El asesinato de Emilio Pedrero Mardones. 7.000 represaliados en la provincia de Valladolid en los meses posteriores al golpe de Estado. Unos 3.000 fueron fusilados o asesinados en cunetas.

Foto. Emilio Pedrero Mardones.

Memoria histórica imprescindible

La masacre fascista en Valladolid

A las 6.30 horas de la mañana del 2 de junio de 1938, mañana se cumplen 80 años, Emilio Pedrero Mardones apenas puede desplazar sus casi dos metros triturados a golpes hasta el paredón del Campo de San Isidro de Valladolid. Allí lo fusilan junto a Ángel Egaña. Los dos serán enterrados en la fosa común número siete del cementerio municipal de Valladolid.

Emilio Pedrero Mardones, nacido en León el 1911, no pasaba desapercibido. Medía algo más de metro noventa y desbordaba carisma. Sus padres, Emilio y Matilde, maestros de escuela, le animaron a estudiar. Su padre, además, era un periodista empeñado a denunciar la corrupción local. Lo mataron a tiros en plena calle en 1916. Su madre moriría poco después.

Emilio Pedrero Mardones y sus dos hermanas quedan al cuidado de una tía y Emilio cursa bachillerato en Oviedo y se saca la carrera de medicina en Valladolid con brillantes notas. En la Universidad milita en la Federación Universitaria Escolar y ya fuera de ella en la CNT y la FAI.

Médico muy respetado por sus colegas, profesor en la Facultad de Medicina, cabeza visible del movimiento libertario pucelano… los fascistas se quedan con su cara. Intentan colgarle el muerto un 4 de marzo del 34. El muerto es el estudiante falangista Ángel Abella García, que ha participado en el teatro Calderón en el acto de unificación de Falange y las JONS y en los disturbios posteriores.

Nadie puede probar la participación de Pedrero en los hechos y el juez ni se molesta en proseguir con la acusación. Queda en libertad y los fascistas se la guardan. Emilio Pedrero no se la guarda a nadie. Durante la huelga general de octubre del 34 un militante de la CNT dispara sobre un militar que pasa por la calle, delante del local sindical. Pedrero sale a la calle, lleva para adentro al herido, abronca al compañero del disparo, le saca la bala al militar y lo manda con el alta para casa. Que no ha sido nada, que cosas peores pasaban en África y a cuidarse.

A pocos días del 18 de julio de 1936 el ruido de sables se oye tanto que representantes de organizaciones vinculadas al Frente Popular le piden al gobernador civil, Luis Lavín Gautier, que neutralice a los cabecillas de lo que se está viniendo encima y distribuya armas entre la población. Lavín Gautier dice que no hace falta, que lo tiene todo controlado y confía plenamente en la lealtad de los mandos de Guardia Civil y Guardia de Asalto. En agradecimiento a esa confianza, el día del golpe de Estado, la Guardia Civil detiene al gobernador y lo fusila.

La madrugada del 18 de julio, Girón de Velasco y los suyos se acercan al local de la CNT y le pegan fuego. Por la mañana, señoritos falangistas y militares se pasean a sus anchas por Valladolid. El único conato de resistencia, o algo parecido, lo intentan los militantes socialistas, unos mil, agrupándose en la Casa del Pueblo, que se convertirá en una ratonera. Los obreros, la mayoría tipógrafos y ferroviarios, sólo cuentan con unas treinta armas, algunas sin munición. Los fascistas se entretienen con una ametralladora y un cañón antes de proceder a las detenciones en masa y los primeros simulacros de juicio por la vía rápida.

Emilio Pedrero, que se lo veía venir, se esconde en una cueva de La Cuesta de la Maruquesa, en las afueras. No hay muchos sitios a donde ir. La provincia de Valladolid cae en menos de una semana sin oponer apenas resistencia. Los centros de detención empiezan a atiborrarse de gente y las sacas son el plomo nuestro de cada día.

Tras un tiempo escondiéndose en las cuevas, Emilio encontrará refugio en casa de una familia supuestamente amiga. Lo del supuesto viene porque lo tienen encerrado en una habitación a cambio del dinero que les manda desde León una tía de Emilio. Cuando se acaba el dinero le dan patada.

Emilio Pedrero Mardones ha pasado 14 meses encerrado en una cueva y una habitación. Está harto y el 23 de septiembre de 1937 se va a un bar a tomar un café, aunque sea lo último que haga la vida merece un gesto humano. Es inmediatamente reconocido y detenido. Lo llevan a las cocheras de tranvías, utilizadas como centro de detención. Es sometido a salvajes torturas, recibiendo una paliza que le destroza el cuerpo y el alma, quedando en un estado físico y mental lamentable. Hecho un despojo lo arrojan junto a los demás detenidos. Presenta tal aspecto, sin dientes, la cara irreconocible, huesos rotos, que casi se organiza un motín.

Emilio Pedrero pasará semanas tendido junto a la pared, envuelto en una manta, mientras cada noche los guardias bajan a diezmar detenidos. Diezmar consiste en contar detenidos de diez en diez, y al que hace diez se lo llevan. Algunos no vuelven, otros preferirían no haber vuelto para vivir con lo que han visto.

Las autoridades trasladan a Emilio a la Cárcel Nueva. Allí le atenderá otro preso, José Getino, médico, compañero de estudios de Emilio. Cuando Emilio está mínimamente recuperado y agradecido a Getino por los cuidados, los falangistas se llevan a José Getino y lo asesinan cerca de Laguna de Duero. Emilio Pedrero intenta suicidarse colgándose con un cinturón de unas tuberías. No lo consigue, aún le queda pasar por el insulto de un consejo de guerra.

El día 17 de enero de 1938 los matarifes lo acusan de ‘adhesión a la rebelión’ y hacen notar ‘su perversidad por su eficaz contribución al envenenamiento de las masas obreras de esta ciudad’. La condena es a muerte y se ejecuta el 2 de junio.

Se calcula en unos 7.000 los represaliados en la provincia de Valladolid en los meses posteriores al golpe de Estado. Unos 3.000 fueron fusilados o asesinados en cunetas. En el Campo de San Isidro, familias enteras tomaban sitio para asistir y jalear los fusilamientos mientras comían churros y bebían aguardiente. El churrero de la plaza Circular había puesto allí el tenderete para hacer negocio. Al fascismo se le da bien hacer negocio con la miseria humana en un país que tortura toros y tira cabras por el campanario, con tendencia a celebrar la muerte más que la inteligencia.

(De Toni Alvaro, en las redes)

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