La toma de conciencia de Manolita del Arco, comunista desde los 16 años de edad, y que estuvo 18 años y medio presa política en el franquismo.

Sobre bandera Popular «Memoria histórica imprescindible»

Entrevista a Manolita del Arco. Año 1989.

LA CONCIENCIA DE LA OPRESIÓN

MANOLITA. Nací el 20 de abril de 1920. Sesenta y nueve años. (falleció en enero de 2006)

PODER Y LIBERTAD. O sea, que eras una adolescente cuando empezó la guerra,

M. Yo era estudiarte, estaba para ingresar en la Universidad y ahí me quedé.

P y L. ¿Y empezaste a militar en algún partido?

M. Sí, inmediatamente, pero yo era de la F.U.E., que era la Federación de Estudiantes, que es lo que había de izquierdas entre los estudiantes. Y ya en el bachillerato estaba en la F.U.E. y también en el Socorro Rojo Internacional, que hoy no existe. Era una organización de tipo solidario con España y con otros países, yo recuerdo siendo de trece o de catorce años que mandábamos cartas a Alemania para la libertad de Luis Carlos Preste a Brasil. Lo hacíamos un grupo de gente militante. Yo soy militante del P.C.E. desde octubre del año treinta y seis.

P y L. ¿Y cómo fue que entraste en contacto con todo el movimiento? ¿Tu familia era militante?

M. No, yo me crié con unos tíos muy ancianos (tíos abuelos), y eran unas personas normalitas; en un ambiente… lo que se llamaba entonces «pequeña clase media». No vivías con lujos ni muchísimo menos, pero tampoco te faltaba que te comprasen un vestido, unos zapatos en tu casa y poder estudiar, ir a un colegio. Ese era mi ambiente, porque estaba con unos tíos, porque en Bilbao, mi madre, era una mujer completamente proletaria que tenía que ganarse la vida como lo que en Bilbao se llama interina, que Madrid se dice asistenta. Fue a hacer faenas toda su vida, hasta que ha muerto. Pero yo estaba con mis tíos y no hacía más que estudiar hasta que empezó la guerra. Vivía en la calle Caracas, en Chamberí, en una casa toda muy de derechas. Mi tía era republicana, aquellos republicanos de Pi y Margall, porque era muy mayor. Mi tío era muy de derechas, eran matrimonio, pero cada uno llevaba su independencia, y no había ningún problema. Era gente que iba a misa, pero yo un día, a los once años, le dije a mi tía que ya no iba a misa, hasta entonces había ido a misa y había hecho la comunión, todo eso.

Asociación de Mujeres Antifascistas

Y nada más empezar la guerra, muy cerca de casa, en la calle de Zurbarán, había una Organización de Mujeres Antifascistas y no sé cómo me enteré de que hacía falta gente, yo sabía escribir a máquina. Le dije a mi tía que si me podía ir allí, porque hacía falta gente. Ella no me dijo nada. Y así fue como empecé a adquirir conciencia, porque lo del Socorro Rojo era un poco un juego de niños. Tampoco me dio por irme a Falange, por supuesto. Incluso me sabía todas las canciones, a partir del advenimiento de la República en España yo recuerdo que llegaba a mi casa cantando todas las canciones, las coplas en contra del Rey, en contra de los curas, y a mi tía, a mi tío, le cantaba todas las canciones y me preguntaba que si eso era lo que aprendían en el colegio.

P y L. ¿Y dónde aprendías esto?

M. Pues lo aprendía con las amigas, en el colegio, todas esas canciones que se cantaban en aquella época, el Himno de Riego y la Marcha Real, pues le ponían letras de tipo mofa y me las aprendía, ya con once años (cumplo años en abril, el veinte) y la República se proclamó el catorce, tenía ya casi once años. Salimos a la calle las niñas del colegio a cantar cosas en contra del Rey inmediatamente que se proclamó la República. Y en mi colegio no sé por qué arte apareció en el balcón una bandera republicana. La directora puso inmediatamente una bandera republicana corno si estuviera esperando el acontecimiento. Y nada, ahí una empieza a caminar por una senda diferente, porque yo esa etapa de mi vida la pasé de forma cómoda, sin lujos, pero cómoda. Pero en seguida me incorporé a esta nueva Asociación de Mujeres Antifascistas. Y yo, pues, con eso de que sabía y tenía una cinturilla, pues podía escribir a máquina y resolver cosas burocráticas, que había menos gente que las podía hacer.

Cuadro sobre Manolita del Arco.

Adquiriendo una conciencia distinta

Y ahí empecé, ahí conocí a gente del P.C.E. Entonces, un buen día, un camarada me dijo que si quería ir a trabajar a las oficinas del Estado Mayor de un batallón de milicias, aquel era el batallón U.H.P. (nunca se me olvida), U.H.P, que quiere decir: «Unión de Hermanos Proletarios», y me fui enseguida, no llevaba ni dos meses en la Asociación de Mujeres Antifascistas cuando me fui a estas oficinas. Y luego, al poco tiempo ya me afilié al partido, yo no era de la Juventud, nunca había sido de la Juventud, y fui directamente al Partido, que por cierto, al cabo de un tiempo hubo una orden por parte del Partido y de la J.S.U. que las que tuviésemos menos de dieciocho años debíamos dejar el Partido y pasar a la Juventud, pero yo me negué. Después de estar en este batallón en el que estuve poco tiempo, porque hubo una orden del Gobierno de que no hubiera mujeres, incluso en las oficinas de las milicias, y entonces me incorporé a un sector del Partido; y vas adquiriendo otra conciencia distinta. Por ejemplo, la resistencia el siete de noviembre en Madrid fue algo fabuloso. Recuerdo que estábamos en el local del Partido, que estaba en la calle de Alburquerque. Era un convento que se había incautado para un sector, donde estaban agrupados debido al asedio de Madrid, y donde había cuatro radios; entonces el partido estaba organizado en vez de por agrupaciones, como es ahora, por radios. Pero luego, en vez de muchos radios que había a lo largo y ancho de Madrid, hicieron cuatro sectores: Norte, Sur, Este y Oeste. Y en cada sector se encajaron gente, por ejemplo, del barrio del alto Extremadura, de Carabanchel, que todo eso estaba con las fuerzas franquistas allí mismo, porque todo eso era frente. Nos considerábamos héroes y yo ahora lo pienso y me da risa, porque si a mí me lo dicen ahora por supuesto que no lo hago, que teníamos que quedarnos cuando el asedio a Madrid, el siete de noviembre, varios días para defender la sede que estaba en el sector Oeste, del Partido Comunista. Estábamos ocho o diez muchachas, yo era la más joven, aunque todas lo éramos, y un camarada que le faltaba una pierna, este era el personal para defender la sede. Yo, concretamente, había aprendido la instrucción porque se había formado en agosto o septiembre un batallón de chicas que aprendimos la instrucción. Sólo sabíamos manejar el fusil, por cierto que yo siempre me caía para atrás, y algo habíamos aprendido a manejar una ametralladora. Esa fue la primera experiencia. Luego ha sido casual que el camarada que nos enseñaba, que era un capitán de milicias, es un camarada de mi agrupación. Y al cabo de treinta años me lo he vuelto a encontrar. No lo conocía por el nombre, porque estaba cambiado. A mí era más difícil que me conociera, porque éramos no sé si cien o no sé cuántas allí, en el solar donde hacíamos la instrucción. Me acuerdo que teníamos que hacer unas guardias, sobre todo de noche, de diez a dos de la mañana y de dos a seis de la mañana, por turnos, con el fusil al hombro por si nos atacaban. Afortunadamente no nos atacaron. Al recordar esta experiencia me preguntó cómo puede ser que estuviéramos allí. Yo ahora lo pienso y digo: «Pasarán por encima porque yo no soy capaz de defenderme mentalmente. No soy capaz de disparar, quizá con una pistola, pero con un fusil…» De verdad que nos considerábamos héroes. Tú te imaginas, nos pasaban las balas por encima, porque en Madrid, tú lo habrás oído contar a mucha gente, a partir de los primeros días de noviembre del treinta y seis, hasta que acabó la guerra realmente, quedó completamente cercado y te pasaban las balas por encima de la cabeza, te silbaban.

P y L. Me ha contado el hombre del quiosco de abajo de mi casa que la gente del barrio se subía a los tejados y con escopetas, con pistolas y con lo que tenían tiraban a los aviones cuando pasaban.

M. Los aviones alemanes eran negros, y luego, cuando venían los cazas Soviéticos, gritábamos: «¡Esos no, esos no!», pero no nos oían ni los unos ni los otros. A los alemanes les decíamos veinte mil disparates y a los otros les aplaudíamos. Pero cuando tiraban bombas lo hacían los alemanes, y desde luego, eso fue una verdadera masacre, fue horroroso.

Dibujo (fascistas, curas… jaleando la matanza de republicanos)

Yo fui de las que detuvo la junta de Casado

A mi marido le conocí el día que nos juzgaron. Le había visto alguna vez antes en alguna reunión clandestina, pero ni sabía cómo se llamaba. O sea, yo al acabar la guerra me fui a Bilbao.

P y L.— ¿A ti te cogió la guerra aquí, en Madrid?

R. Si, y acabé la guerra en la cárcel, precisamente, porque yo fui de las que detuvo la Junta de Casado. Nos detuvieron el día seis, estaba ya en el final de la guerra, a finales del treinta y ocho, no recuerdo muy bien las fechas pero eso es lo de menos. En el sector Oeste, donde estaba yo trabajando en la comisión de cuadros del Comité Central, ayudando, y justo el día seis de marzo yo no me había enterado de nada, el domingo había estado con unos amigos, chicos jóvenes, que habían venido de permiso del frente, y uno de los chicos dijo: «Nos buscan enseguida, porque en Cartagena ha habido un levantamiento», parecía que había un poco de lío, pero yo me fui a mi casa y me acosté. Y a la mañana siguiente, como siempre, de ocho y media a nueve, me iba yo al Partido, que estaba entonces en Serrano, 6, y fui a entrar tan tranquila, y entonces se acercaron dos hombres a mí, me pidieron la documentación, y yo, como documentación, saqué el carnet del Partido, creo que no tenía otra documentación, porque entonces tenía yo diecisiete años. Sí, y yo tenia el carnet del Partido, el carnet de la UGT, el carnet del Socorro Rojo, el carnet de los Amigos de la Unión Soviética, como veinte carnets… y yo saqué el del Partido, y me dijeron: «Pues nos tienes que acompañar», y me llevaron a la comisaría, y allí me encontré con un montón de amigas, y no sabíamos por qué nos habían detenido. No sabíamos qué pasaba, pensamos que eran fascistas, o socialistas, porque a veces habíamos tenido algún problema. Yo recuerdo haber ido a algún mitin del S.I.M. (Servicio de Inteligencia Militar), y todos esos eran socialistas, o por lo menos eso decían, y nos habían detenido alguna vez, pero nos habían soltado al cabo de dos horas. Pero entonces nos llevaron a una comisaría en la calle de Serrano. Había una camarada que era la esposa de un camarada alcalde de un distrito de Chamberí, del Partido, estaba a punto de dar a luz. Ella no tenía ninguna actividad, la cogieron por su marido. La madre de una amiga mía no era militante y la cogieron por su hija. Y de allí nos llevaron a un convento en la calle Atocha, los Salesianos, donde estuvimos muchos días sin comer: Cogíamos hierbas del patio que crecían entre los ladrillos. Al cabo de esos días nos dieron una lata de sardinas, y allí, en los Salesianos, fue la tragedia más triste, porque a nosotras nos pusieron en la biblioteca de la Iglesia y éramos quinientos, y debajo, donde estaba el sótano, había muchos camaradas militares, algunos heridos incluso. Pusieron en libertad a todas las mujeres fascistas que estaban en la cárcel de Ventas, que además debían estar viviendo como reinas, por lo que vimos al entrar para meternos a nosotras.

Estábamos dispuestos a resistir

El pueblo español estaba dispuesto a resistir a pesar de las calamidades y a pesar de las balas que llovían y de la 5ª Columna, que estaba introducida en Madrid. Hubiéramos resistido con una buena dirección. El fracaso fue que se entabló una lucha entre el Partido Comunista y las fuerzas anarquistas. Concretamente, el compañero de Juana Doña quedó dentro de la cárcel y le fusilaron sin que tuviera que ir a buscarlo Franco, y un montón más de camaradas buenísimos, de un valor extraordinario tanto político como moral. A nosotras nos pusieron en libertad unas horas antes de que entrara Franco en Madrid. Estuvimos veintidós días de aquí a Atocha, a Ventas, de donde salimos en libertad porque había un jefe de servicios que era del P.C.E. Nosotros éramos presos gubernamentales y era el gobernador, el que tenía que dar la orden, ya que estábamos todavía en guerra. Los fascistas iban a entrar, nosotros decíamos que así ya nos tenían, pero al final nos soltaron, aunque muchos compañeros quedaron dentro, y luego los fusilaron. Nuestra puesta de libertad fue el día veintisiete.

Yo oía los gemidos

Yo me fui a casa de una tía que vivía en Santa Engracia, mi prima estaba evacuada en Cuenca y yo me iba a ir a por ella, ya que los evacuados eran maltratados, pero no me dio tiempo, ya que el uno de abril me fueron a buscar para detenerme. No sé si me denunció algún vecino de la casa. Me llevaron a Almagro treinta y seis, actualmente el Instituto de la Mujer. Allí lo pasé francamente mal, de allí salí el día de mi cumpleaños. Me torturaron a mí y a muchos otros, yo oía los gemidos. Los que realizaron las torturas fueron gente de la Falange. Yo era mecanógrafa y no sabía nombres, ya que yo sólo estaba allí para escribir a máquina y hacer lo que me mandaban. El día veinte, muy temprano, me soltaron y tuve que firmar un papel donde me comprometía a presentarme todos los días a las cuatro de la tarde. Me soltaban para que recordara nombres y me encontrara con alguien. Ese mismo día me sacaron un billete de tren y me fui a Bilbao, yo iba sin salvoconducto y sólo llevaba el billete.

Retrato de Manolita del Arco.

Me detuvieron en mayo de 1942

Mi madre iba a una casa a asistir y como decían que en Madrid nos moríamos de hambre me mandó un paquete, un poco de chocolate, cuatro cositas, y entonces yo decidí ir para allí. Yo no había visto a mi madre desde que tenía cinco añicos. Coincidió que mi padrastro estaba en un campo de trabajo. Allí empecé a trabajar con un nombre supuesto, por cierto, a asistir. No iba a permitir que mi madre nos diera de comer. Enseguida conecté con la gente de Bilbao. Fue muy fácil gracias a mi madre, que conocía a una persona. Allí, en Bilbao, no había nada, ni documentos, y luego ya empezaron a recibir juventud. Luego empezaron a llegar documentos de Francia que eran muy graciosos en papel pequeñito y en las tapas ponían cosas de tapadera. Yo al poco tiempo de estar en Bilbao me fui a San Sebastián a trabajar con unos camaradas a una oficina en la que éramos la mayoría del partido. La guerrilla estaba en Asturias y Cantabria. Me detuvieron en mayo del cuarenta y dos, después de buscarme mucho en Madrid. A mi familia la hicieron la vida imposible. En octubre del cuarenta y uno, en una caída a nivel de toda España, nos enteramos que había caído gente en Madrid. Mi tía me escribió una carta diciendo que mi tío Ignacio tenía muchas ganas de verme (Ignacio era la Policía) y que ella me recomendaba que no fuese. También me contó que a una conocida mía la había cogido la Policía y la habían dado siete palizas porque se ponía nerviosa. Yo, al recibir esto me cambié de casa inmediatamente, ya que vivía con un camarada del Partido. La Policía fue a la oficina y en cuanto yo los vi, con gabardina, no sé cómo no se cambian de atuendo, me puse muy nerviosa. Preguntaron por un camarada que estaba de viaje y yo les dije que no trabajaba allí, que estaba de viaje. Ellos dijeron que querían que les proporcionase una y más cosas. Yo les dije que aquello era una fábrica de juguetes y ferretería. También me dijeron que les habían hablado de Manolita del Arco, que era yo con mi verdadero nombre y que además trabajaba aquí. Yo les respondí que no, porque las nóminas las hacía yo, y que había muchas chicas pero ninguna con ese nombre, y les dije que esperasen a que viniese el jefe. Cuando llegó el jefe yo le dije que esos señores preguntaban cosas que yo no podía responderles, él se rascó la cabeza nervioso, gracias a Dios no le fusilaron, sino que estuvo en prisión. Yo, cuando se fueron los policías, le dije al jefe que eran policías, y que yo me iba a escapar, que hiciera él lo mismo, pero él no me hizo caso, porque había dicho a su mujer que se iba a quedar allí. Yo tenía en mi casa un camarada de Bilbao que sabía que si le cogían le mataban y había venido a esconderse a mi casa. A Liberto, mi jefe, le cogieron esa misma noche. Yo me fui a Valladolid, donde estaba el camarada con el que yo vivía en San Sebastián. Le advertí que no fuera a San Sebastián para que no le cogieran. Se llamaba Mariano García, era uno de los responsables del Comité Central Fiscal, le mataron en el año cuarenta y tres. No me hizo caso y se marchó y le cogieron, fusilándole al año siguiente.

Estuve en prisión dieciocho años y medio

A mí me cogieron al año siguiente en La Coruña. De Valladolid yo me marché a Carranza, el pueblo de mi madre, para esconderme allí, donde estaba mi madre. Cuando llegué me dijo mi tía que me tenía que ir, porque a mi madre la había cogido la Guardia Civil. Tenían a las mujeres todo el día en la estación del tren, y luego, por la noche, las devolvían al caserío. Me fui andando tres o cuatro pueblos adelante, y una noche entera. Me salvé, puse un telegrama a mi tía, la de Madrid, y le dije que mandara dinero. No tenía ni un céntimo, ni para comerme un bocadillo. Me mandó treinta duros y me decía: «Te espero donde Diego Alvarez». Pero en ese pueblo eran todos fachas y tuve que decir que iba de vacaciones. Allí me había enviado treinta duros, empeñando cosas de su casa, ya que al marido le habían despedido, y con tres niños que tenía, imagínate.

Yo ya no sabía adónde ir, no veía ninguna perspectiva, y entonces es cuando me acordé de que en La Coruña tenía una amiga con sus padres, que eran republicanos, y eso me dio ciertas garantías. Entonces fui allí con dos pesetas y me comí un bocadillo, porque me daba vergüenza ir antes de comer, pero yo sabía que no me conocían después de tantos años. Los encontré y ellos me dijeron que no me preocupase, y yo les dije que quería un sitio donde trabajar. Fueron fabulosos, pero detuvieron luego a toda la familia. Esto duró hasta que me vio una persona de San Sebastián, un policía, y yo tenía miedo. Pero ellos me dijeron que no me preocupase, ya que conocían a un policía que les avisaría y cruzaríamos la frontera. Yo dije que los policías de Madrid no avisarían, y así fue, a las tres de la madrugada se presentaron en la casa. Me encarcelaron dieciocho años y medio. Me cogieron el uno de mayo, yo con veintidós años. No salí hasta el sesenta. Primero estuve en Ventas cinco meses condenada a muerte, y después nos conmutaron. Nos llevaron a Málaga, donde nos castigaron; en Segovia estuve siete años y medio; en Alcalá, que la remodelaron para nosotras, cuatro años y medio, de donde salí en libertad condicional. Luego estuve presentándome tres años y medio. En mi expediente éramos veintitantos, de los que nos condenaron a muerte a nueve, cinco hombres y cuatro mujeres: Guadalupe Jiménez, Consuelo García, María Luisa Díaz Camellada, María Postigo; mi marido, Angel Martínez Martínez, Ramón Ameria, por éste nos salvamos, ya que éste y mi marido llevaban en capilla una noche, y cuando nombraron los que tenían que fusilar a ellos no les llamaron. A mí y a María también nos querían poner en capilla, pero la directora se negó.

Las Trece Rosas

P y L. Háblame de Las Trece Menores.

M. Yo por entonces no estaba en la cárcel. Ese fue el primer expediente que cogieron en Madrid en mayo del treinta y nueve. Eran gente de la J.S.U. y del Partido. Había muchísimas chicas, no sólo trece, y fue un expediente que juzgaron en Consejo de Guerra. Era trabajo de iniciación, les cogieron a todos. Un policía se introdujo en la organización y fusilaron a trece menores, que tenían entre dieciocho y veintitrés años, eran todas mujeres. Las mataron el cinco de vagosto. Les llamaron Las Trece Rosas.

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