Falangistas asesinaron en el Bierzo de 1936 a Luis Vega, de 18 años / Libro: «Prisioneros en el Campo de Concentración de Orduña (1937-1939)» / Canarias, el látigo asesino del ‘Verdugo de Tenoya’.

Foto. Entregan restos de Luis Vega.

Memoria histórica imprescindible:

-Falangistas asesinaron en el Bierzo a Luis Vega, de 18 años.

Luis Vega González, de profesión segador, tenía 18 años y era natural de Noceda del Bierzo en León. Fue a principios de septiembre de 1936 cuando en su destino se cruzaron los verdugos, siendo asesinado por falangistas y arrojado su cuerpo en una fosa común encontrada en la localidad leonesa de Cospedal de Babia.

Genoveva entierra a su hermano Luis, asesinado por falangistas cuando tenía 18 años.

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica entrega los restos de Luis Vega González, 86 años después de que fuera asesinado.

https://memoriahistorica.org.es/genoveva-entierra-a-su-hermano-luis-asesinado-por-falangistas-cuando-tenia-18-anos/

Portada del libro sobre campo concentración de Orduña.

-Campo de concentración franquista de Orduña, un infierno por el que pasaron 50.000 prisioneros republicanos.

El Campo de Concentración de Prisioneros de Orduña fue uno de los primeros que Franco abrió. Se estableció en el antiguo colegio de los jesuitas. Permaneció abierto durante 27 meses, entre julio de 1937 y septiembre de 1939, para recluir de forma preventiva, clasificar y «reeducar» a los prisioneros hechos por las tropas franquistas en los frentes de Bizkaia, Aragón y Cataluña, fundamentalmente.

Con una capacidad máxima asignada de 5.000 personas, Orduña fue uno de los campos más grandes. Por él pasaron 50.000 prisioneros, muchos de ellos fueron gudaris del Ejército vasco, el otro gran grupo de prisioneros estuvo compuesto por milicianos, catalanes sobre todo.

*El traslado y el ingreso

Los prisioneros llegaban a Orduña en trenes de mercancías utilizados normalmente para el transporte de ganado, que iban y venían a cualquier hora del día o de la noche. Los traslados solían ser masivos. Sin agua, sin comida y sin conocer su destino, los prisioneros eran obligados a viajar durante infinidad de horas en condiciones deplorables, hacinados en el interior de vagones de madera cerrados, sucios y oscuros, que carecían de asientos, ventanas y retretes.

Fueron sometidos a unas condiciones de la más absoluta indefensión y sin ningún tipo de garantía judicial, apaleados y humillados sin cesar, sin ropa de abrigo, ateridos de frío, hacinados, enfermos, infestados de piojos, y medio muertos de hambre.

Como se reconoció oficialmente en varias ocasiones, la alimentación que se suministraba a los concentrados en Orduña era muy escasa y deficiente. Las carencias fueron tales que la población reclusa se depauperaba y debilitaba día a día, hasta el punto de que los propios guardianes advirtieron de la situación a sus superiores diciendo que ni con la mejor voluntad era posible mantener a los prisioneros debidamente.

Pero la principal amenaza —al menos durante el primer período— no fue el hambre. Ni el frío, ni la suciedad, ni los piojos. El mayor peligro era un guardián violento, cruel y siniestro a quien los prisioneros llamaban ‘El Manco’, porque era un lisiado de guerra al que le faltaban tres dedos de la mano derecha. Solo conservaba el pulgar y el índice, pero su discapacidad no le impedía dar palizas de muerte con el garrote. Su inseparable garrote blanco.

Entre estacazos, castigos, vejaciones, carencias e insultos, los derrotados empezaron a vislumbrar cuál sería el precio que iban a pagar por haber «traicionado a la Patria», y el lugar que ocuparían en la «nueva España» que estaba surgiendo. Su única obligación era obedecer y callar. Habían perdido la guerra y estaban a merced de su enemigo, sin derecho a nada.

El día a día en el Campo de Concentración de Prisioneros de Orduña se caracterizó por la rutina, el tedio y la falta de actividad de la inmensa mayoría de los cautivos. Su quehacer diario se limitaba a deambular por el patio o a buscar un rincón para resguardarse de la lluvia y el frío, matándose los piojos, huyendo de los golpes e intentando engañar al hambre.

La monotonía del cautiverio solía ser interrumpida por soflamas que difundían la propaganda social, política y religiosa del régimen. Lo que se perseguía, en definitiva, era doblegarlos por medio de la violencia física y psicológica, y reprogramar sus mentes.

Los únicos que podían ver medianamente alterado su cautiverio eran los que salían fuera del campo. Eran esclavos que trabajaron en multitud de obras públicas y privadas locales. Orduña, por otro lado, obtuvo un ingreso económico directo de su presencia, gracias a un acuerdo por el que el Ayuntamiento cobró 0,70 céntimos de peseta por prisionero al mes en concepto de arbitrios municipales.

Tan solo se registraron 24 fallecimientos en 27 meses. Aunque realmente cuesta creer que se produjeran tan pocas muertes entre las aproximadamente 50.000 personas internadas en Orduña en esas condiciones extremas, teniendo en cuenta, además, que los inviernos de 1938 y 1939 fueron especialmente duros. Los testigos, por su parte, afirman que las muertes eran muy habituales, sobre todo las producidas como consecuencia del hambre, del frío, de la falta de asistencia médica o de los golpes de los guardianes. Todas esas de las que no hay rastro en los registros.

*Joseba Egiguren, autor del libro «Prisioneros en el Campo de Concentración de Orduña (1937-1939)».

Foto. Domingo ‘Valencia’.

-Domingo no vio Justicia.

Domingo Santana Armas «Valencia»

«Nos sacaban de madrugada del cuartelillo de Tamaraceite y nos llevaban a Los Giles, allí nos daban leña de mala manera, varios compañeros murieron descuartizados por el látigo del «Verdugo de Tenoya», eso todos los días hasta que varias semanas después nos llevaron al otro infierno del campo de concentración de La Isleta.

Ese día delante de la Audiencia Provincial de Las Palmas, Domingo Valencia, no entendía que los jueces ratificaran en segunda instancia aquel auto judicial, ”que no se apreciaban detenciones ilegales ni crímenes de lesa humanidad” “que en todo caso había prescrito”, sentenciaban ante nuestra demanda para la exhumación de los sesenta fusilados y enterrados en la fosa común del cementerio de Las Palmas:

-¿Paco como es posible esto mi hijo? Pero si eso que hicieron tan terrible no puede prescribir nunca- me decía casi al oído.

Agarrado de mi hombro, le fallaron las fuerzas, se mareó a sus casi 90 años, cuando una compañera leyó en alto la sentencia de los señores jueces del Tribunal Superior de Justicia de Canarias.

A mi gran amigo, casi familia, le caían las lágrimas por sus mejillas desoladas, viendo el maltrato judicial sobre hombres acribillados a balazos en Consejos de Guerra ilegales por defender la democracia y la libertad:

-Pero si solo hemos pedido enterrarlos dignamente ¿Porqué nos tratan así si no les hemos hecho ningún daño? susurraba como hablando solo cuando lo sentamos en la cafetería frente al juzgado para darle un vaso de agua con azúcar.

Domingo, estuvo detenido desde julio del 36 con sus compañeros posteriormente fusilados cuando apenas tenia quince años. Compartieron torturas horrendas, simulación de ejecuciones con los máuser, brutales palizas de madrugada en los parajes solitarios de Los Giles, junto a las gigantescas fincas de tomateros de los Betancores.

Murió olvidado, sin una humilde calle, solo sus camaradas del PCC del municipio de Ingenio le rindieron merecido tributo poniéndole su nombre a la Agrupación.

Ese día de enero de 2013 envejeció miles de años:

-Tanto tiempo jugándonos la vida en la clandestinidad pa esto- me dijo llorando llegando a su casa de Casa Ayala en mi furgoneta, no pronunció palabra en todo el triste recorrido.

https://viajandoentrelatormenta.com/domingo/

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