Fascismo 2.0: de aquellos polvos vienen estos lodos
Juan Manuel Olarieta
Que hace una semana una cofradía estrafalaria, como Vox, haya llenado la Plaza de Toros de Vistalegre en Madrid, ha hecho saltar las alarmas que algunos tenían anestesiadas desde hace décadas. La “ultraderecha” está de moda entre Alemania y Brasil porque así lo dice la prensa del mundo entero.
Antes (casi) nadie hablaba de este asunto, que parecía cosa de un pasado remoto; ahora todos los días no menos de 70 noticias en castellano abundan en lo mismo, aunque todas ellas reinciden en los tópicos: hay unas elecciones y ponen la lupa en el número de votos (o de escaños) de la “ultraderecha”, que siempre crece; de lo contrario no es noticia.
Hasta ahora esos que tanto se alarman no tenían miedo, pero ahora sí. Creen que los cafres de Vox, si llegan al gobierno, van a poder hacer algo más que no hayan hecho el PP o el PSOE en 40 años. Por lo tanto, hay que votar a la “izquierda” para que la “derecha” no crezca, y menos los “ultras”.
En España hay dos tipos de clientela antifascista. Unos son alarmistas y los otros estamos alarmados. Los primeros se preocupan por lo que pueda pasar; los otros por lo que ya ha pasado. Pero sobre todo lo que nos preocupa es que haya pasado desapercibido.
Desde 2000 en España está preso Manuel Pérez Martínez, secretario general de un Partido Comunista ilegalizado, un caso único en el mundo, pero eso alarmó a muy pocos. Ahora que tanto se habla de “montajes policiales”, deberían pensar que hace décadas que en España no hay otra cosa que montajes de todo tipo y que, por lo tanto las víctimas de los mismos deberían estar en libertad y, si no lo están, hay que exigir su liberación, es decir, la amnistía.
Lo que decimos se puede extender a quienes, como Alfredo Remírez, han ejercido su derecho a la libertad de expresión, y también están encarcelados; a quienes están pendientes de juicio ahora mismo y cuyos responsables no son los matarifes de Vox sino fiscales, jueces, tribunales, leyes, cárceles… Es decir: el Estado.
Lo que pueda venir en un futuro inminente no debe esconder lo que ya tenemos encima. Pero para enterarse de eso hay que dar un paso más y apercibirse de que el fascismo no es tal o cual colectivo sino la forma misma de dominación del capital monopolista en la fase actual del capitalismo en la que vivimos hoy.
Por supuesto que un partido, como AfD en Alemania, cuyo número de votos crece, es fascista, pero también lo es el jefe del BND, el servicio secreto, que ha amparado los crímenes neonazis que, por ello mismo, se convierten en crímenes de Estado, de los que se asegura la impunidad, para lo cual esos llamados “neonazis” deben contar con la complicidad de policías, fiscales, jueces, políticos y periodistas, algo que en España es de sobra conocido desde los tiempos de los GAL.
Del fascismo sabemos tres cosas desde su mismo surgimiento: que crece si no se le combate, que si está creciendo es porque no se le está combatiendo y que si no se le combate es porque se le oculta, empezando por no llamar a las cosas por su nombre, es decir, por decir que Vox es la “ultraderecha”, que los fiscales o los jueces que participan de los montajes no son fascistas o que meter a un rapero en la cárcel tampoco lo es.
La ocultación del fascismo como “ultraderecha” es una de las preocupaciones principales de las cadenas de comunicación convencionales, que todos los demás, empezando por los “alternativos”, siguen al pie de la letra. Parece que la “ultraderecha” es algo nuevo, sin raíces en el pasado y que el Estado o los partidos “no fascistas” son algo por completo ajenos a ese auge.
Del crecimiento del fascismo, de la represión fascista y de los crímenes fascistas son responsables todos esos que no llaman a las cosas por su nombre y que, por consiguiente, no saben ni contra quién están luchando (si es que luchan contra algo).