Repasando la historia:
–Woody Guthrie
Canciones para la rebeldía y la solidaridad
“El mundo -decía- está lleno de gente que ya no necesitamos y que intentan esclavizarnos a todos. Ellos tienen su música y nosotros tenemos la nuestra. La suya, canciones estériles, fruto de una pesadilla supersticiosa. Sin sus extravíos musicales e ideológicos con los que comparar nuestra canción de libertad, no tendríamos ningún contrario para comparar la música y como el viento cambiante que no encuentra ningún obstáculo, nunca conoceríamos su velocidad, su fuerza…”.
Cuando las balas del piquete legal asesinaron al cantautor intemacionalista Joe Hill (tras acusarlo falsariamente y condenarle a muerte en una parodia de juicio, en el que empresarios, policía, carcelero y jueces eran todos compinches) y encarcelaron a decenas de troveros anarcosindicalistas de la IWW (los wobblies) las autoridades norteamericanas de aquél tiempo creyeron haber dado el golpe represivo definitivo que acabaría con las voces libertarias, con las canciones y baladas que las gentes del pueblo coreaban y cantaban, expresando en cada verso y estrofa sus inquietudes y esperanzas, su ideal de justicia, pero también de venganza, de dolor, pero también de fraternidad, amor y alegría solidaria.
Pero aquellos asesinos del uniforme y la democracia, una vez más se equivocaron y otras voces, pese a la represión policial y violencia de los piquetes empresariales, dieron continuidad a la labor de Joe Hill y los troveros anárquicos. Entre ellas la del joven Woody Guthrie.
Guthrie tenía 17 años cuando estalló la crisis económica del afño 1929, cientos de fábricas cerraron y millones de trabajadores estadounidenses se enfrentaron a la miseria y el paro. Había nacido en Okemah, Oklahoma en 1912 y en la propia tierra natal pudo ver las oleadas de inmigrantes buscando desesperadamente trabajo y, al mismo tiempo, tratando de organizarse para que las jornadas abusivas y los bajos salarios no los destruyesen.
Desde la primera ocasión en que Guthrie subió a una tarima para cantar a unos obreros en huelga, ya nunca dejaría de ofrecer “su voz rasposa y su guitarra afónica” en canciones contra la guerra y la miseria, contra el desempleo y el montaje capitalista que tantos millones de desgraciados engendraba. Cantó a los huelguistas y a los vagabundos, recuperó la historia de bandidos generosos y anarquistas asesinados por el Estado, pero también cantó… a los niños y a los viejos, a los montes boscosos y a las llanuras desérticas… De aspecto famélico, recorrió Norteamérica a bordo de interminables trenes de carga o pasando con parsimonia por polvorientas carreteras. Noctámbulo, bohemio y desordenado… contó en más de mil canciones cuanto vio, vivió y pensó a lo largo de su agitada vida.
Avanzando los años 30, Woody Guthrie se unió con otros cantantes folk en los llamados Almanac Singers o People’s Songs. Surgieron de este modo las asociaciones y sindicatos de cantantes inconformistas, mayoritariamente libertarios, rebeldes y libres en sus expresiones, que apoyaban con sus canciones y recitales las reivindicaciones obreras.
En ese contexto surgieron las canciones protesta sobre la construcción de las grandes presas de Bonneville y GrandCoule, sus Baladas de Sacco y Vanzzetti (1946) y, sobre todo, sus maravillosas Baladas de la cuenca del polvo, donde cuenta la emigración de los empobrecidos campesinos de las praderas a California tras la crisis de 1929″, incluyendo la irrepetible Tom Joad:
Donde haya niños con hambre y llorando / donde la gente no sea libre, / donde los hombres luchen por sus derechos, / allí estaré yo…
Woody Guthrie murió el 3 de octubre de 1967, tras doce años en un hospital a causa del mal de Huntington, pero quedan en la memoria sus bellísimas canciones y el ejemplo de apoyo mutuo y solidaridad para con los movimientos de la protesta social contra el sistema del dinero:
Mientras haya naufragios, desastres, tornados, huracanes, / linchamientos, precios altos y salarios bajos; / mientras existan policías de uniforme que combatan contra los huelguistas, / las canciones y las baladas del pueblo seguirán adelante. Bound of Glory.
O aquella otra que dice: Oh ¿por qué lleva el vigilante (bis) / una escopeta aserrada en la mano? /¿mataría a tiros a su hermana y a su hermano? / He vagabundeado de un pueblo a otro (bis) / y nos echaron como si fuéramos ganado. /¿Eran esos los vigilantes? (El Vigilante).
-Supongo que planté
Supongo que planté alguna solitaria semilla de una canción en lo más profundo de mí hace mucho tiempo. Y ahora no recuerdo cuando fue Pero se unió al resto y crece.
Es una canción tan pequeña que no se pude comparar Con todas las canciones grandes que oís por todas partes Pero cuando brota en el fondo de vuestra mente Las canciones grandes se vuelven pequeñas.
Canción del sindicato. El sindicato luchó. Todos juntos. Ganaron para todos nosotros lo que ahora tenemos. Ni siquiera puedo empezar a mirar a mi alrededor Sin oír esta canción.
Y al vemos a todos por primera vez separados, Dolidos, alejados y temerosos. Y hambrientos por el sindicato Y así continuamos.
Cantando y trabajando, combatiendo hasta que lo logramos.
Y esta es la gran canción sindical que supongo que oigo.
Combatimos allí en tu puesto Combatimos allí en tu barco
Y supongo que si te perdiste la lucha por nuestro sindicato, te perdiste un tremendo gran paso que nosotros, el pueblo, dimos.
En: Semanario anarquista La Campana, Pontevedra. Noviembre 1998
-Naufragio de la guerrilla colombiana en el Guachinacal.
Navegando en canoa por el Itilla bajo un cielo encapotado, nuestro motorista resolvió, para acortar distancias y ahorrar kilómetros de curvas o meandros de río, penetrar por un guachinacal estrecho, pero no contó con buena suerte pues al entrar en una curva cerrada el motor no pudo controlar ni frenar el pesado bote que terminó con su proa incrustada entre dos árboles en medio de palmas espinosas.
De inmediato agua a estribor, y para tratar de nivelar la embarcación movimos todo el peso de nuestras humanidades a babor, y por allí entró un gran chorro que nos fue hundiendo lentamente en aquellas aguas que parecían salidas de un congelador.
En segundos ya estaban flotando en el agua los equipos de los expedicionarios, y también en segundos empezaron a ser recuperados por avezados nadadores guerrilleros. Los morrales rescatados eran colocados chorreando agua por todas partes encima de una gran bejuquera.
Mientras los náufragos flotábamos con el agua al cuello agarrados a los bejucos, mirábamos, sin poder hacer nada, cómo cajas de cartón, frascos de aceite, bolsas de galletas, gaseosas, bidones de gasolina eran arrastrados por la corriente. Maritza traía en una olla, bien tapado, un sancocho fragante con carne de res para el almuerzo –carne que había desaparecido del menú desde hacía varios días– y a pesar de que Iván de manera premonitoria le había sugerido “armarle viaje” antes de que ocurriera algún percance fluvial, ella se negó rotundamente a esa posibilidad. Consideró el asunto innegociable.
Ahora le tocaba mirar con pesar cómo aquella ollita que había sido colmada con sus cuidados cuasi maternales se hundía en las profundas aguas sin remedio.
«Primero la vida y luego la comida», fue su exclamación justificatoria.
La realidad era caótica hasta que apareció Mincho convertido en buzo.
Cada vez que se sumergía sonriente buscando el fondo del río, increíblemente sacaba cosas que todavía permanecían en la canoa. Así afloraron huevos que navegaban en el vientre de madera, botas pantaneras que esperaban fieles su rescate, la olla del almuerzo llena de agua, y hasta una botella de “Old FARC” levantó como trofeo su brazo. Los de la lancha puntera no se percataron de nuestro hundimiento.
En medio del desastre, Gabriel, marinero indígena, tomó la iniciativa de moverse a nado por el rebalse y haciendo pie donde podía, poco a poco, logró encontrar tierra firme a una distancia de un kilómetro del lugar de la inmersión. De allí salió veloz en dirección a una vivienda que no hacía mucho habíamos avistado en la margen derecha del río. Hasta allá llegó a solicitar auxilio. Los finqueros, que eran conocidos, le prestaron una canoa grande con un motor 40.
Cuando llegó al lugar del accidente ya los guerrilleros hacían esfuerzos para poner a flote la canoa hundida. Esto se logró en pocos minutos. En hora y media ya estábamos de nuevo en marcha por el Itilla arropados por un sol quemante y jirones de nubes blancas. En las riberas, los árboles con el agua a la cintura, parecían formar una calle de honor al paso de aquellos náufragos tristes y pensativos.
Al día siguiente, a orillas de una laguna secamos al sol las armas, las municiones, los equipos empapados, los computadores, los teléfonos, los iPod, los GPS, las grabadoras y los cuadernos… Pero aún no era medio día cuando la atmósfera fue invadida por un humo casi invisible con olor a fritanga de chicharrones de puerco. Un poco más allá, en las aguas serenas, un guerrillero sacaba y sacaba palpitantes caribes plateados de la laguna.
Luego de descansar un día remontamos lentamente en falca el río Unilla, caudaloso afluente del Itilla. Varias embarcaciones que viajaban en sentido contrario pasaban casi volando por nuestro lado. Por eso la gente las llama “voladoras”. Tirados en el piso y arropados con lonas evitábamos ser avistados por los civiles de las malocas indígenas y de las casas de los colonos.
Caída la tarde las estrellas radiantes de la noche parecían vigilarnos como drones en las rotondas fluviales.
Del Libro «Segunda Marquetalia, la lucha sigue».
–El beato fascista
Alojzije Stepinac, el cardenal arzobispo croata fascista y criminal, venerado y beatificado por la Iglesia católica.
Durante la 2º Guerra Mundial, bajo el caudillaje fascista del führer croata Pavelic, en la aldea de Jasenovac, el nacional-socialismo construyó un campo de concentración, en el que fueron torturados y finalmente asesinados centenares de miles de civiles yugoeslavos. Aquel terrible campo de aniquilamiento estaba dirigido por católicos monjes franciscanos, tras el apoyo ofrecido por el entonces arzobispo croata Alojzije Stepinac al dictador Ante Palevic (apoyado y apoyo de Hitler) en su “campaña” de exterminio de antifascistas y ciudadanos serbios.
Al término de la guerra, el arzobispo fue detenido y llevado a la cárcel, tras haber sido condenado a 16 años de prisión, aunque según reconocieron los “juristas” de entonces, la enormidad de sus delitos y la ferocidad de los criminales a sus órdenes, debieran acarrearle la cadena perpetua, una vez descartada, la pena de muerte. Sin embargo, las presiones de las “democracias” restauradas de Europa y, sobre todo, de EE.UU. lograron del gobierno yugoslavo la benigna sentencia, que pudo cumplir en su mayor parte bajo arresto domiciliario.
Aquél arzobispo nunca manifestó arrepentimiento alguno de su horrible conducta. Cuando salió a la luz todo el espanto del campo de exterminio de Jasenovac ni siquiera se inmutó. Durante el proceso que lo condenó mantuvo una actitud desafiante y obscena, escondiéndose tras un ambiguo silencio, preñado de orgullo bestial, cada vez que se le preguntaba por su apoyo explícito a los führer alemán y croata o por sus ataques continuos a serbios, musulmanes, judíos y antifascistas. Murió en 1960.
El 3 de octubre de 1998, sin embargo, fue beatificado por la curia vaticana, “Beato mártir” para más escarnio a los antifascistas asesinados a sus órdenes. En la web, además, se informa que está en proceso de canonización.
El 22 de julio de 2016, el nuevo fascismo croata, por medio de su Tribunal Provincial de Zagreb anuló la sentencia que se le impuso como criminal fascista, debido a «graves violaciones de los actuales y previos principios fundamentales que afectan a la sustancia y al procedimiento de la ley penal».
Lo dicho, va para Santo otro fascista criminal.