se dan la mano.

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Pienso que, independientemente de cómo se concrete el próximo enfrentamiento militar en Asia Oriental, sus resultados tenderán a agudizar y acelerar el declive de la hegemonía estadounidense, acentuándose la tendencia a la “multipolaridad” y el surgimiento de nuevos centros de poder, así como las fricciones de los imperialistas anglosajones con los franco alemanes. Se abrirá así en amplias zonas del globo la posibilidad de liberarse del dominio imperialista.

En el plano interno tendrá severas consecuencias en todos los países. Esta nueva situación impondrá importantes tareas y objetivos al movimiento comunista internacional, así como al amplio y heterogéneo movimiento antiimperialista.

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