Cuando en España los fascistas quemaron toneladas de libros, destrozaron bibliotecas y prohibieron a Blasco Ibáñez o a Caperucita roja.

Foto. Pila de libros quemándose.

Pluma, Pincel, Palabra. 1931-1939. Al servicio de la Cultura Popular

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La quema de libros

De todos es conocido que allí donde entraban la tropas fascistas se desataba la represión más brutal, pero esta represión política también contó con un apartado específico dedicado a la represión de todas y cada una de las manifestaciones culturales, que consistió en la quema de libros y revistas, cierres de periódicos, expurgo de bibliotecas, depuración de maestros, prohibición de obras, había que borrar las ideas progresistas y revolucionarias de raíz, había que limpiar, purificar el país, y para ello no escatimaron esfuerzos. La represión cultural formó parte de la represión generalizada y se aplicó desde el primer momento.

Se quemaron libros. En A Coruña, se hizo una quema en 1936 con los libros de la biblioteca de Santiago Casares Quiroga; en Barcelona se quemaron 72 toneladas de libros de editoriales y bibliotecas públicas y privadas. Por otra parte muchos libros del catálogo de las bibliotecas habían desaparecido, tras el expurgo al que fueron sometidas todas las bibliotecas. El calibre intelectual del fascismo se demuestra claramente por los libros que fueron retirados: El Libro del buen amor del Arcipreste de Hita; La Celestina de Fernando de Rojas; Diablo mundo de Espronceda; La educación sentimental de Flaubert; Werther de Goethe; Artículos de costumbres de Larra; Sonata de otoño de Valle-Inclán; Poesías completas de Antonio Machado; El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde; Los miserables de Víctor Hugo; Los pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán; El fuego de Barbusse; Sin novedad en el frente de Remarque; Los siete ahorcados de Andreiev; Las almas muertas de Gogol; Crimen y castigo de Dostoiewski. Todos los de Blasco Ibáñez, varios títulos de Azorín y numerosos de Pérez Galdós y Pío Baroja. Por si esto fuera poco no solo se prohibieron libros políticos, literatura “pornográfica y disolvente”, sino que también se persiguieron la serie de El Corsario Negro de Emilio Salgari; Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas; Platero y yo de Juan Ramón Jiménez; Los cuentos de Andersen o Los viajes de Gulliver de J. Swift. El cuento de Perrault, Caperucita roja se convirtió en Caperucita azul y más tarde, Caperucita encarnada. Asimismo se incineró el título de Espasa-Calpe, Enciclopedia de la carne, aunque se trataba de un libro de gastronomía.

El catedrático de Derecho, Antonio Luna, definió a la perfección el objetivo de la represión cultural: “Para edificar a España una, grande y libre, condenamos al fuego los libros separatistas, los liberales, los marxistas, los de la leyenda negra, los anticatólicos, los del romanticismo enfermizo, los pesimistas, los pornográficos, los de un modernismo extravagante, los cursis, los cobardes, los seudocientíficos, los textos malos y los periódicos chabacanos…”

Paralelamente muchos maestros, bibliotecarios, editores y libreros fueron fusilados corriendo la misma suerte que las publicaciones que editaban o distribuían. Juan Vicens lo exponía así en 1938: “La historia es simple, siempre la misma cuando el pueblo cae ante el enemigo: el bibliotecario es fusilado, los libros quemados y todos los que han participado en su organización son fusilados o perseguidos”.

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