100 años del asesinato patronal de ‘El Noi del Sucre’ / Rapadas, violadas, con las manos atadas a la espalda, con la boca amarga por el aceite de ricino de la tortura / Heridas abiertas de mujeres víctimas del franquismo.

Foto. El Noi del Sucre.

Memoria histórica imprescindible:

-Un siglo del asesinato patronal de ‘El Noi del Sucre’, el sindicalista anarquista líder de CNT.

Su muerte a manos de pistoleros de la patronal en 1923 y su fama de gran orador y polemista han dejado en segundo plano el pensamiento del que fue líder de una CNT que aglutinó a cerca de 800.000 afiliados.

El 19 de diciembre de 1919, la plaza de toros de Las Arenas de Barcelona era un hervidero de 20.000 obreros que se oponían al fin de la histórica huelga general de La Canadenca. Solo Salvador Seguí Rubinat, el secretario general de la CNT recién salido de la cárcel, supo apaciguar a las masas y convencerlas de que debían aceptar la victoria y prepararse para el siguiente envite. Acababan de lograr, entre otras reivindicaciones, la jornada laboral de ocho horas. Aquel despliegue de oratoria y ascendencia frente a las masas de trabajadores, sirve para comprender la figura legendaria en que se convirtió el líder anarcosindicalista al que todo el mundo conocía como El Noi del Sucre.

El otro episodio clave fue el de su asesinato el 10 de marzo de 1923, del que se cumplen ahora cien años. En plena guerra social entre patronal y sindicatos anarquistas en Barcelona, que dejó casi 400 muertos –la mayoría, obreros–, Seguí fue tiroteado junto a su compañero Francesc Comas Peronas en el barrio del Raval.

https://www.eldiario.es/catalunya/siglo-asesinato-patronal-noi-sucre-sindicalista-anarquista-eclipsado-leyenda_1_10001027.html?goal=0_10e11ebad6-0f29bcbda8-64733153&mc_cid=0f29bcbda8&mc_eid=741781b133

Foto. Mujeres rapadas y con cruces.

-El broche de nácar

A las mujeres las llevaban por la calle Triana mostrándolas rapadas, violadas, con la ropa destrozada y las manos atadas a la espalda, con la boca amarga por el aceite de ricino de la tortura en el Gabinete Literario, la gente miraba con miedo, otros en cambio gritaban ¡Arriba España! ¡Viva Franco! En ese instante todo el mundo levantaba el brazo como si tuvieran una especie de picor articulado en el sobaco.

Las muchachas iban rotas, habían pasado aquella noche sin dormir, forzadas por los guardias civiles, los falangistas y tres sargentos chusqueros que trajeron a varios detenidos desde el cuartel de ingenieros de La Isleta.

María Ascanio iba con la muñeca rota de un golpe con la vara de acebuche, la llevaba colgando la mano y si la soltaba le giraba sobre la piel, el dolor era insoportable y varias veces estuvo a punto de caer desmayada, la joven maestra del barrio de San Juan sabía que de allí no saldría con vida, por eso escupió en la cara a varios de los fascistas que la violaron esa misma noche, los puñetazos y patadas que se llevó la destrozaron por dentro, notaba en su barriga como el liquido de su sangre me movía entre sus órganos marchitos.

Llegando al Puente de Palo el viejo falangista Antonio «El Garepa», quiso hacerse el gracioso y empujó a varias de las muchachas que cayeron al suelo como árboles antiguos, varios chicos jóvenes con ropajes azules lo arengaban desde la acera:

-Escáchale la cabeza Garepa a esas putas rojas- dijo uno de los falanges, el más rubio de apellido Barber Morales.

El falangista borracho como una cuba comenzó a patear a las chicas, con la mala suerte que le sacó un ojo con la hebilla de la bota a la pobre Luisa Santana vecina de San Roque.

El resto de las muchachas trataban de levantar a sus compañeras entre un desfile de la vergüenza que resultaba dantesco, llegando al mercado de Vegueta había un camión del Condado de la Vega Grande, lo rodeaban varios hombres armados, todos empleados del Conde, estaba también el joven López Santana que acababa de empezar como mayordomo de los Del Castillo Manrique de Lara.

Cuando pararon la marcha tras cruzar el puente las chicas se arrodillaron derrotadas, enseguida los fascistas las tomaron por las axilas y violentamente las metieron dentro del vehículo, parecían racimos de plátanos amontonados, pero enseguida se abrazaron, cada una cuidaba de la otra, cada una consolaba a la otra, mientras el motor rugía cuando le dieron al arranque partió hacia el sur de la isla.

En el suelo encharcado con los restos de la fruta y la verdura que venía del norte quedó un broche de nácar, Ramiro Ventura lo recogió, olía a perfume remoto y sudor femenino, una mezcla de flores de jazmín e incienso moruno.

El niño de Santa Brígida se lo metió en el bolsillo, era de Sebastiana la más joven, la hija de Juan del Pino, el sindicalista que fue asesinado a tiros el mismo día del golpe de estado en la calle León y Castillo cuando pintaba un ¡Viva la República!

Fue curioso como instantes después de llevarse a las mujeres para asesinarlas y desaparecerlas todo volvió a la normalidad, el trasiego cotidiano de un día de mercado, Ramiro no dejaba de acariciar y oler su eterno legado.

Relato publicado en el libro de Francisco González, “Señales del alba” (2022).

Imagen: Mujeres republicanas rapadas y marcadas con cruces.

Foto. Hija de Carmen, Rosa, y la nieta de Faustina.

-Las heridas abiertas de las mujeres víctimas del franquismo.

Faustina López fue desnudada y paseada por todo el pueblo, antes de ser fusilada. A Carmen Delgado le robaron a su bebé Francisco en la maternidad de O’Donnell. Rosa García sufrió las torturas de ‘Billy el niño’ al grito de “Zorra”, “Guarra”, “Puta”.

El 18 de septiembre de 1936 Faustina López González era detenida en su casa de Pedro Bernardo (Ávila). Las tropas franquistas la desnudaron, la raparon la cabeza y, junto a otras mujeres del pueblo, fue paseada ante todo el vecindario a lomos de un burro. Volaban piedras y frutas contra ellas. Detrás de la comitiva corría su hija, María Martín, de apenas seis años junto a su hermana de 12. Querían ver a su madre, acercarse, abrazarla. Pero no pudo ser. La gente las insultaba, las empujaba. “Tenéis que matar también a la simiente”, se escuchaba. “Luego la fusilaron porque era mujer, libre, esposa de un republicano. Ella tenía más genio que el que se le presuponía por ser una mujer y todo eso era delito”, explica Marian Martín, su nieta, quien sigue tras la pista de sus restos, sepultados en una cuneta.

El 25 de enero de 1965 Carmen Delgado Jurado daba a luz en la maternidad de O’Donnell de Madrid a dos mellizos: Soledad y Francisco Luque. Era su parto número nueve en el seno de una familia humilde de inmigrantes que habían llegado desde Andalucía. El médico le informó de que Francisco había nacido con poco peso y debían llevarle a la incubadora, donde pasó sus veinte primeros días custodiado por monjas. “A los cinco días nos dieron de alta a mi madre y a mí. A mi hermano le dejaron en la incubadora”, relata Soledad Luque. Nunca más le volvieron a ver. Un día el marido de Carmen se personó en la clínica para ver al pequeño, que según le contaban ya había cogido peso y saldría en breve. La sorpresa fue que, de repente, le dijeron que había fallecido. No podía ver su cadáver, estaba en el depósito. Al día siguiente se personaron para recogerlo. Pero no había cadáver, lo habían incinerado.

Era 1974, un año de alto nivel de conflictividad social, con el contagioso espíritu de la vecina revolución de los claveles, cuando Rosa García Alcón abandonaba el piso de un compañero escondido en una casa vigilada de Madrid. Militaba en la Federación Universitaria Democrática de España (FUDE), organización que pertenecía al FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota). Se dedicaba a la agitprop: agitación y propaganda. García ponía carteles y repartía panfletos para luchar contra la dictadura. “Cuando me vieron salir de esa casa me detuvieron y me llevaron a la Dirección General de Seguridad, donde estaba la Brigada Político Social. Me recibió ‘Billy el niño’ —el policía más temido de aquel lugar— a golpes. Como yo era muy pequeña, al mínimo golpe me caía al suelo y él me levantaba de los pelos”. “Zorra”, “Guarra”, “Puta”, escupía desde su boca. Luego la pasaron a otro despacho donde un policía “enorme” se dedicó a darle con un palo en la planta de los pies durante horas mientras la interrogaba. “Por las noches me paseaban en un furgón para buscar supuestos pisos francos, que no existían. Me decían que me iban a llevar a la Casa de Campo. Que me iban a violar. Que mis padres jamás encontrarían mi cuerpo. Ese tipo de cosas que sabíamos que hacían, que ya habían hecho”.

Han pasado 48 años desde la muerte del dictador y sus historias no han sido juzgadas ni reparadas…

https://www.elsaltodiario.com/memoria-historica/heridas-abiertas-mujeres-victimas-del-franquismo-aun-lejos-cerrarse

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