«Pronto habrá sol», carta de Liúsik Lisínova de 1917 / «La primera lección» frente a los nazis, relato de L. Leonov, / «La guerra», dibujo de Otto Dix.

Texto. Carta de Liúsik Lisinova.

Repasando la historia:

Biblioteca popular.

-“Pronto habrá sol”

9 de mayo de 1917

Querida Anaíd:

Suelo escribirte cuando me siento abatida, como me ocurre ahora. Pero, en compensación, cuento con una satisfacción enorme, con un gran sedante: el trabajo. Trabajo mucho, en la propaganda. Cuando, con la ayuda de mis manos, la materia prima se convierte en un obrero consciente, cuando despierto en él la conciencia de clase… me siento satisfecha, mis fuerzas se multiplican y soy una persona llena de vida. El abatimiento se desvanece, y voy al trabajo rebosando entusiasmo. Eso me ayuda a estudiar mucho, a organizar mi vida (sin ello el trabajo no resulta), a renunciar a la alegre compañía de mis camaradas y a estudiar y estudiar. Me llena de gozo haber trabajado ya en los años de la clandestinidad, poseer hábitos que me permitan trabajar ahora. Tenemos que luchar mucho contra todos los que se oponen a “nosotros”, los bolcheviques… Ahora voy a seleccionar y comprar dos bibliotecas para dos fábricas, y luego, volveré a casa para ocuparme de las mujeres socialdemócratas… Anaíd, ¡cuánta fuerza y cuánto talento existen latentes en los medios obreros!… Seguramente creerás que, como todas las que asisten a cursillos, soy sentimental y hablo con lágrimas en los ojos de la libertad y de los “pobres obreros”. No; estoy muy lejos de eso, ya los conocí antes, por mi trabajo, y ahora los conozco bien. Ellos tienen la ventaja de ser la clase a la que pertenece el futuro, una clase que comienza a desarrollarse y cuyas energías despiertan.

No te preocupes por mí. Estoy llena de fuerzas y de ánimo. Parece que en mí han cambiado muchas cosas. Pero no importa, aún cambiarán muchas más. Ahora tengo que salir, con el frío que hace… El granizo golpea las ventanas, tamborileando en los cristales una canción melancólica y salvaje, pero saturada de vida, y el cielo, gris, está triste y solitario. Pero pronto habrá sol, y la vida misma barrerá, como una escoba, las últimas dudas del invierno. Muchos besos.

Liúsik

Anaíd, recuerda que vivo una vida pletórica.

*Liúsik Lisínova, muchacha estudiante de diecinueve años, era propagandista del Partido entre los obreros de Moscú. Figuraba entre los organizadores de la Unión de la Juventud Obrera. En los días de los combates de Octubre en Moscú, Liúsik evidenció gran valor e intrepidez. Pereció veinticuatro horas antes de la victoria definitiva… Su féretro fue llevado sobre fusiles entrecruzados. Liúsik Lisínova, soldado de la revolución, está enterrada en la Plaza Roja, junto a las murallas del Kremlin.

Texto. La primera lección.

-“La primera lección”

¡Cuán rápidamente crecen y maduran nuestros hijos en tiempos de guerra!… Cuando los primeros alemanes aparecieron en su patria chica, donde amaba cada mata y cada calvero con un cariño infantil, todavía no hecho conciencia, Volodia ocupó inmediatamente su puesto al lado de los adultos.

(…) Poco más tarde, en agosto de 1941, Volodia organizó por su cuenta un destacamento guerrillero integrado por jóvenes de su pueblo. Él mismo pasó a ser maestro en aquella escuela de combate. Llegó por fin el día de la primera modesta clase, del primer choque con los conquistadores que habían sometido a media Europa. Los jóvenes organizaron una emboscada, tendiéndose cerca de una carretera. Acompañado de un metálico ruido de tarros, un camión pasó muy cerca. Y al mismo nivel se movían en la alta hierba los cañones de los fusiles. Los chicos conocían bien a aquellos detestables «invitados»: eran los «ordeñadores», que recogían leche para el ejército alemán (…)

-¡Fuego! -pronunció gravemente el niño.

Sonó una descarga desacorde.

Chirriaron los frenos, y el camión se detuvo. Volodia se mordía enojado los labios: ¡Oh, cuántos errores a la vez, cuando el blanco estaba tan cerca! Los alemanes saltaron a tierra y se tendieron tras un terraplén (…) ¡Qué rosada era la leche que fluía a través de las rendijas de la carrocería!… El tiroteo era denso. Los jóvenes amigos de Volodia, todavía no fogueados, abandonaron el campo de combate. Por lo visto, aquello no se lograba de golpe… ¡Bien! Al quedarse solo, Volodia enfiló la ametralladora: «¡Ahora verán!». Sonó un disparo suelto, en vez de una ráfaga. El propio jefe del destacamento quedó súbitamente desconcertado: se habría estropeado el arma? El mismo la había desmontado y limpiado la víspera… Lo invadió una turbación casi infantil: en un abrir y cerrar de ojos debía recordar todo lo que había estudiado en las clases especiales de la escuela…

¿Por qué no dispara?, ¿por qué? Lo he olvidado, lo he olvidado… -musitaba.

Aquello se parecía a un examen, a un terrible examen, cuyo tribunal eran la vida o la muerte… Aprovechando la tregua, los alemanes montaron precipitadamente en el camión. Volodia de nuevo empuñó el fusil: aquello era más sencillo. ¡Bravo! Otro cayó, como si se zambullera en la verde hierba. El oficial enemigo, doblándose por la mitad, se llevaba las manos al vientre.

-¡Ten cuidado, no te abrases las entrañas con leche rusa calentita, comandante! (…)

Seguramente, por la noche, en un lugar retirado, en algún granero intacto por milagro, se reunió el destacamento. Los chicos no se miraban a la cara, y la joven voz de bajo de Volodia sonaba con seriedad nada infantil:

-¡No importa, camaradas! Estamos aprendiendo. Sin embargo, veamos cuáles han sido las causas del fracaso de la operación.

Naturalmente, no riñó a sus compañeros; miraba a los bondadosos y turbados rostros de los jóvenes campesinos y buscaba palabras de aliento para despertar en ellos la destreza, la serenidad y una gran fuerza de resistencia. En fin de cuantas no era de extrañar que hubiesen sufrido un revés. Corrían tiempos en los que todo el país aún estaba aprendiendo a rechazar al súbito enemigo. La cacareada organización alemana, multiplicada por la experiencia masiva de los asesinatos en toda Europa y aplicada al pillaje y al terror en nuestro suelo, parecía entonces una fuerza negra y enorme. Volodia Kurilenko sabía que aquella primera lección iba a serles muy provechosa en el futuro.

De “Tu hermano Volodia Kurilenko”, de L. Leonov.

*Publicados en la revista “Antorcha”, en su sección “…Como la vida misma”. Recogidos de “La juventud va a la Revolución: (cuentos, cartas, diarios, fotos)”, Moscú, 1973. Editorial Progreso.

Dibujo. Muerto, primer plano, destrozado por la metralla.

Jamás olvidar:

La guerra”, de Otto Dix.

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