Cuento de Nguyen Sang «La mujer de la llanura de los juncos». Descarga.

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-«La mujer de la llanura de los juncos»

Nguyen Sangi

Editorial Giai Phong, Viet Nam del Sur. 1969.

Apenas terminó de comer la señora Bay, se oyeron los estallidos del cañoneo en una aldea situada al otro lado del campo de arroz. Eran los disparos del cuartel My An contra las aldeas liberadas. Para Bay esto no era más que una señal de la hora: las seis de la tarde. Junio es la temporada de lluvia y de trasplantación del arroz. La noche cae muy rápido. Afuera una oscuridad lechosa cubría el campo. Los campesinos circulaban y conversaban por las orillas del río salpicando el ambiente con risas y voces.

Hai, su hija mayor, le dijo sin dejar de comer:

Vete mamá. Voy a arreglar la casa. Ya es la hora de ir al campo. Pero Bay quería quedarse un rato más. Deseaba contemplar a sus hijos saboreando la comida. Desde hacía tres meses los yanquis querían concentrar a la población en un lugar situado en el distrito My An. Cañoneaban despiadadamente la zona todos los días. Arrojaban bombas de fragmentación y napalm. Su aldea, como otras de la Llanura de los Juncos, se extiende con barracas y huertas, a lo largo de las riberas del río. Cada casa tiene playa y embarcadero. Después de esas barracas y huertas se hallan inmensos arrozales que rodean el río y se extienden hasta el opaco bosquecillo de las aldeas vecinas.

Los helicópteros, en grupo de tres o cinco volaban rasantes a lo largo del río y disparaban indiscriminadamente sobre el camino y los botes que aparecían bajo su vista.

Todas las casas y huertas fueron atacadas. A veces, entre dos ataques hacían exhortaciones por bocinas. Utilizaban también todo tipo de música: moderna, tradicional y de vez en cuando, una cinta con el llanto lastimero de una criatura. Recurrían a todos los medios. Pero nadie abandonó la aldea. Se dispersaron temporalmente las casas del río para adentrarlas en el llano. De esta forma los helicópteros, para atacar tendrían que serpentear y hostigar a cada casa por separado.

La señora Bay también evacuó su barraca. A los treinta y seis años tenía ya seis hijos: tres varones y tres chicas. La mayor, de doce años y el más chiquito de dos. Su esposo, cuadro revolucionario de la provincia, los visitaba a veces.

Bay alimentaba a toda la familia. Trabajaba en la producción agrícola y había recibido de la revolución más de una hectárea de tierra cultivable sin bestia de tiro…

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