León Felipe. Al servicio de la Cultura Popular. (I de II). «Good bye, Panamá», «El Salmo es mío», «El hacha».

Foto. León Felipe.

Al servicio de la Cultura Popular.

-León Felipe (I de II)

Cuando estalló la sublevación fascista León Felipe estaba en Panamá dando clases en la Universidad. Nada más tener conocimiento del inicio de la guerra, volvió a España para correr la misma suerte que el pueblo para el que escribió. Permaneció junto a los intelectuales y artistas de la Alianza de Antifascistas para la Defensa de la Cultura en el Madrid sitiado, hasta que en 1938 inició una gira por América para dar a conocer la heroica lucha del pueblo.

En 1940, ya en el exilio, se estableció en México donde permaneció hasta su muerte. En su poesía y en sus escritos siempre reflejaba la lucha contra la desigualdad, su unión con los que sufren la opresión y luchan por acabar con la explotación.

Una muestra de todo ello es el magnífico texto “Good bye, Panamá”, que hoy día sigue conservando su total vigencia.

«En estos dos meses que va a tener ya de vida y de muerte la tragedia de España no sólo se ha abusado de la retórica difamatoria sino que se ha creado hasta una difamación especial (…) Y cualquier necio, con unas fauces de energúmeno, se ha subido siempre al primer banco de la plaza pública para ofrecerle una oratoria enconada y purulenta al mejor postor. Pero hoy con la radio sin censura, sin escrúpulos y sin pudor, todos los mastines que saben ladrar bien se han convertido en speakers y no sólo propalan con sus aullidos noticias falsas e ignominiosas, sino que las comentan y hasta filosofan y moralizan sobre ellas…

Hay hombres que dicen que no lo hemos ensayado todo, que aún hay esperanzas y que aún se puede luchar por un mundo mejor. Pues bien, señores, estos hombres, aunque sean unos ilusos, valen más que los otros. Y yo me voy con ellos a dar mi vida, porque el mundo así, con este orden donde un imbécil puede ser ministro y un mastín suelto sin cadena y sin bozal puede ser un educador, no lo quiero.

Mañana, o el mundo se organiza sobre bases de justicia y de igualdad humana o el mundo no se organiza de ninguna manera… ¿Es esto comunismo, es comunismo lo que yo he explicado en mis últimas conferencias? Pues bien, señores, si esto es comunismo: o mañana somos todos comunistas por la gracia de Dios o el mundo se va al garete. Este es el dilema que está en la conciencia del hombre y un problema que la voluntad y la libertad del hombre tienen que decidir…

Lo que me inquieta ahora es la realidad presente de España. Su llanto y su sangre. Y ver en qué sitio está la lucha…»

–“Todo lo que se pesa, todo lo que se compra, / todo lo que se mide y que se cuenta / lo habéis defendido como perros / y todo se ha salvado… ¡todo!… / Pero habéis asesinado los sueños, / ¿oísteis? / ¡Habéis Asesinado Los Sueños!”

–“Tuya es la hacienda, la casa, / el caballo, / y la pistola. / Mía es la voz antigua de la tierra. / Tú te quedas con todo / y me dejas desnudo y errante por el mundo… / más yo te dejo mudo… ¡Mudo! / ¿Y cómo vas a recoger el trigo / y alimentar el fuego / si yo me llevo la canción?”.

Cartel histórico. León Felipe en acto de poesía revolucionaria. CNT-FAI.

-¡El salmo es mío!

Y la España que se llevó la canción, se llevó el salmo también. 

Jamás oí en las catedrales españolas un salmo afilado que se pudiese clavar en el cielo, en la tierra o en la carne del hombre. 

Y siempre me preguntaba al entrar en las iglesias: ¿dónde estará el salmo? ¿dónde le habrán escondido los canónigos? 

Durante el expolio de la última guerra española, lo encontré. Lo habían guardado los sacristanes en una vitrina y allí lo retenían como un idolillo inútil ya y sin sentido, para que lo contemplasen la erudición eclesiástica, los poetas pedantes y los turistas. 

Me lo llevé.  Entonces me lo llevé. Al final ya de la contienda, allá por los últimos días del año 1938, cuando los «rojos» se habían ya incautado de las iglesias y de los ornamentos sagrados (de los utensilios y los cubiletes de los malabaristas y de los mercaderes del templo), y me llevé el salmo. 

Denunciadme al Sumo Pontífice, dadle mis señas, mostradle mi cédula (este libro es mi cédula). 

Decidle que es que va aullando en la ráfaga negra del Viento, por todos los caminos de la Tierra… es el salmo.  Y que no me lo llevo, que me lo llevo en mi garganta, que es la garganta rota y desesperada del hombre a quien él ha dejado sin altar y sin tabernáculo. 

No me lo robo.  Me lo llevo… ¡lo rescato!  El salmo es mío… ¡del poeta! El salmo es una joya que les dimos en prenda los poetas a los sacerdotes. 

¡Fue un préstamo! 

Y ahora me lo llevo. 

Cuando los arzobispos bendicen el puñal y la pólvora y pactan con el sapo iscariote y ladrón… ¿para qué quieren el salmo? 

El poeta lo rescata…  se lo lleva, porque el salmo es del poeta… ¡Mío!… ¡El salmo es mío!

Foto. León Felipe, ya anciano.

-El hacha

Elegía española

A los caballeros del Hacha,

los cruzados del rencor y del polvo…

todos los españoles del mundo.

II

¿Por qué habéis dicho todos  

que en España hay dos bandos, 

si aquí no hay más que polvo? 

En España no hay bandos, 

en esta tierra no hay bandos, 

en esta tierra maldita no hay bandos. 

No hay más que un hacha amarilla  

que ha afilado el rencor. 

Un hacha que cae siempre, 

siempre, 

siempre, 

implacable y sin descanso 

sobre cualquier humilde ligazón: 

sobre dos plegarias que se funden, 

sobre dos herramientas que se enlazan, 

sobre dos manos que se estrechan.  

La consigna es el corte, 

el corte, 

el corte, 

el corte hasta llegar al polvo, 

hasta llegar al átomo. 

Aquí no hay bandos, 

aquí no hay bandos 

ni rojos 

ni blancos 

ni egregios 

ni plebeyos  

ni plebeyos  

Aquí no hay más que átomos, 

átomos que se muerden. 

España, 

en esta casa tuya no hay bandos. 

Aquí no hay más que polvo, 

polvo y un hacha antigua, 

indestructible y destructora, 

que se volvió y se vuelve 

contra tu misma carne 

cuando te cercan los raposos. 

Vuelan sobre tus torres y tus campos 

todos los gavilanes enemigos 

y tu hijo blande el hacha 

sobre su propio hermano. 

Tu enemigo es tu sangre 

y el barro de tu choza. 

¡Qué viejo veneno lleva el río 

y el viento, 

y el pan de tu meseta, 

que empozoña la sangre, 

alimenta la envidia, 

da ley al fratricidio 

y asesina el honor y la esperanza! 

La voz de tus entrañas 

y el grito de tus montes 

es lo que dice el hacha: 

«Éste es el mundo del desgaje, 

de la desmembración y la discordia, 

de las separaciones enemigas, 

de las dicotomías incesables, 

el mundo del hachazo… ¡mi mundo!, 

dejadme trabajar.» 

Y el hacha cae ciega, 

incansable y vengativa 

sobre todo lo que se congrega 

y se prolonga: 

sobre la gavilla 

y el manojo,  

sobre la espiga  

y el racimo, 

sobre la flor y la raíz,  

sobre el grano  

y la simiente,  

y sobre el polvo mismo 

Mi grano y la simiente. 

Aquí el hacha es la ley  

y la unidad el átomo, 

el átomo amarillo y rencoroso. 

Y el hacha es la que triunfa. 

Español, 

más pudo tu envidia 

que tu honor, 

Y más cuidaste el hacha 

que la espada. 

Tuya es el hacha, tuya. 

Más tuya que tu sombra. 

Contigo la llevaste a la Conquista 

y contigo ha vivido 

en todos los exilios. 

Yo la he visto en América 

–en México y en Lima–, 

Se la diste a tu esposa 

y a tu esclava 

y es la eterna maldición de tu simiente. 

Tuya es el hacha, ¡el hacha!, 

la que partió el Imperio 

y la nación, 

la que partió los reinos, 

la que parte la ciudad 

y el municipio, 

la que parte la grey 

y la familia, 

la que asesina al padre. 

–¡Alvargonzález, 

Alvargonzález, habla!– 

Bajo su filo se ha hecho polvo 

el Arca, 

la casta, 

y la roca sagrada de los muertos 

el coro, 

el diálogo 

y el himno  

el poema, 

la espada 

y el oficio  

la lágrima, 

la gota 

de sangre 

y la gota 

de alegría 

Y todo se hará polvo, 

todo, 

todo, 

todo 

polvo con el que nadie 

¡nadie! 

construirá jamás 

ni un ladrillo 

ni una ilusión. 

VII 

-¡Eh, tú, Diego Carrión!  

¿qué insignia es esa  

que llevas en el pecho? 

–El haz de flechas señorial. 

–¿Y tú, Pero Vermúdez? 

–La estrella redentora y proletaria. 

Españoles, 

«dejémonos de burlas».  

No es ésta ya la hora de la farsa.  

«Vámonos poco a poco,  

que en los nidos de antaño  

no hay pájaros hogaño.  

Yo fui loco  

y ya estoy cuerdo.» 

Nadie tiene aquí lágrimas 

¡pero tampoco risas! 

Aquí no hay lágrimas 

ni risas 

Aquí no hay más que polvo. 

¡Quitaos esas máscaras! 

Nuestro símbolo es éste: el hacha. 

Marcaos todos en la carne del costado 

con un hierro encendido, 

que os llegue hasta los huesos 

el hacha destructora 

Todos, 

Diego Carrión, 

Pero Vermúdez, 

todos 

El Hacha es la divisa. 

Y vamos a dormir, 

a descansar en el polvo, 

aquí, 

en el polvo y para siempre. 

No somos más que polvo. 

Tú y yo y España 

no somos más que polvo. 

Polvo, 

polvo, 

polvo 

Nuestra es el hacha, 

el hacha y el desierto 

el desierto amarillo 

donde descanse el hacha, 

cuando no quede ya 

ni una raíz, 

ni un pájaro, 

ni un recuerdo, 

ni un hombre 

España, 

¿por qué has de ser tú madre de traidores 

y engendrar siempre polvo rencoroso? 

Si tu destino es éste, 

¡que te derribe y te deshaga el hacha!

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