Entrevista a Francisco Martínez, ‘El Quico’, guerrillero antifascista, que hoy tiene 93 años. La lucha guerrillera, la condena a muerte y el exilio, la actualidad y la memoria.

Foto. Francisco Martínez, El Quico.

Memoria Histórica:

Entrevista con Francisco Martínez ‘El Quico’

El Quico fue guerrillero antifranquista y actualmente se define como guerrillero contra el olvido, pues utiliza su propia memoria para desenterrar la colectiva

A sus 93 años, Francisco Martínez (El Bierzo, León, 1925) conserva una lucidez y una salud envidiables. Siente que debe hacerlo porque, en caso contrario, no podría recordar ni transmitir lo que vivió. Quico —así le conoce todo el mundo— es uno de los últimos guerrilleros antifranquistas vivos. Formó parte de la guerrilla armada de León-Galicia entre 1947 y 1951, pero se implicó en el movimiento guerrillero mucho antes. Se exilió a Francia en 1951, condenado a muerte por el régimen franquista. Regresó en 1977 y desde entonces lucha por la memoria porque, para él, solo conociendo el pasado y haciéndole justicia se puede construir un futuro digno.

Cautivo durante muchos años, ahora reside en El Campello (Alicante), en un piso donde pueden encontrarse diversas referencias a la República —desde un sutil centro de mesa hasta un cartel sobre el cuadro de contadores— y estanterías repletas de volúmenes, fotografías y distinciones por su lucha por la memoria histórica. No incide en los reconocimientos institucionales, pero señala con orgullo el que reposa sobre la cabecera de la cama, en el que un dibujo imita la famosa fotografía de Capa: “Ésta me la hicieron los chavales de un instituto”, dice con una sonrisa.

–Tenías diez años cuando empezaste a colaborar con el movimiento guerrillero, haciendo propaganda para las elecciones del 36. ¿Cómo tuviste claro desde tan niño que tenías que involucrarte en esa causa?

Porque mi madre era una de esas mujeres que se había liberado. Era republicana y muy combatiente. Ella me transmitió esas motivaciones e hizo que me interesara por el empeño con el que luchaba por sus derechos. Nosotros somos de una región minera y, durante la huelga revolucionaria de 1934, que terminó con unos 2.000 muertos y 30.000 prisioneros, mi madre fue activista del movimiento de solidaridad con esas personas. Muchos refugiados de esa represión venían a mi casa. Ese entorno se convirtió para mí en un símbolo al cual yo aspiraba.

Así que en el 36, de cara a las elecciones de febrero, participé con varios vecinos y compañeros en la pega de carteles o en pintadas con la consigna UHP o Uníos Hermanos Proletarios. Aunque fue algo espontáneo, creo que el maestro republicano que teníamos en la escuela había sembrado en nosotros cierto germen de organización.

Mi implicación se reforzó en la primera gran manifestación republicana que hubo en Ponferrada. Los mineros bajaron de los pueblos y se concentraron en el Primero de Mayo. Después de insistir a mi madre, me permitió acudir a la manifestación. Puede que fuera el asistente más joven: no llegaba a los once años. Después de ese día le exigí a mi madre una camisa roja como la que tenía aquella gente. Un día la recibí y decidí que la estrenaría en las fiestas de mi pueblo, Santa Ana, el 26 de julio.

–Pero se truncaron los planes.
Las tropas fascistas llegaron seis días antes y mi madre escondió la camisa. Luego hubo que sacarla: durante la guerra no había nada, no se vendían telas. Yo no tenía camisa para ponerme, así que la tiñó de negro. Pero nada más le daba el sol, volvía a su color original… Recuerdo que un vecino del pueblo, siempre que me veía, deparaba en mi espalda y decía: “¡Hay cosas que por mucho que las pintes no se les va lo rojo!” [risas]. Ese 20 de julio se inició el movimiento clandestino de los huidos. Y así se empezó a crear una red vecinal de apoyo en la que participaban mis padres.

La zona en la que viví está llena de fosas comunes. La resistencia —el historiador Secundino Serrano cifra en 200.000 los ocultos en un momento dado— empezó a organizarse y a conseguir armas. En 1942 se crea la federación, que fue un punto de encuentro: había gente de diferentes partidos, pero todos formaban ese frente antifranquista.

Fue una gran organización popular y hubo muchas casas al servicio del grupo guerrillero entre 1944 y 1945. Por eso nunca he entendido muy bien lo de llamarnos “los del monte”, ¡yo nunca he dormido en el monte! Solo era la excusa que daban las personas de las casas cuando llegaba la policía. En aquella época yo todavía no participaba en el combate armado; apoyaba a los guerrilleros realizando tareas que me encomendaban. Y en una de ellas la policía me descubrió.

«Hagamos de la Memoria antifascista un presente de lucha y resistencia».

–¿Un chivatazo?
Sí. Yo trabajaba en un laboratorio químico, pero estaba cerca de cumplir los 20 y eso implicaba entrar en el servicio militar. Una ley permitía conmutar el trabajo en la mina por este servicio, así que me fui a trabajar a la mina de un pueblo donde no me conocía nadie. Allí tuve una especie de familia adoptiva, pero uno de sus miembros me denunció cuando intenté conseguir armas para la guerrilla. La familia me avisó y conseguí huir.

–¿Fue entonces cuando te condenaron a muerte?
Sí. En el momento en el que te descubrían, te mandaban a tortura o te liquidaban. Y a un guerrillero no se le liquidaba fusilándolo, sino a garrote vil. En 1947, ante la presión internacional por la violación de los derechos humanos, Franco, con el apoyo de algunos países, dicta una ley con la que pasamos de ser republicanos armados a bandoleros.

–¿Qué hiciste después de huir?
Mis opciones eran unirme a la guerrilla o arriesgarme a caer en manos de la policía, así que estuve cuatro años en la guerrilla armada. Mataron a casi todos mis compañeros. En 1951, yo y tres guerrilleros más nos exiliamos a Francia con la ayuda de un enlace y conseguimos el reconocimiento de refugiados políticos. Algunos de mis compañeros murieron en el exilio; yo volví para rescatar esta memoria.

–Pasar de vivir en el cautiverio a exponer públicamente los motivos que te llevaron a hacerlo…

Es mi deber, mi militancia actual es con la justicia democrática. Con unos valores que fueron adquiridos por la sociedad en un momento que era libre y que resultaron frustrados por la dictadura, la muerte y la represión. Una generación necesita referentes, porque, si no, no tiene historia, y necesita conocerla para situarse. En este sentido, la sociedad española también ha quedado frustrada de aquel pasaje de la dictadura.

–Hemos hablado del franquismo. ¿Qué fue la II República?

El inicio de un proceso, un proyecto en el que las personas eran las protagonistas. La mujer empezó a organizarse. Lo mismo sucedió con los trabajadores y con la sociedad en su conjunto. Se introdujo un elemento de cultura en el pueblo que le permitía ser mayor de edad en sociedad. Era un sentimiento generalizado y colectivo.

–Qué queda de eso?

Hay movimiento, pero no con la dimensión de entonces. Algunos de esos valores se han perdido porque el individuo a menudo no participa y espera que las instituciones actúen para resolver el problema. Es una manera de no asumir la propia autoliberación, y los pueblos que no asumen su liberación siempre serán sumisos, nadie les va a liberar salvo ellos mismos. Por eso es tan importante la memoria, y más en un momento en el que hay una necesidad apremiante de liberación.

Creo que la II República puede ayudar a entender qué es lo que una sociedad puede promover en pos de su interés. Yo viví el ambiente de camaradería que se creó y que fue el embrión de la organización que hubo más tarde en clandestinidad. Eso me hizo ser humano, simpatizar con la causa y, también, ser comunista más tarde. Porque el comunismo para mí es eso.

–¿Crees que el comunismo es eso para los demás?
No. Mucha gente es víctima de una cultura y de una propaganda… Y quizás también de los errores de quien se anticipa a la historia.

–¿Qué quieres decir?
Que el deseo de una estructura comunista en una sociedad de un momento determinado es anticiparse a los acontecimientos. No está preparada para asumirlo. La gente hereda una cultura y, si no existen referencias o los referentes que existen no tuvieron éxito, no puedes inventártelos. Pero sí puedes profundizar en las virtudes que hubo tras ese fracaso y conocer por qué fue imposible llevarlo a cabo.

Todavía estamos viviendo una época histórica determinada, pero llegará, no tenemos otra alternativa. Quizás dentro de dos o tres siglos, no lo sé. La sociedad puede acelerar o dar forma a ese movimiento. Hay que pelear por la armonía de la sociedad en torno a la existencia de la vida. Si no es un suicidio.

–O sea, dices que si no peleamos por un sistema político diferente, nos estamos suicidando.
Automáticamente. Yo viví el comunismo en la clandestinidad. Era nuestro comunismo, claro, pero creo que si fuera asumido por la sociedad no existirían las contradicciones que existen, ni viviríamos esta situación tan pésima en la que tenemos los recursos pero no están a nuestro servicio. Pero no se puede llevar algo a cabo cuando las fuerzas mayoritarias no están por la labor.

–Se está hablando mucho de la memoria histórica. Me consta que criticas la Ley de Zapatero, que tachas de insuficiente…
[Interrumpe] No es solo insuficiente, ¡es un obstáculo! Es un obstáculo para el pensamiento de liberación, y también para resolver un problema de injusticia que perdura en este país.

Foto de 2004 de cuatro guerrilleros antifascistas, incluido El Quico.

–¿No es mejor que nada?
¡No, no! Es peor que nada. ¡Es mejor la nada! La ley no resolvió el problema. No condena el fascismo, que es la base fundamental del delito. No condena ni el sistema ni los crímenes de la humanidad, por lo que los hace válidos, y el sistema fascista no es válido en una sociedad libre porque es la eliminación del contrario por ideología. Es imposible enmarcar eso en un concepto democrático. Con esa ley es imposible avanzar. Muchas viudas tienen todavía a sus muertos en cunetas, ¿dónde está la justicia social de una sociedad libre y democrática? ¿Cómo es posible que cuando los sacan —¡encima a través de empresas, no por el Estado, lo cual es un insulto!— lo hagan como si fueran delincuentes?

–En muchas intervenciones pones el foco precisamente en que se deje de considerar a la guerrilla como “bandoleros”.

Es que en los archivos de juicios sumarísimos, los fusilados siguen siendo delincuentes. Yo sigo siendo un bandolero. Yo estoy vivo y puedo pelear para cambiarlo, pero los muertos no pueden. No es digno de un Estado que se autodenomina democrático tener a muertos en cunetas y bajo la consideración de bandoleros. Por eso la ley de Zapatero es el árbol que no te deja ver el bosque, porque lo fundamental permanece. Y el problema de la memoria histórica no es de izquierdas o de derechas, es de la sociedad. Una sociedad que no conoce su pasado está condenada a repetirlo.

–Algunas leyes, como la valenciana, hablan de “convivencia”.
¡Sí, de convivencia y reconciliación! ¡De los muertos con los vivos! No, la reconciliación llega después de la justicia. El fascismo arrasó con todo lo que no le convenía. Es algo que por desgracia sucedió en este país. Pero cuando llega la democracia, lo primero que hay que hacer es reparar eso porque, si no, no se puede decir que todos somos iguales ante la ley. Ya que no se hizo en su momento, reparemos ahora el daño. Hagamos justicia y, a partir de ahí, podremos hablar de convivencia en la sociedad.

–Es imposible no mencionar en este punto El Valle de los Caídos…
Un monumento que, 80 años después, hace apología de un genocidio —porque hubo un genocidio— es la antítesis de la democracia. Hay que quitar el símbolo a El Valle, no puede ser un lugar para adorar a un dictador después de muerto. Se trata de curar y de reconocer que ha sido algo que ha lesionado a una sociedad y que tiene secuelas culturales, ideológicas, sentimentales… Si no demostramos que este país repudia esos métodos, ¿qué cultura estamos transmitiendo? ¿El odio?

–A veces hablas en institutos sobre esto, ¿cómo percibes el compromiso de la juventud con la memoria histórica?
Es preocupante porque hay gente preparadísima pero que ignora lo que han vivido sus abuelos y abuelas. Saben lo que hicieron los romanos o los griegos, pero no lo que sucedió en la historia reciente, de la que ellos son producto. Sucede porque se ha transmitido la historia del miedo. Y no hablo del miedo al fascismo o al comunismo, no; hablo del miedo a implicarse en sus propios problemas. El poder prefiere que las nuevas generaciones no cuestionen y mantengan la creencia de que “no es importante porque ya pasó”. Las fuerzas políticas y las instituciones han caído también en la apatía, y es un error político que la juventud le dé la espalda al pasado.

–¿De qué forma crees que se debería reparar eso?

Hay cosas que son competencia del Estado: la regulación de los juicios sumarísimos o el hecho de modificar los textos de enseñanza. La II República se trata en la mayoría de libros de texto con mucha ambigüedad o de manera despectiva, aunque se hayan modificado algunas exageraciones franquistas. Si se oculta una parte de la Historia, la juventud no puede hacer comparaciones ni desarrollar su pensamiento.

–Asociacionismo de las ‘kellys’, pensionistas manifestándose, el movimiento feminista… ¿Es parte de esa ‘autoliberación’?

Es el germen de la conciencia colectiva. Cuando ya no es un destacamento mínimo, sino que se produce a nivel colectivo, algo está prendiendo. No todo el mundo que se manifiesta es plenamente consciente del movimiento, pero ha comprendido lo esencial y está en él. Es el inicio para ser más fuerte que el poder. Y definitivamente las mujeres están siendo el factor más importante de nuestro momento.

–¿Por qué?
Por la propia conciencia colectiva del machismo imperante. En la mayoría de los congresos a los que voy, los historiadores ignoran a las mujeres guerrilleras. Mi madre, mis hermanas, mis vecinas del pueblo, ¿no cuentan? Miles y miles de mujeres estaban implicadas en el movimiento guerrillero. Muchas fueron asesinadas o se les aplicó la ley de fuga, pero la historia la escriben los hombres.

Ahora ellas han roto con ese mito de que la mujer debe someterse, con ese patriarcado que está tan arraigado a una concepción involucionista. Eso es revolucionario, de hecho es el factor más revolucionario que tenemos en España. Todas las personas hemos empleado el machismo por cultura, porque estamos condicionados por el medio en el que vivimos y en el que hemos vivido. Es un proceso, pero es un proceso necesario.

–“Siempre he rechazado mirar al pasado con nostalgia”. Es una cita de tu libro Guerrillero contra Franco, guerrillero contra el olvido. ¿Con qué actitud se debe mirar al pasado

Buscando la verdad. Ni más ni menos. Lo negativo y lo positivo. Siendo capaz de sacar experiencia de tu trayectoria social, tanto la personal como la colectiva. Sabiendo qué no hemos sido capaces de superar y cómo podemos hacerlo. En un mundo en movimiento, cada persona debe saber cómo y dónde situarse para cumplir su papel transformador como parte de la Historia. Y para asumir tu responsabilidad en el presente, debes conocer el pasado. Porque si no asumes este rol activo en la vida, ¿para qué formas parte de ella?

https://www.elsaltodiario.com/memoria-historica/francisco-martinez-el-quico-guerrillero-antifranquista

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