Descarga del libro «España, República de trabajadores», de Iliá Ehrenburg, de 1932.

Portada del libro.

Descargas. Biblioteca popular:

-«España República de trabajadores»

Iliá Ehrenburg

  • I. “¡Arre, burro!”
  • II. El rascacielos y sus alrededores
  • III. Individualistas
  • IV. Los Jlestakov españoles
  • V. Cambio de nombres
  • VI. República de trabajadores
  • VII. Genealogía de las teas de Málaga
  • VIII. Los milagros
  • IX. Las Hurdes
  • X. ¿Qué es la dignidad?
  • XI. Extremadura
  • XII. Cinco encuentros
  • XIII. Sevilla
  • XIV. Dulzuras
  • XV. Jerez
  • XVI. Consideraciones estéticas sobre Córdoba
  • XVII. Un discípulo de Bakunin
  • XVIII. La despedida del marinero
  • XIX. Granada
  • XX. “Querer” y “esperar”
  • XXI. Murcia
  • XXII. Tertulias familiares
  • XXIII. El drama de los obreros
  • XXIV. Del hombre
  • XXV. Barcelona
  • XXVI. El epílogo español

PRÓLOGO DEL AUTOR A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Este libro fue escrito por un ruso y para rusos. ¡Cuan lejos está Rusia de España! Los rusos tenemos otro cielo y otro carácter, otras montañas, otras necesidades, otra risa. De seguro que en este libro se habrán desligado no pocas equivocaciones; no es fácil para un extranjero comprender una vida tan original y tan complicada. Pero sería equivocado juzgar este libro, escrito sobre España pero no circunscrito a ella, sin fijarse más que en sus equivocaciones. Nosotros hemos aprendido ya a andar por el mundo algo más que como aficionados a las cosas exóticas y como turistas ociosos. Cada país es, para nosotros, no una tierra extraña, sino una nueva confirmación de nuestras esperanzas y de nuestros dolores.

El tono de este libro, apasionado y tal vez a las veces injusto, tiene su explicación en el hecho de que no trata de un país lejano, sino de los tiempos en que vivimos.

Siempre tuve, desde mi niñez, el deseo de pisar tierra de España. Estudiaba el castellano, contemplaba los cuadros de Goya, leía los versos del Arcipreste de Hita y escuchaba los relatos de aquellos amigos dichosos que habían podido contemplar de cerca ese país de tristeza y de encanto. En mi visión, se mezcla todo: la figura de don Quijote y la sombra de los pistoleros de Barcelona, las derrotas históricas y las obras maestras del arte, la estadística de la pobreza y las pruebas de valor de la raza. España no tomó parte en aquella guerra terrible, inacabable, para la cual parecían haber nacido mis hermanos de generación; en aquella guerra donde las calles se convertían en trincheras y se colocaban minas, no sólo debajo de las casas, sino también debajo de los corazones. Recuerdo un día en que, entre una muchedumbre de parisienses, acudí frente a la Embajada de España en París. Era después del fusilamiento de Ferrer. La muchedumbre vitoreaba a España. Pero España callaba. España, entonces, dejó de ser un país. Y otra vez se convirtió, o dejó que la convirtiesen, en un mito muerto y bello.

Allá por el año 1926, pude pasar unos días en esta tierra vedada. En una de las villas fronterizas, vi un reloj de sol y debajo esta sentencia: »Acuérdate de que el tiempo pasa”.

También los hombres de la Edad Media se pasaban la vida con la vista clavada en las rayas de la tabla de mármol, torturados con la eternidad. ¿Se acordaban los habitantes de aquella villa del tiempo? ¿Oían, entre los acordes de la música militar y el ruido del café, sus pasos pesados? Para ellos, parecía que todas las horas se habían fundido en una sola, como sucede en el reloj solar, cuando la sombra de una nube borra la señal del tiempo.

Por fin, cinco años después, pude conocer la verdadera España. Y el mito se deshijo en una muchedumbre de gente triste y nerviosa. Conocí a España cuando empegaba a despertar, cuando resucitaba para ella el tiempo, cuando miraba al cielo y a la esfera de las horas, preocupada. Era ya tarde.

Este libro no trata tan sólo de las piedras de Castilla, sino que es también un libro sobre mis camaradas de generación. Nosotros nacimos al final de un siglo y nuestra vida está rota; no sabemos por dónde, pero está rota. Para los que tienen veinte años, todo es claro como la luz del día: el plan quinquenal, las exigencias de los estados, los progresos de la maquinaria, y el buen humor y la risa después de un día de trabajo. También está claro todo para los que cuentan cincuenta años: éstos maldicen de la revolución, del motor de combustión, del comunismo y de los deportes, y maldicen también del desdén de la nueva juventud. España despertó para un siglo nuevo. Los obreros de Barcelona y los braceros del campo andaluz no viven ya del recuerdo del pasado. Entre las tinieblas que se ciernen sobre Europa, España escucha las campanadas misteriosas del reloj del Kremlin.

Pero España no es ya ningún chiquillo. No es un país adolescente. Se deshijo del ornato de la Monarquía y podrá deshacerse también, tarde o temprano, del ornato dudoso de los abogados de Madrid y de los agentes de bolsa de Barcelona. Pero le será difícil desprenderse del recuerdo. Esta tierra se aferró a su verdad sobre el valor del hombre y de la única libertad que conservó a lo largo de los siglos: la libertad de poder respirar. Aquí, la tragedia de España se funde con la tragedia de los hombres de mi generación, y a veces, leyendo los telegramas de las cosas de España, olvido que se trata de un país extraño y de gentes extrañas, y me parece como si escuchase los informes de los médicos sobre nuestro tiempo, enfermo de una enfermedad que es la más terrible, pero también la más bella. De ahí el tono apasionado de mi libro.

I. EHRENBURG. París, 1 de marzo de 1932.

Descarga:

https://drive.google.com/file/d/1Bm4fhRjBb7W9_ra4U86gtWdDIcFk2BFE/view

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.