Memoria Histórica imprescindible:
Libro:
«Para hacerte saber mil cosas nuevas. Ciudad Real 1939”
De Julián López García, María García Alonso, Jorge Moreno Andrés, Alfonso Villalta Luna, Tomás Ballesteros Escudero y Luis F. Pizarro Ruiz
Argamasilla
de Calatrava (Ciudad Real)
TERCER AÑO TRIUNFANTE, en tú pueblo
y el mío.
1941 comenzó con un hecho más dramático, si cabe la expresión en estas circunstancias, para la humilde familia Ruiz-Gijón. A poco más de mes del fusilamiento del padre de familia, los días dos y tres de enero fallecieron los niños Ferrer Ruiz Gijón de 5 años y Galán Ruiz Gijón de 7 años. Según el acta de defunción Ferrer murió el día dos de enero de 1941 de gastroenteritis aguda y Galán expiró el día tres de enero de 1941 de convulsiones.
La coincidencia de fechas en su muerte, las causas, el ser hijos de quien eran, dieron lugar a sospechas. Según el testimonio de una hermana de los pequeños fallecidos los niños fueron intoxicados en el comedor del Auxilio Social al que acudían a comer dada su pobreza extrema. Según narró, los niños fueron a cenar al comedor y volvieron a casa «muy contentos porque habían comido mucho y les habian echado «renganche». Los niños eran gordos, guapos y hermosos, no sufrían ninguna enfermedad, estaban completamente sanos”.
A las pocas horas de haber cenado, Ferrer se puso enfermo, comenzó a sentirse mal en una cama donde dormía «apepinado» con el resto de sus hermanos. Llamaron al médico y no acudió a ver al niño. Le recetó un brebaje amarillo que no hizo efecto alguno y, hasta las sanguijuelas que le pusieron se murieron todas del veneno que el niño llevaba en la sangre. Murió Ferrer a las diez de la noche. Al poco enfermó Galán y en esta ocasión sí que acudió el médico a la casa confirmando a la madre que era por la misma causa que el hermano sentenciando: el mismo mal que tiene uno lo ha tenido el otro. A las dos de la madrugada pereció Galán.
Galán y Ferrer eran dos ángeles a los que rebautizaron el clero y los fascistas una vez acabada la guerra con los nombres más cristianos de Santiago y Angel. Cuando los llamaban por estos nombres ellos nunca contestaban.
“Los enterraron el mismo día, mi madre en el medio, con una caja a cada lado y agarrándose un rato a una y otro rato a otra”.
“Fíjate si lo sabía el médico que una hija suya era una de las que trabajaba en el comedor y conocía perfectamente lo que había pasado”, afirma su hermana. Según sus informaciones tuvieron que consultar con el médico la cantidad de gramos del polvo que les echaron en la comida a los niños.
Miguela
Ruiz piensa que la intoxicación no fue accidental,
entre otras cosas, por las reacciones de algunas personas que
trabajaban en el comedor, “no sé
por qué no me habla la Paca (madre de los niños) si yo estaba en la
cocina
y no hice nada”, llegaron a escuchar. Cuando los niños acudieron a
cenar lo tenian todo «apañado». Concluye lacónicamente:
“Menos
mal que no ibamos más
hermanos a comer allí.
si hubiéramos ido más, más hubiéramos caído.
Hay que tener mala conciencia para hacer lo que hicieron”.
La
vida continuó y Paca Gijón se quedó sin los hombres de la
familia.
Cinco mujeres solas a las que nadie apoyaba, “además
nos perseguían por ser rojas”. La madre y las pequeñas acudían
a todas las tareas del campo que podían
y además la madre «se echó al estraperlo». Iba a diario
andando a Puertollano, al mercado de la calle de la Tercia, con un
canasto en la cabeza en el que transportaba unas veces harina, otras
naranjas, la mercancía
dependía
de lo que se demandara en cada momento.
Los jornales en el campo
los pagaban con una sardina de cuba por todo alimento y por seis o
siete pesetas trabajando de sol a sol.
Las mujeres recibían
visitas periódicas de la Guardia Civil para registrar la casa y
requisarles los bienes:
“Cuando llegaban los Civiles se lo
llevaban todo. Un año echó mi madre garbanzos en La Laguna con
otros tres o cuatro del pueblo y había
que declararlos pero la convencieron para que no lo hiciera. La parte
que le tocó a mi madre estaba guardada en la casa. A la única que
registraron de los que sembraron los garbanzos fue a mi madre. Se los
quitaron todos. Nos tenían manía por ser hijas de rojo. Hasta las
dotes de mis hermanas, que con tanto esfuerzo iban reuniendo para
cuando se casaran se las llevaban. Eso era muy duro. Lo habíamos
ganado con el sudor de nuestra frente.”
Los comentarios en el pueblo nunca ayudaron. Cuando se iban haciendo novias las hermanas, a las familias de los novios siempre les llegaban los mismos mensajes: «tener cuidado, son muy buenas personas, muy trabajadoras pero son rojas, hijas de rojo».
Cuando
acabó el testimonio Miguela Ruiz comentó:
“Todo esto que yo
os he contado es lo que sé, espero que no pase nada. Es que le tengo
mucho miedo a los Civiles porque hemos pasado mucho, porque cuando se
llevaban a mi madre a la cárcel me llevaban a mí también, como yo
era la más chica mi madre tiraba de mí para no dejarme en el
desamparo. Cuando veo un Guardia Civil me descompongo, lo siento. Aún
ahora les tengo mucho miedo, vaya que les tengo pánico”.
*Relato-textimonio de Miguela Ruiz Gijón (hermana de los niños).