Descarga de «El manifiesto de los plebeyos, y otros escritos», de Graco Babeuf, revolucionario francés y con teorías políticas precursoras del comunismo.

Portada del libro.

Biblioteca popular:

-El manifiesto de los plebeyos. Y otros escritos.

Graco Babeuf.

Contenido:

  • El manifiesto de los plebeyos.
  • ¿Qué hacer?.
  • La posibilidad del comunismo.
  • Llamamiento apremiante a los patriotas.
  • Permanecer firmes.

François-Noël Babeuf (Saint Quentin, 23 de noviembre de 1760 – París, 27 de mayo de 1797), conocido como Gracchus Babeuf o Graco Babeuf, fue un político, periodista, teórico y revolucionario francés. Murió guillotinado por intentar derrocar el gobierno del Directorio con la «Conspiración de los Iguales». Su teoría política, conocida como babuvismo, es considerada una de las precursoras del comunismo.

4 de noviembre de 1794. (Le Tribune du Peuple, No. 25)

París, 17 Brumario, año 4 de la República, Ciudadano:

Lejos de los defensores del pueblo, lejos del pueblo mismo, esta diplomacia, esta pretendida prudencia maquiavélica, esta política hipócrita que no es buena más que para los tiranos, y que en estos últimos tiempos emplean los patriotas, les ha hecho perder los frutos más bellos de la victoria del 13 Vendimiario. Reflexiones, fundadas sobre todo en los ejemplos, me han dado la convicción de que, en un estado popular, la verdad debe aparecer siempre clara y desnuda. Siempre hay que decirla, hacerla pública, hacer al pueblo entero confidente de cuanto concierne a sus intereses más importantes. Las circunspecciones, los disimulos, los apartes, entre las camarillas de hombres selectos y pretendidos reguladores, no sirven más que para matar la energía, falsificar la opinión, hacerla fluctuante, incierta, y, de ahí, despreocupada y servil, y dar así facilidades a la tiranía que puede organizarse sin obstáculos. Eternamente convencido de que nada grande se puede hacer sin contar con el pueblo, creo que es necesario, para hacerlo, decirle todo, mostrarle sin cesar lo que hay que hacer, y temer menos los inconvenientes de la publicidad de que disfruta la política, y contar más con las ventajas de la fuerza colosal que evita las trampas de la política …

Hay que calcular toda la fuerza que se pierde dejando a la opinión en la apatía, sin alimento y sin objetivo, y todo lo que se gana activándola, esclareciéndola y mostrándole un objetivo.

Creo que es mi deber referirte estos argumentos, ciudadano, porque eres tú la causa de todo este alboroto que se hace contra mí y mi pobre número 34. Son tus portavoces los que ayer noche acudieron a los lugares en donde se reúnen los patriotas para dar la alarma contra esta producción. Te los refiero, estos argumentos, porque tengo todavía la vanidad de creer que valen tanto como aquellos que tú quisieras hacer prevalecer sobre mi gran principio; que, en estos momentos de terrible extremidad, la política, para aquel que no piensa más que en el bien del pueblo, es soberanamente impolítica.

Acaso no te convertiré. No tengo esta pretensión. Pero tú no deberías tener, tampoco, la de condenarme, o, lo que es casi lo mismo, de provocar sobre mí las maldiciones de mis hermanos, cuando ves que no me puedes someter a tu creencia. Tú no debes juzgarte infalible, como yo tampoco sostengo serlo. Debes contar tanto menos con tus medios habituales; es decir, con el artificio y la astucia que estimas indispensables para hacer triunfar la justicia sobre la iniquidad. Debes, digo, tanto menos contar con estos medios cuanto que, aun aceptando aquello de que te vanaglorias, que has intrigado constantemente desde hace quince meses por la democracia, la más desgraciada experiencia prueba que no has logrado ningún éxito. Luego es probable que tu camino no sea el bueno. Luego no debes tomar a mal que yo busque otro totalmente diferente. Luego no debes pretender imperativamente dictarme la lección ni tener el derecho de despreciarme por todas partes si me niego a someterme.

Demasiado se ha dicho durante cierto tiempo que tú eres mi mentor; soy demasiado orgulloso para soportar, siquiera, que semejante idea pueda llegar a la opinión. Si has pensado poder realizar lo que en otro tiempo no fue más que una falaz suposición de los enemigos del pueblo, te han equivocado. Recibiré tantos consejos como quieran darme; pero no quiero que degeneren en lecciones de catecismo. ¿Sabes que a eso se parecía nuestra conferencia de dos o tres horas del 14 Brumario? Tómate la molestia de recordar cómo desempeñaste el papel de maestro y cómo me colocaste en el de alumno. ¡Mi amor propio sufrió de semejante situación! …

En efecto, ¿cómo no sentirse humillado quien ha imaginado ser el guía de su país, al ver llegar a alguien que le ofrece sus luces, y pretende casi garantizarle que aquéllas son más preferibles que las propias? Hay gentes a las que encanta poner de relieve el espíritu de los otros, confieso que tal no es mi caso. Yo no soy nada con ropa prestada. Yo no soy yo, más que con mi propio ropaje, y sería el primero en no reconocerme, si quisiera adornarme con los más bellos plumajes que me fueran ajenos.

No había nada que pudiera, pues, llevar al ciudadano Fouché a provocar, ayer noche, una insurrección contra mí, en todos los cafés patrióticos. Me alegra haber dispuesto, tres horas antes, de testigos tales como Antonelle y dos ciudadanos más, que pueden certificar las disposiciones preparatorias que adoptó y los reproches que me hizo por no haber sometido, antes de la impresión, mi número a su censura; añadiendo que, mediante ciertas supresiones, me hubiera hecho obtener seis mil subscripciones del directorio ejecutivo; que debía seguir los pasos de Méhée y Réal, quienes según él, son ahora hombres por excelencia; que bien se hubiera encargado él, Fouché, de pagar las cuatro a cinco mil libras de gastos de impresión de mi número, a fin de que no apareciera antes de haber sufrido, de su parte, la prueba de la censura.

Qué rico te has vuelto, Fouché. Cuando partí para ir relegado al Norte, pensé poder depositar en ti bastante confianza para recomendarte a mis hijos. Fueron a verte. Les remitiste un día diez francos. Fue todo el interés que te tomaste por la familia de una honorable víctima del patriciado. Hoy, sacrificarías de cuatro a cinco mil francos para ahogar algunas verdades. Este último objetivo merece mucho más que el otro conmover tu corazón.

Hace un año, Fouché, se hallaba en funciones, junto al gobierno de entonces, otro director o síndico de la librería: era Lanthenas. Me escribió. Conservo sus cartas, y puedo todavía mostrar propuestas parecidas a las tuyas, si bien insinuadas con un poco más de rodeos. Te doy la misma respuesta que a Lanthenas. No quiero ningún censor, ningún corrector, ningún apuntador: yo opto aún por la persecución, si es necesario; no quiero de ninguna forma de ponerme al diapasón de los Méhées, y persisto en sostener, contra ti, que ha llegado el momento de decir todas las verdades.

Puedes conspirar con el gobierno actual: ya se sabe que todo gobierno conspira. Yo declaro que también entro en una conspiración. Puedes poner tantos confidentes como quieras en campaña, jamás la destruirás.

Si esta epístola debiera ser leída por patriotas, yo les diría lo siguiente: acordaros que hace un año, yo tenía más razón solo, que todos los jacobinos juntos. Reclamaba a gritos la constitución de entonces. Si la hubieran reclamado al mismo tiempo que yo, habrían salvado al pueblo y se hubieran salvado ellos mismos. Por el contrario se opusieron a mí durante mucho tiempo y procuraron constantemente retrasar el momento de la aplicación de esa constitución. Finalmente, reconocieron que yo veía más claro que ellos y vinieron a hacer coro conmigo. Pidieron, por bocas de Barrere y Audouin, el pronto establecimiento del régimen constitucional; pero era demasiado tarde. Algunos días después, su sociedad murió asesinada. Su reclamación por consiguiente, no tuvo ya fuerza.

El momento de la temporización ha pasado. Ya no se puede esperar. Se dice que hay que dejar que se rehaga la opinión pública. Está suficiente hecha. El pueblo siente demasiado el exceso de sus males; no puede soportarlos por más tiempo. Para socorrerlo, no hay más rápido remedio que el de ponerlo en lucha contra sus enemigos, contra cuantos son la causa de todo lo que sufre.

Querer que espere, es pedir que cada día crezca la fuerza destructiva que despuebla nuestro país con progresos terriblemente rápidos, que nos envía a cada uno de nosotros, uno tras otro, a la muerte, con lentas y horribles angustias.

Maldito aquel que a la vista de este desastroso espectáculo, permanece frío y predica la paciencia.

Tu extrema actividad, Fouché, para obstaculizar miesfuerzos cívicos, no permite que yo me dispense de dar publicidad a esta carta. Se trata de algo demasiado serio tanto para la patria cuanto para mi honor personal. Esta misma carta servirá para fortalecer, a los ojos de los patriotas, las observaciones que ya han hecho sobre ti. Tienes relaciones con el por y el contra; te insinúas dentro de todos los partidos; has pasado por encima de todas las proscripciones, y parece que sólo se ha hecho como si se te persiguiera; no se sabe qué pensar de ti.

Distínguete ahora, vengándote del insulto hecho a la última constitución. Sin duda la ocasión es propicia. Jamás has abierto la boca para defender la democrática. Sería un acto de valor para ti y cuantos te sirvan de eco, poner el grito en el cielo contra todos los que atacarán esta obra maestra de los once. ¡Amigos míos, tendréis al gobierno de vuestro lado! Cuando hubiera sido necesario defender la constitución popular, teníais al gobierno en contra: por ello, prudentemente, no dijisteis nada.

Firmado, G. Babeuf.

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