Eliminar países para quedarse con sus fuentes de energía / Sahara, última colonia en África / Bophal, impune / Guerras matamundos.

Foto. Bombardeo EE.UU. sobre ciudad iraquí

Repasando la historia

De: Eduardo Galeano

-Guerras mentirosas

La guerra de Irak nació de la necesidad de corregir el error que la Geografía cometió cuando puso el petróleo de Occidente bajo las arenas de Oriente, pero ninguna guerra tiene la honestidad de confesar:

-Yo mato para robar.

Numerosas hazañas bélicas ha cumplido y seguirá cumpliendo la mierda del Diablo, como las malas lenguas llaman al oro negro.

Una multitud perdió la vida en Sudán, entre fines del siglo veinte y principios del veintiuno, en una larga guerra petrolera que se disfrazó de conflicto étnico y religioso. Torres y taladros, tuberías y oleoductos brotaban, por arte de magia, sobre las aldeas incendiadas y los cultivos aniquilados. Y en la región de Darfur, donde continuó la carnicería, los nativos, todos musulmanes, empezaron a odiarse cuando se supo que podía haber petróleo bajo sus pies.

También dijo ser guerra étnica y religiosa la matanza en las colinas de Ruanda, aunque matadores y matados eran todos católicos. El odio, herencia colonial, venía de los tiempos en que Bélgica había decidido que eran tutsis los que tenían vacas y hutus los que trabajaban la tierra, y que la minoría tutsi debía dominar a la mayoría hutu.

En estos años, otra multitud perdió la vida en la República Democrática del Congo, al servicio de las empresas extranjeras que disputaban el coltán. Este mineral raro es imprescindible para la fabricación de teléfonos celulares, computadoras, microchips y baterías que usan los medios de comunicación, que sin embargo se olvidaron de mencionarlo.

Cartel «Sahara Libre. Marruecos fuera del Sáhara».

-Guerras voraces

En 1975, el rey de Marruecos invadió la patria saharaui y expulsó a la mayoría de la población.

El Sahara es, ahora, la última colonia del África.

Marruecos le niega el derecho de elegir su destino, y así confiesa que ha robado un país y que no tiene la menor intención de devolverlo.

Los saharauis, los hijos de las nubes, los perseguidores de la lluvia, están condenados a pena de angustia perpetua y de perpetua nostalgia. Las Naciones Unidas les han dado la razón, mil y una veces, pero la independencia es más esquiva que el agua en el desierto.

Mil y una veces, también, las Naciones Unidas se han pronunciado contra la usurpación israelí de la patria palestina.

En 1948, la fundación del estado de Israel implicó la expulsión de ochocientos mil palestinos. Los palestinos desalojados se llevaron las llaves de sus casas, como habían hecho, siglos antes, los judíos que España echó. Los judíos nunca pudieron volver a España. Los palestinos nunca pudieron volver a Palestina.

Los que se quedaran fueron condenados a vivir humillados en territorios que las continuas invasiones van encogiendo cada día.

Susan Abdallah, palestina, conoce la receta para fabricar un terrorista:

Despójelo de agua y de comida.

Rodee su casa con armas de guerra.

Atáquelo por todos los medios y a todas las horas, especialmente en las noches.

Demuela su casa, arrase su tierra cultivada, mate a sus queridos, especialmente a los niños, o déjelos mutilados.

Felicitaciones: ha creado usted un ejército de hombres-bomba.

Foto. Desastre de Bophal.

-Bophal

La pesadilla despertó a los vecinos en medio de la noche: el aire ardía.

En el año 1984, estalló una fábrica de la Union Carbide Corporation en la ciudad de Bophal, en la India.

No funcionó ninguno de los sistemas de seguridad. O mejor dicho, en términos económicos: la rentabilidad sacrificó la seguridad al imponer drásticas reducciones de costos.

A muchos miles mató este crimen llamado accidente, y a muchos más dejó enfermos para siempre. En el sur del mundo, la vida humana se cotiza a precio de oferta.

Después de mucho tira y afloje, la Union Carbide pagó tres mil dólares por muerto, y mil por cada enfermo incurable. Y sus prestigiosos abogados rechazaron las demandas de los sobrevivientes, porque eran analfabetos incapaces de entender lo que sus pulgares firmaban. La empresa no limpió el agua ni el aire de Bhopal, que siguieron estando intoxicados, ni limpió la tierra, que siguió estando envenenada de mercurio y plomo.

En cambio, la Union Carbide limpió su imagen, pagando millonadas a los más cotizados expertos en maquillaje.

Unos años después, otro gigante químico, Dow Chemical, compró la empresa. La empresa, no su prontuario: Dow Chemical se lavó las manos, negó cualquier responsabilidad en el asunto y puso pleito a las mujeres que protestaban ante sus puertas, por alteración del orden público.

Dibujo. Ante una ciudad destruida, poderosos y militares ríen.

-Guerras matamundos

A mediados del siglo diecisiete, el obispo irlandés James Ussher reveló que el mundo nació en el año 4004 antes de Cristo, entre el crepúsculo del sábado 22 de octubre y la noche del día siguiente.

Sobre la muerte del mundo, en cambio, no disponemos de información tan exacta. Se teme, eso sí, que la defunción no demorará, dado el febril ritmo de trabajo de sus asesinos. Los avances tecnológicos de este siglo veintiuno equivaldrán a veinte mil años de progreso en la historia humana, pero no se sabe en qué planeta serán celebrados. Ya lo había profetizado Shakespeare: La desgracia de estos tiempos es que los locos conducen a los ciegos.

Nos invitan a morir las máquinas creadas para ayudarnos a vivir. Las grandes ciudades prohíben respirar y caminar. Los bombardeos químicos disuelven los polos y las nieves de las cumbres de las montañas. Una agencia de viajes de California vende excursiones a Groenlandia, para decir adiós a los hielos. La mar engulle las costas y las redes de los pescadores recogen medusas en vez de bacalaos. Los bosques naturales, verdes fiestas de la diversidad, se convierten en bosques industriales o en desiertos donde ni las piedras germinan. En veinte países, a principios de este siglo, la sequía ha arrojado cien millones de campesinos a la buena de Dios. «La naturaleza está ya muy cansada», escribió el fraile español Luis Alfonso de Carvallo. Fue en 1695. Si nos viera ahora.

Donde no hay sequías, hay diluvios. Año tras año se multiplican las inundaciones, los huracanes, los ciclones y los terremotos de nunca acabar. Los llaman desastres naturales, como si la naturaleza fuera su autora y no su víctima. Desastres matamundos, desastres matapobres: en Guatemala dicen que los tales desastres naturales se parecen a las viejas películas de cowboys, porque sólo mueren los indios.

¿Por qué tiemblan las estrellas? Quizá presienten que pronto invadiremos otros astros del cielo.

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