El fascismo que robaba o mataba de frío los bebés de presas políticas que luego fusilaba. Las historias imprescindibles de María Pérez Cruz y María Lozano Hernández.

Foto. De pie, María Pérez Cruz, con una amiga.

Memoria histórica imprescindible:

-El hijo robado de María Pérez Cruz, la última mujer fusilada por el franquismo. Y María Lozano Hernández, su bebé murió de frío y miseria en la cárcel

Entre una de primeras mujeres fusiladas por la dictadura franquista en Madrid y posiblemente la última, ejecutada en Paterna (Valencia), se dan dos coincidencias: las dos eran libertarias y las dos fueron madres poco antes de su asesinato.

La víctima de Madrid había nacido en Valladolid en 1909 y se llamaba María de la Salud Paz Lozano Hernández. Ingresó en la prisión de Ventas en diciembre de 1939, después de haber dado a luz a su hijo cinco meses antes. El bebé murió de una bronconeumonía, según el certificado expedido por el médico de la cárcel el 16 de enero de 1940. Su padre, Florentino Salcedo, preso también en la cárcel de Santa Rita, fue fusilado en el Cementerio del Este al día siguiente. El 19 de enero harán lo mismo con su compañera, María Lozano. Son, en efecto, dos de los 3.000 nombres de las víctimas fusiladas por la dictadura franquista que el actual gobierno municipal de la derecha erradicó en noviembre de 2019 del lugar en el que daban testimonio de nuestra memoria en el Cementerio del Este y a las que se les rindió un homenaje el pasado 5 de julio.

A María Pérez Cruz (Teruel, 1917) la llamaban La Jabalina porque su madre era natural de Javaloyes, en la Sierra de Albarracín. Cuando solo tenía 6 años, su familia hubo de trasladarse a Sagunto en busca de unas mejores condiciones de vida. En esa localidad, con una gran conflictividad laboral, María y sus cinco hermanos trabajaron desde niños, ingresando ella en las Juventudes Libertarias cuando tenía 17 años. Durante la guerra fue enfermera de la Columna de Hierro, integrada por milicianos anarquistas, colaboró en la instalación de un hospital de campaña y resultó herida en una pierna en la batalla de Teruel. Esa columna pasará a ser la 83 Brigada Mixta del Ejército Republicano por decisión del Gobierno, en la que se incluía prescindir de las mujeres en el frente. María se ganó la vida entonces en una fábrica de armas en Sagunto y en una fábrica de acero en Cieza, hasta que el 23 de abril de 1939 en que fue arrestada por la Guardia Civil.

Con la cabeza afeitada, fue obligada a desfilar por las calles de Sagunto. Después del correspondiente interrogatorio, se la puso en libertad, para ser internada más tarde en la cárcel por negarse a ratificar la declaración que el capitán juez militar le leyó, argumentando la falsedad del contenido. El 18 de enero de 1940 ingresó en la prisión provisional del convento de Santa Clara, de la que pasó, en enero de 1942 a la Prisión Provincial de Mujeres de Valencia. Dos años antes había dado a luz a un bebé, el 9 de enero de 1940, en el Hospital Provincial de esa ciudad, del que nunca supo ni siquiera llegó a ver. Fue probablemente uno más de los hijos robados en aquel periodo, entregados en adopción a las familias adeptas a los vencedores y a su causa nacional-católica.

Dibujo. (mujer, horrorizada).

A María Pérez Cruz se la acusó en el consejo de guerra celebrado el 28 de julio de 1942 de ayuda a la rebelión, de vivir amancebada, de tener un carácter libertino y exaltado, así como de su defensa de los valores republicanos y de su desprecio a las tropas sublevadas. Se la llegó a culpabilizar del asesinato del cónsul boliviano en Valencia, ciudad en la que no había existido jamás ese consulado, así como de otros nueve crímenes (nada menos que de ocho sacerdotes y un diputado) en las fechas en que María estuvo internada como consecuencia de su herida durante la guerra. El propio jefe de traumatología del Hospital Provincial de Valencia, Francisco Martín Lagos, certificó que la paciente estaba ingresada por fractura de fémur como consecuencia de arma de fuego. Hasta los líderes falangistas locales dijeron que “ella no había tomado parte en los crímenes”. Nunca se llegó a saber la identidad de los delatores. Severiano Jiménez Basarte, practicante del hospital de la Siderurgia de Cieza, certificó que el comportamiento de María era intachable.

Pese a todo, el Juzgado Militar condenó a María Pérez Lacruz a la pena de muerte, según sentencia dictada el 29 de julio de 1942 por el Juzgado Militar. No consta en la misma ningún crimen, solo unos delitos que generalmente no conducían a la aplicación de la pena capital: “Adhesión a la rebelión y desafección al Movimiento”. Junto a otros seis presos varones, fue fusilada en el paredón del campo de tito de la localidad de Paterna. Tenía 25 años y fueron dos las balas, en la cabeza y en el pecho, que acabaron con su vida.

La vida y muerte de La Jabalina fueron rescatadas del olvido hace unos años gracias a dos libros y una obra de teatro. Manuel Girona escribió Una miliciana en la Columna de Hierro: María “La Jabalina”. Rosana Corral-Marquez es autora de una novela titulada Si me llegas a olvidar, y Lola López ha llevado a los escenarios María La Jabalina. En los tres textos se rebaten con detalle las acusaciones de que fue víctima la protagonista y la falsedad de todos los cargos.

El hijo o hija de María La Jabalina, de vivir hoy en día, tendría 80 años de edad. Se sabe, gracias a la investigación llevada a cabo por Manuel Girona, que el 9 de enero de 1940, una vez trascurridos los nueve meses de embarazo en prisión de la militante libertaria, el catedrático responsable de la maternidad indicó al director del hospital que María “está en condiciones de ser dada de alta”. Se la devuelve, por lo tanto, a la prisión de mujeres del convento de Santa Clara, cuando María es una joven madre de 22 años de edad.

Consta documentalmente en el expediente penitenciario que la presidiaria tuvo ese hijo, pero no hay rastro alguno del mismo. Según el historiador Ricard Vinyes (autor de Irredentas, ed. Temas de Hoy, 2002), “la desaparición de los hijos de las reclusas en el momento del parto fue una realidad practicada sin demasiados escrúpulos”. Para Vinyes, las tres cárceles de la Valencia franquista (Prisión Provincial de mujeres, convento de Santa Clara y Reformatorio del Puig) fueron “zonas de riesgo de pérdida familiar”, ya que “en ningún registro constan los niños que ingresaban con sus madres en esas cárceles”.

Añádase a eso el hecho de que muchas madres lactantes –como sería el caso de María si hubiera dispuesto de esa oportunidad- tenían a sus maridos encarcelados o habían sido fusilados, sin posibilidad de dejar a sus hijos con algún familiar. Para los niños mayores de tres años, la nuevas autoridades habían facultado además al Estado naciente para separar de sus madres a los hijos de las presas republicanas a partir de los tres años e ingresarlos en hospicios públicos o religiosos, circunstancia que hacía perder a los padres la tutela de sus hijos, que pasaban a ser reeducados en los principios del régimen que les había dejado huérfanos.

Dibujo. (cura con esvástica al cuello, siembra cruces de muertos por donde pasa)

María Lozano, cuyo bebé se le murió de frío y miseria en la cárcel de Ventas sin haber cumplido un mes, fue la primera mujer fusilada por la dictadura franquista, casi al tiempo que su marido en el paredón de Cementerio del Este de Madrid, ese lugar al que tanto teme la derecha radical gobernante en el Ayuntamiento de la ciudad cuando nombres como los de María Lozano y Florentino Salcedo proclaman la memoria de la barbarie represora que siguió al final de la guerra, cuando “volvía a reír la primavera”.

María Pérez Lacruz fue la última mujer asesinada por la dictadura. Ocurrió en el paredón del campo de tiro de Paterna, después de haberle robado el bebé que hoy -si esa persona siguiera entre nosotros- será una anciana o anciano octogenario, ignorante de los nombres y las circunstancias que le dieron la vida. El robo de los hijos de los vencidos vino a poner el más infame de los remates a la crudelísima represión de los vencedores, que no solo enterraron sin nombre a las víctimas de sus crímenes en fosas y cunetas para preservar su impunidad, sino que arrancaron de los vientres de las madres a sus criaturas para mercadear con su destino y enterrar la raíz de su existencia.

Se calcula que cerca de 30.000 niños fueron robados y cambiados de identidad en las cárceles y hospitales españoles durante la guerra y la posguerra. El hijo o hija María Pérez La Jabalina fue uno de ellos. Sobre esa negra historia de nuestra historia más negra escribió Benjamín Prado una novela, -creo que Mala gente que camina-, y también un artículo titulado Que los ladrones de niños no puedan brindar al amanecer. Lo iniciaba con esta cita: “Sobre la impunidad se pueden clavar banderas, pero no crecen flores”.

https://www.elsaltodiario.com/los-nombres-de-la-memoria/el-hijo-perdido-de-maria-perez-lacruz-la-ultima-mujer-fusilada-por-el-franquismo

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