Las Bibliotecas Populares.

Foto de una «Biblioteca Circulante».

1931-1939. Pluma pincel palabra. Al servicio de la cultura popular

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Las Bibliotecas Populares

Juan Vicens.

España viva. El pueblo a la conquista de la cultura.

«He preguntado a diversas personas su opinión sobre si en España se lee mucho o poco. La mayoría me han respondido: en España nadie lee nada. Persiste la idea de la España inculta, selvática, enemiga de la cultura. Pero cuando las respuestas a mis interrogados se han hecho más categóricas es cuando les he preguntado si se lee en los pueblos. La pregunta les divierte. En los pueblos nadie lee nada, ni nadie tiene ganas de leer nada. He aquí una idea universalmente admitida.

Y entre tanto, el pueblo español lee cuanto puede, y si no lee más es porque no tiene libros a su alcance (…) en el pueblo español abundan los pobres; no basta querer instruirse, hay que comprar libros para conseguirlo.

¿Cómo comprarlos cuando apenas se alcanza lo suficiente para subsistir? Queda el recurso de las bibliotecas.

Sobre ellas se ha arrojado, en efecto, ávidamente, una masa creciente de lectores.

En las bibliotecas populares hay casi siempre cola…

Cartel del Ministerio de Instrucción Pública. «Leed, combatiendo la ignorancia derrotaréis al fascismo».

Veamos algunos ejemplos.

Henos aquí en un pueblo de Granada. Está en lo alto de la Alpujarra. El final del viaje fueron cuatro horas a pie, montaña arriba. Cuatrocientos habitantes, lejos de todo. Me contaron cómo no creyeron nunca que llegaría la biblioteca; tenían el talón del envío y aun no lo creían. Al llegar los cajones, la emoción fue enorme; todavía, al contármelo, casi tenían lágrimas en los ojos. En vez de 150 volúmenes que les concedía el decreto, recibían 300, y magníficamente encuadernados. El secretario del Ayuntamiento, me decía: “Estas gentes tienen desde hace siglos la sensación de estar abandonados de todos. Usted es, desde hace siglos, la primera persona que ha venido aquí a traer algo y no a llevarse.”

En Mérida (…) la biblioteca está instalada en un edificio independiente, moderno. A las cinco de la tarde se abre al público y éste se precipita en torrente por la puerta. El bibliotecario distribuye y registra los libros a una velocidad de campeonato mundial. Un cuarto de hora después apenas queda un libro y la sala de lectura está atestada de lectores sentados en las ventanas, en el suelo, de pie. (…) En la calle queda un nutrido grupo de gente y cuando uno de los afortunados que entraron sale, el que está el primero entra, toma el sitio del que salió, y se podría decir el libro del que salió, sea el que sea. Hay, pues, lectores de estos que esperan un rato largo para entrar sin saber si les tocará leer una Aritmética o la Historia de España.»

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