Artículo de Juan García Martín desde Puerto III en El Otro País: ‘La necesaria reorganización del Movimiento Obrero’

Foto de Juan García Martín. (con el puño alzado).

La necesaria reorganización del Movimiento Obrero

Juan García Martín / Preso político PCE(r)

Editada en El Otro País. N.º 88 diciembre 2018

Cuando hablamos del movimiento obrero nos referimos a un movimiento socio-político que tiene como base la clase obrera. Este carácter de clase, antagónico a la burguesía, es lo que confiere trascendencia a sus movilizaciones pues afectan directamente a la actividad productiva -y productora de la plusvalía para los capitalistas- y apuntan objetivamente como fin último de las mismas hacia la destrucción revolucionaria del sistema capitalista y la implantación de una sociedad nueva, libre de la propiedad privada de los medios de producción y libre de explotación: el comunismo.

Esto no quiere decir que el proletariado se mueva solamente y siempre por ese objetivo revolucionario ni siquiera que sea consciente de ello en todo momento. De hecho, el movimiento obrero, salvo en una situación abiertamente revolucionaria, avanza hacia él moviéndose, digamos que de forma “natural” o espontánea, en diferentes ámbitos de actuación que le van aproximando a esa explosión de conciencia, organización y lucha que es la Revolución.

El frente más básico de actividad obrera es el sindical, la lucha por reivindicaciones económicas y por mejoras en su medio laboral; le es propio, nace desde el mismo momento que aparecieron los obreros y sintieron en sus cuerpos el peso de la explotación, y la huelga es su principal instrumento.

Como una extensión de esta actividad sindical estaría la lucha social, llevada conjuntamente con otros movimientos populares (vecinales, juveniles, feministas, docentes y estudiantiles, inmigrantes, ecologistas, pequeños comerciantes, etc.) y destinada a mejorar el entorno donde viven, se desenvuelven y relacionan los obreros y sus familias.

Mención destacada tiene la lucha política del proletariado contra el Estado de la burguesía y que incluye la lucha por la conquista de derechos y libertades democráticas (asociación, expresión, huelga, etc.) que facilitan su acumulación de fuerzas, su organización y sus movilizaciones. Este es el frente más trascendente y complejo, donde hay que saber combinar el corto y el largo plazo, la táctica y la estrategia, proponiendo en cada etapa del camino -revolucionario en última instancia- objetivos políticos más o menos inmediatos, con la aplicación de los métodos de lucha que sean necesarios para lograrlos y con una justa política de alianzas con otros sectores populares interesados en ellos. De esta manera, el movimiento obrero se va fortaleciendo a la vez que debilita a la burguesía y se va acercando a la consecución de su programa máximo que, como dijimos antes, en las condiciones del capitalismo monopolista sólo puede ser la Revolución Socialista.

Dibujo. Mani con puños alzados.

En estrecha relación con la lucha política del proletariado, los obreros también están implicados, unas veces con su “instinto” u “orgullo” de clase, otras con conciencia de ello, en otro frente del que poco se habla, quizá por ser el más alejado del día a día reivindicativo y sus movilizaciones “de masas”. Me refiero a la lucha ideológica que se libra constantemente contra la influencia, abierta o encubierta, de la burguesía dominante. Por medio de ella el movimiento obrero delimita y afianza su conciencia de clase al tiempo que opone a los valores burgueses (individualismo, apego a la propiedad, machismo, consumismo, mercantilismo, superstición, superficialidad, sumisión al poder…) aquellos otros como la organización, la disciplina consciente, la unidad, la igualdad, la solidaridad con explotados y oprimidos, el internacionalismo, la rebeldía, las ganas de estudiar y aprender, etc., que suponen rescatar lo mejor que ha dado la humanidad en los terrenos de la moral, las ideas y la cultura.

Como vemos, ante la clase obrera se despliega todo un amplio abanico de actividad, muy lejos del reduccionismo sindical, economicista y espontaneísta al que algunos pretenden limitarla. Además, cae por su peso que para esta lucha tan multifacética, con tantos zigzag, donde incluso se corre el riesgo de perder el norte de clase, y teniendo que hacer frente a enemigos tan poderosos como los modernos estados capitalistas, se hace imprescindible que la clase obrera cuente con su propia organización política de clase, su destacamento de vanguardia, el Partido Comunista, que sea no sólo guía y Estado Mayor de la Revolución, sino una garantía de su independencia política frente a otros grupos y partidos no proletarios con los que, en ocasiones, convendrá compartir objetivos y una parte del camino.

Como ejemplo de todo lo que venimos diciendo no hace falta irse muy lejos; el movimiento obrero en España tiene una larga, heroica, decisoria, hegemónica y fructífera historia que merece ser evocada y estudiada constantemente. Además de aprender de ella, nos servirá para combatir esas posiciones derrotistas y menospreciadoras de “lo obrero” que sólo se fijan en los efectos más negativos que la influencia burguesa produce en la clase obrera, en sus elementos más atrasados y en la situación de desorganización y postración que hoy observamos en ella.

En lo único que podemos dar la razón a estos “pesimistas hístóricos” es que actualmente el movimiento obrero en España no parece gozar de buena salud a la vista de su baja conflictividad y combatividad y su falta de visibilidad en el panorama de la resistencia al Estado y en la pérdida de protagonismo ante el avance de otros movimientos sociales que se están destacando en las dos o tres últimas décadas. Es por ello que para el movimiento obrero se presenta como su tarea más importante y urgente reorganizarse y recuperar su combatividad en todos sus frentes de actuación, sindical, político, social e ideológico, y su hegemonia y papel de vanguardia dentro del movimiento de resistencia democrático-popular que se está dando para hacer frente a las arremetidas del Capital y su Estado fascista, orientándolo, así, hacia la destrucción de ese Estado y la implantación del socialismo. Una tarea esta que, como es lógico, está más allá de las posibilidades de un movimiento espontáneo y que requiere, por tanto, de la imprescindible concurrencia de su vanguardia comunista, una vanguardia que analice, proponga, divulgue, eduque, conciencie y organice, fomente y se ponga al frente de sus luchas.

Postal. Mujer con bandera roja y una bengala.

En este sentido, manifiesto mi confianza absoluta en que la clase obrera en España está condenada, más pronto que tarde, a encontrar las vías de su reorganización, adaptada ésta a las nuevas condiciones económicas y políticas. Para fundamentar esta confianza echo mano de la historia y, por ejemplo, recuerdo cómo mi generación, la de finales de los 60, supo alzarse desde la dura derrota de sus padres y abuelos en la Guerra del 36, de vivir en una dictadura fascista abierta donde hasta una huelga se pagaba con cárcel y de sufrir la traición y la destrucción del Partido Comunista a manos de los carrillistas.

Seguramente será en el terreno sindical donde esta recuperación será más rápida. Aunque aún dispersas y esporádicas, vemos surgir huelgas de cierta duración y que no dudan en saltarse “las reglas” y organizarse en plataformas reivindicativas al margen de sindicatos y comités de empresa; incluso una gran empresa como AIRBUS se permite hacer una huelga en solidaridad con un despedido. No creo que los trabajadores precisen “recetas” en este escalón primario de la lucha de clases donde la necesidad aprieta y donde se aprende con gran rapidez. Sin embargo, sí quiero apuntar que me parece imprescindible que esta lucha sindical tenga un carácter independiente, es decir, al margen y en contra de las mafias sindicales, y que las nuevas formas organizativas y métodos de lucha rompan con toda la maraña de leyes laborales, pactos y reglamentos que hoy encorsetan y vuelven casi inútil cualquier lucha reivindicativa.

Pero el movimiento obrero no puede quedarse en lo meramente sindical, sino que debe ser radical, es decir, ir a la raíz de su explotación y sus problemas. Parafraseando a Lenin cuando atacaba a los “economicistas”, la clase obrera no debe limitarse a volar como las gallinas, sino aspirar a hacerlo como las águilas. Es por ello que su reorganización en lo sindical debe ir paralela e inseparable de su reorganización como movimiento político independiente, algo que sólo se puede hacer en el transcurso de su lucha política contra el Estado fascista e imperialista que sostiene a su enemigo de clase, los capitalistas.

Qué sea esta “lucha obrera contra el Estado”, cómo llevarla a cabo y con quién es motivo decontroversia, controversia que también empieza a verse en las páginas de ”El Otro País”. Hay quienes razonan que, dado que el movimiento obrero no está todavía preparado para hacer la Revolución o, en su defecto, para ser la vanguardia o ser la fuerza que rentabilice la lucha política, debe abstenerse de participar en ella o limitarse a hacerlo por “reivindicaciones puramente obreras” sea esto lo que sea, ya que, en caso contrario sería hacer el juego a los sectores burgueses (en el caso de la lucha nacional) y pequeño-burgueses que, empujados por la crisis económica y política del régimen y por la propia presión popular, se están implicando en ella desde un punto de vista reformista.

Cartas desde prisión.

Parecen olvidar que precisamente porque en la sociedad actual la clase obrera es la única garante de que la lucha política se lleve hasta sus últimas consecuencias y de que no sea simplemente reformista, de “mejora” del sistema, sino que se oriente hacia el objetivo fundamental de preparar/hacer la Revolución, es por lo que debe estar presente en las batallas que, desde distintos ámbitos, se dan actualmente contra el Estado. Por lo demás, cabe preguntarse qué base o principios dictan que los obreros deban abstenerse en la lucha por unas libertades democráticas “burguesas” siempre que sirvan para su propio fortalecimiento organizativo; ¿deben privarse de una justa política de alianzas con otros sectores populares que también están interesados en ellas?, ¿deben privarse de acumular fuerzas, prestigio y experiencias que mañana le van a ayudar para el asalto revolucionario al poder?, ¿deben dejar de debilitar aún más al enemigo de clase, la burguesía y su régimen del 78, que ya hoy se encuentra dividida por la crisis política y la presión popular?

Estas y otras son cuestiones que, por ejemplo, están presentes en la batalla del pueblo de Catalunya por su autodeterminación y que algunos “obreristas” parecen ignorar. De la misma manera que ignoran que el Estado fascista es una realidad objetiva que se impone no sólo a los obreros sino al resto de los trabajadores, al conjunto del pueblo, que incluye a sectores de la pequeña burguesía; e igual que se espera que el proletariado se organice y rebele contra él, también esos sectores no proletarios, por muy alejada que esté la idea de la Revolución de sus cabezas, se están rebelando. Hay que reconocer que algo de esto barruntan algunos de estos “obreristas” cuando proponen “un frente de lucha obrero”, aunque sea ridículo pensar que la clase obrera haga un frente ¡consigo misma!

En el día de hoy están ocurriendo en España -y en el mundo- cosas muy importantes y trascendentes en el terreno de la política, principalmente derivadas de la vuelta del Estado a sus orígenes más abiertamente fascistas y de la escalada militarista e imperialista, como para pretender que los obreros, los únicos con una salida verdaderamente revolucionaria que ofrecer, se mantengan al margen. Al mismo tiempo, y como respuesta semi-espontánea a esta escalada, a los abusos de los monopolios, multinacionales y la Banca y ante la podredumbre, descrédito y corrupción de los políticos e instituciones, con su rey al frente, se está conformando un movimiento popular de carácter republicano, antifascista, antimonopolista y antiimperialista y por los verdaderos derechos y libertades democráticas (de expresión, por la igualdad de la mujer, por la libertad de los presos políticos, por el derecho a la autodeterminación de las naciones, por una sanidad y enseñanza públicas y de calidad, por la nacionalización de los monopolios y la Banca, etc.) en el que participan tanto la clase obrera como otros sectores no proletarios de la población.

Quiéranlo ver o no los “obreristas”, el movimiento obrero forma parte de ese movimiento democrático- popular de resistencia al Estado fascista e imperialista. La cuestión candente no es, por tanto, si el proletariado debe o no luchar en el seno de ese movimiento “popular”, por la sencilla razón de que se va a dar, que se está dando con todas las limitaciones que hoy observamos, además de que a la clase obrera nada de lo que suponga conquistar una reivindicación democrática le puede ser indiferente; no, la cuestión es que en el transcurso de esa lucha política- reivindicativa sea capaz de reorganizarse, fortalecerse y ganarse el prestigio y la autoridad que le permita ponerse al frente de ese movimiento. De esta forma, preservando al mismo tiempo su independencia y objetivos de clase, imprimirá a esta lucha antifascista una dinámica que vaya más allá del simple debilitamiento del Estado, una dinámica que conduzca a su derrocamiento y, tras él y con la clase obrera como fuerza hegemónica, permita pasar, sin estados intermedios, al socialismo.

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