Decir la verdad a las masas obreras, obligación de todo revolucionario. Lenin a Zinoviev…

Dibujo. (Mani obrera se convierte en un puño alzado).

Sobre mentir a las masas obreras

Dice Lenin a Zinoviev :

Yo no hago juegos de manos con las consignas, sino digo a las masas la verdad en cada viraje de la revolución, por muy pronunciado que éste sea. Y usted, por lo que creo entender, teme decir la verdad a las masas. Quiere hacer política proletaria con recursos burgueses. Los dirigentes que conocen la verdad «en su medio», entre ellos, y no la participan a las masas porque estas son «ignorantes y torpes», no son dirigentes proletarios. Uno debe decir la verdad. Si sufre una derrota, no debe intentar presentarla como una victoria; si va a un compromiso, decir que se trata de un compromiso; si ha vencido fácilmente al enemigo, no aseverar que le ha costado demasiado trabajo; y si le ha sido difícil, no vanagloriarse de que le ha sido fácil; si se ha equivocado, reconocer el error sin temer por su prestigio, pues únicamente al callar los errores puede menoscabarse el prestigio de uno; si las circunstancias obligan a uno que cambie de rumbo, no debe procurar presentar las cosas como si el rumbo siguiera siendo el mismo; uno debe ser veraz con la clase obrera, si cree en su instinto de clase y en su sensatez revolucionaria; y no creer en eso es ignominioso y mortal para un marxista. Es más, aún engañar a los enemigos es algo complicadísimo, un arma de dos filos, admisible sólo en los casos más concretos de la táctica inmediata de combate, pues nuestros enemigos no están, ni mucho menos, aislados de nuestros amigos por una muralla de hierro, aún tienen influencia en los trabajadores y, duchos en engañar a las masas, procurarán -¡con éxito!- presentar nuestra astuta maniobra como un engaño a las masas. No ser sinceros con las masas por «engañar a los enemigos» es una política necia e insensata. El proletariado necesita la verdad y nada es tan pernicioso para su causa como la «mentira conveniente», «decorosa», de mezquino espíritu.

Zinoviev se rió, irritado.

«El cuaderno azul», E. Kazakiévich.

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