«Tristes, tristes, ellos». Patéticos y aún más tristes, ellos, los periodistas, los «pacifistas», los intelectuales, los artistas, los académicos, los «tolerantes»… Recuperado. Paco Cela. 1997.

Pantallazo texto ‘Tristes, tristes, ellos’.

Recuperando escritos de presos políticos:

«Tristes, tristes, ellos»

Paco Cela Seoane.

Preso Político de los GRAPO. Prisión de Herrera, Septiembre 97.

Tristes, tristes, ellos, patéticos y aún más tristes, ellos, los periodistas, los «pacifistas», los intelectuales, los artistas, los académicos, los «tolerantes»… Ellos, los reducidos a goebbelianas marionetas que ríen, hablan, lloran, cantan, gimen, ladran… al son que toca la flauta de los fondos reservados. ¡Vedlos, vegetativamente instalados por las terrazas de la negra noche de las cloacas! Reptan como serpientes sobre los anillos envolventes de una palabra herida de muerte por el veneno de la mentira y la infamia; herida de muerte por la dentellada ciega de una sombra helada que con el polvo de la manipulación muerde a la sílaba y la desangra, la acuchilla con el filo del vacío y el horror de la nada. «Donde posan su vuelo revienta sangre y savia / como densas bebidas animales, / donde canta su ira el espanto / su cabello de pronto encanecido, / donde sus picotazos se encarnizan / se apagan corazones como brasas echadas en un pozo».

Y yo, que milito, activa y conscientemente, en el frente de los «violentos», «porque yo empuño el alma cuando canto», porque «De sangre en sangre vengo / como el mar de ola en ola», porque «Me persigue la sangre ávida, fiera, / desde que fui fundado, / y aún antes de que fuera / proferido, empujado / por mi madre a esta tierra codiciosa», escupo sobre sus pálidas y blancas manos. Manos que no surcan, como inocentes palomas, cielos reventando de azules esperanzas; manos que se arrastran por las vetas minerales de corazones que sólo conocen el latido de la roca; manos que ocultan y borran las huellas que conducen al verdugo que cotidianamente ejecuta a jóvenes tantos que buscan en la aguja hipodérmica los sueños y el futuro que les roban; manos que ocultan y borran las huellas que señalan al verdugo que tras la cara oculta del azul lazo prepara el cadalso por donde manará un diluvio de sangre obrera. «Accidentes» de trabajo le llaman a esos asesinatos planificados, fría y matemáticamente, para aumentar los beneficios de los empresarios. «Un albañil de sangre, muerto y rojo, / llueve y cuelga su blusa cada día / en los alrededores de mi ojo, / y cada noche con el alma mía, / y hasta con las pestañas lo recojo».

¡Qué tristes, pero qué tristes, ellos, patéticos y aún más tristes, ellos! «Ellos, ellos nos traen una cadena / de cárceles, miserias y atropellos». Ellos, que ya no sienten la mutilación de sus alas, que jamás podrán saborear la fascinación del vuelo, jamás internarse y renovarse por las fuentes de los sueños, jamás contemplar como el amanecer de la mañana labra los brillos de la luz en la mirada, gusanean por los púlpitos de la tinta impresa, por los oráculos de los micrófonos de la radio, por la Basílica de las cámaras televisivas… tejiendo, por entre las telarañas de la larga noche de la agonía, la oscuridad y la tiniebla con la que quisieran enterrar y sepultar de cadenas los corazones nuestros. «Son cada vez más grandes las cadenas, / son cada vez más grandes las serpientes, / más grande y más cruel su poderío, / más grandes sus anillos envolventes, / más grande el corazón, más grande el mío».

Ellos, los periodistas, los «pacifistas», los intelectuales, los artistas, los académicos, los «tolerantes»… Ellos, los reducidos a goebbelianas marionetas que bailan al son que toca la flauta de los fondos reservados, alimentan mucha jornada de sufrimiento, incitan y alientan mucha noche larga de caza de brujas y cuchillos largos, hilvanan la cortina de humo tras la que el fascismo se embosca y ametralla la voz que ante la injusticia no enmudece y calla… ¡Imbéciles, ellos, los que no saben que la sangre que por la Libertad se vierte, siempre en la Libertad renace! «No temáis que se extinga su sangre / sin objeto, / porque éste es de los muertos que crecen y se agrandan / aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto».

Y yo, que milito, activa y conscientemente, en el frente de los «violentos», empuño mi alma y canto: «Llegaron a las trincheras / y dijeron / firmemente: ¡Aquí echaremos raíces / antes que nadie nos eche!».

Nota: todos los versos entrecomillados pertenecen a poemas de Miguel Hernández.

Editado en la revista Antorcha n.2 enero 1998.

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