Isabel Vicente, relato de una vida como militante comunista: conciencia proletaria hasta su fallecimiento en 2000. Campo concentración, parió sin asistencia, torturada, cárcel.

Foto. Isabel Vicente.

Memoria histórica imprescindible:

Relato de Isabel Vicente García, de 1988

(Isabel Vicente, 1917-2000)

La derrota de los campos de concentración

Salimos de Barcelona la noche del 25 de enero del 38. Pasamos la frontera después de recorrer varios pueblos del litoral catalán y pernoctar en el Castillo de Figueres, un grupo de compañeras de la J.S.U. y P.S.U.C., el 5 de febrero de 1938. En Francia estuvimos en tres campos distintos, de menos malos a peores: Le Pouligen, l’Ermitage (de éste se fugaron tres compañeras con ayuda del exterior: Margarita, Azuara y Lourdes, miembros del C.E. de J.S.U.) y Moisdon La Riviére (campo civil de 100 a 150 personas; niños, mujeres y ancianos casi inválidos). En el campo de Moisdon La Riviére (que distaba algunos kilómetros del pueblo) nos alojaron en un edificio en ruinas, sin techos ni ventanas y con enormes montones de escombros y suciedad por todas partes; sin luz, el agua de un pozo, ratas, bichos y la vigilancia de los gendarmes con sus fusiles y ametralladoras. Las mujeres, y las chicas de la J.S.U. las primeras, nos pusimos a trabajar organizando una verdadera batalla contra la inmundicia, y ya muy entrada la noche pudimos tener una nave para tendernos, en el puro suelo, a descansar. Los chicos habían hecho otro tanto en otra nave que estaba en iguales condiciones que la nuestra. En los nueve meses que estuvimos en Francia, sin salir de los campos conservamos siempre la moral y el entusiasmo que tuvimos durante los treinta y seis meses que duró la guerra, fuimos derrotados por el fascismo pero no vencidos, y conservamos siempre nuestro orgullo y dignidad como españoles. Nos organizamos en el campo con muchas dificultades, ya que la dirección francesa nos daba pocas facilidades, robándonos cuanto podía en comida y, sobre todo, obstaculizando las salidas al extranjero, haciéndonos propaganda para que volviéramos a España con Franco, que era el gran «salvador». Por eso y otros motivos las «chicas de la capilla», así nos nombraban porque nuestra nave-casa-campo había sido eso en épocas prehistóricas, éramos su pesadilla deshaciendo todos sus planes. Organizábamos grupos de estudio, reuniones, bailes populares, todo aquello que recordaba las diferentes regiones en las cuales habíamos vivido; en fin, todo cuanto nos hiciera olvidar, en parte, la triste situación de refugiados en un país que creíamos amigo y que para nosotras, en particular, no lo fue.

«Memoria antifascista. Un presente de lucha y resistencia.

-Allí nació mi hija. Un espectáculo dantesco

En este campo, el 12 de septiembre del 39 nació mi hija Nuria. No tuve ninguna asistencia médica, una buena mujer gallega que en su pueblo asistía vacas y cabras fue mi comadrona. Mis compañeras y los chicos hicieron unas parihuelas, y alumbrándose con unos cabos de vela que daban a las madres que tenían hijos pequeños y un farol que prestaron los gendarmes, me trasladaron. Dos jóvenes, casi niños, me llevaban a hombros dando traspiés en el camino hasta donde los gendarmes tenían su puesto de guardia, ya que el sitio donde dormíamos no era el más adecuado; el espectáculo era muy desagradable, trágico, dantesco, así lo calificaron todos aquellos que lo presenciaron. Lloraban de tristeza y de rabia al verse impotentes ante aquel caso que sucedía precisamente a una de las «chicas de la capilla», el primero que se daba en aquel campo. Recordaré siempre que fui cuidada con cariño por mis compañeras y los demás en general, que hicieron grandes sacrificios por mí. Creo que mi juventud y entereza de ánimo fue lo que me ayudó a superar aquel trance. Se hicieron cosas increíbles dadas las circunstancias y los medios de que disponíamos, entre otros, la construcción de una camita con tablas utilizando un cuchillo y trozos de vidrios como pulidora. Fue la admiración de cuantos la vieron, franceses incluidos.

-Entregados a Franco

En octubre, mi hija tenía un mes y días, y en vista de que voluntariamente no podían conseguir que volviéramos a España con el pretexto de cambiarnos de campo nos llevaron a la frontera. Pasamos la noche en la estación, nos reunimos nuestro grupo y pensamos en escapar, pero delante de mi negativa, pues con mi hijita no me podía arriesgar, los demás solidarios decidieron quedarse a mi lado. Por la mañana, a empujones y después de pelearnos con los gendarmes, pasamos a España, angustiadas y temerosas por lo que nos pudiera ocurrir. La Guardia Civil española vio la resistencia que opusimos y las peleas con los guardias franceses. Después de todo un día en Fuenterrabía, donde nos metieron en vagones precintados, nos dieron una ficha y la orden de presentarnos a la Policía en los respectivos lugares de residencia. Como es lógico imaginar no lo hicimos, ya que esto suponía que nos detuviesen. Yo, en lugar de irme a Barcelona, me fui a Madrid a casa de una compañera, Manola. La situación de su familia era tan precaria y difícil que aunque con muy buena voluntad no podían ayudarme más que moralmente, y mi hija necesitaba algo más. Así decidí regresar a Barcelona. Mi pobre madre, viuda y sin medios económicos, con un hijo de catorce años que no tenía trabajo (dos hermanos más y mi marido estaban en campos franceses), pidiendo a vecinos y amigos logró recoger el dinero necesario para el viaje. Así pude volver con mi familia y a mi querida Barcelona. Dado que yo trabajaba en una fábrica textil desde los catorce años quise volver, pero no me admitieron. Nuestra situación era desesperada, como la de la mayoría de los españoles, gracias a la «liberación» que nos trajo Franco sus mercenarios. Me puse a coser pantalones en casa mientras mi madre hacía faenas por los domicilios y mi hermano se iba por los pueblos, y cuando tenía suerte, que la tuvo pocas veces, ya que los guardias se lo quitaban, traía algo para comer, vender o intercambiar, sobre todo para poder comprar leche para mi hija.

Dibujo. (De la silueta de Franco, cuelga un asesinado)

-Torturados hasta morir

Al poco tiempo de estar en casa me encontré con viejos camaradas que ya estaban organizados y a sabiendas de lo que exponía me incorporé a un grupo de S.A.I. Como otros grupos que habían caído con anterioridad, el nuestro no tuvo mejor suerte y nos detuvieron a 51 compañeros (15 mujeres y 36 hombres) el 12 de febrero de 1940. Desde mi llegada de Francia habían transcurrido sólo cuatro meses. Mi pequeña quedó junto con mi madre y hermano, desamparada. Mi querida madre fue la verdadera víctima. ella fue con todas las consecuencias la que pasó los más amargos sufrimientos y privaciones, atendiendo a la niña en casa y a mí en la prisión. Mi marido y mis hermanos volvieron a casa dos años después. En la Jefatura Superior, que entonces estaba en la Diagonal, pasarnos días terribles, pues si bien a algunos nos insultaban, golpeaban y se burlaban, a Teresa Hernández y a los que consideraban los jefes los torturaban pegándoles palizas que los dejaban medio muertos. Julio Alejandro Matos, máximo responsable del grupo, enloquecido por las palizas de varios días intentó escapar echando a correr por una escalera que daba a la entrada, le dispararon varios tiros, quedando herido de muerte; a rastras los agentes le subieron al piso y abriendo una de las habitaciones donde estaban torturando a Teresa para que les dijera cosas de Julio y de la Organización, remataron a Julio a golpes de fusil, diciendo a Teresa: «Esto mismo haremos contigo si no quieres hablar». Torturaron y apalearon a varios camaradas con inusitada crueldad y sadismo, en particular a Pedro Pons, un hombre joven y fuerte que subía por su pie y le bajaban los agentes arrastrándole, sangrando principalmente por el ano, que luego le curaba como podía una de las compañeras mayores, María González. Cuando dieron por terminadas las investigaciones una noche nos trasladaron a la prisión. Al día siguiente, Pedro fue trasladado desde la Modelo al Hospital Clínico, donde para medio curarlo permaneció un mes.

-El «palacio» de la prisión

La prisión de mujeres de Barcelona estaba ubicada en la barriada de Les Corts, desde La Diagonal se podía ver el edificio, antiguo pensionado de niños ricos propiedad de monjas francesas. Al ingresar en la cárcel, como era ya muy entrada la noche nos metieron en un cuartito, éramos 15 y aún estando como sardinas en lata nos pareció un «palacio». Estábamos casi contentas, pues al menos nos habíamos librado de la brutalidad y los malos tratos de aquellos sádicos policías. Estábamos tan agotadas que sentadas en el suelo pudimos dormir un poco. La impresión que nos causó al día siguiente el «palacio» fue de lo más deprimente que se pueda imaginar. Mujeres, miles de mujeres durmiendo en el suelo, en sucias colchonetas, piojos, sarna, chinches por millones, ya que era un edificio muy viejo y con mucha madera, filtrados por todas partes y corriendo por las paredes como legiones en plan de batalla. Miseria y suciedad por todas partes. Políticas, comunes y prostitutas todas revueltas. Madres con hijos pequeños llenos de pupas, granos infectados cubiertos por manchas rojas que producía un desinfectante parecido a la mercromina de hoy. Encontramos muchas compañeras encarceladas desde la caída de Barcelona, conocían nuestra detención, las torturas y el asesinato de Julio en Jefatura. Nos ayudaron y nos pusieron al corriente de la situación en la prisión, y a pesar de los cuadros desoladores en grado superlativo que veíamos, comprendimos que teníamos que vivir algunos años en aquel ambiente, y por tanto, había que intentar mejorarlo en lo posible. El régimen interior era llevado por monjas y la administración por funcionarias. La alimentación era infame, un «café con leche» (una taza de agua sucia más bien) por la mañana, un chusco de pan negro, rancho en la comida y en la cena (potajes con mondas de habas, patatas, algunos trozos de tocino rancio de cuando en cuando, lentejas con sus respectivos gusanos y piedras) y nada más. Si tenías dinero y querías algo, en el economato de las monjas tenían de todo. El agua estaba racionada, era tan escasa que no todos los días podíamos lavarnos. Se formaban grandes colas para lavar los platos, frecuentemente el mismo utilizado para la comida, sin posibilidad de lavarlo, servía para la cena. Teniendo en cuenta que aquello había sido un pensionado había instaladas duchas, pero sólo funcionaban dos, con lo cual se organizaban batallas para conseguir ducharse, quedándose la mayoría de veces enjabonadas y sin agua. Organizábamos turnos y nos dábamos por contenta n4s tocaba una vez por semana o por mes. Mujeres y más mujeres llegaban casi a diario procedentes de las provincias españolas, a las dos o las tres de la madrugada, iban de paso para otras cárceles, teníamos que levantarnos y hacerles sitio en nuestro reducido espacio de suelo. Venían famélicas y destrozadas por los malos tratos y sufrimientos por la pérdida de seres queridos (esposos, hijos, hermanos). Les ayudábamos en lo que podíamos, sobre todo moralmente, ya que muchas de aquellas mujeres no tenían ningún ideal político y estaban desmoralizadas. Otras nos daban ánimo a nosotras diciéndonos: «No os preocupéis, esto durará poco».

Pantallazo bio de Isabel Vicente.

-Fusilamientos en masa

Nuestra situación por estar en Barcelona, atendiéndonos nuestras familias en lo poco que podían, era privilegiada al lado de aquellas personas que venían de lejos y lo habían perdido todo. Unido esto, recibíamos noticias diarias desde La Modelo y otras cárceles de fusilamientos en masa. Diez, veinte y hasta treinta eran las «sacas» por la madrugada en el Camp de la Bota. Llantos, gritos, maldiciones (quisiera tener facilidad en la pluma para describir el dramatismo de aquellas escenas), estos fueron los años más terribles de mi joven vida y que no olvidaré jamás. Entraron otros grupos análogos al nuestro, nos organizamos en sectores según afinidad y simpatías, juntábamos los paquetes que recibíamos y nos ayudábamos las unas a las otras. Pasamos mucha hambre durante los primeros años, nuestras familias también la pasaban en la calle. Consideradas como «peligrosas» no nos permitían ocupar ningún puesto ni hacer ningún trabajo. Pero al establecer los decretos de las juzgadas por delitos de guerra empezó a salir gente y las condiciones variaron bastante. Conseguimos puestos clave, oficina, mandantas, recepción de paquetes, y aunque estábamos muy vigiladas podíamos pasar prensa e información. Esto nos permitía estar al día de los acontecimientos y seguir discutiendo políticamente dentro de la prisión. Organizábamos grandes festivales, al principio hacían venir a la Sección Femenina, pero fue un fracaso total, nos pedían por favor que las aplaudiéramos ya que no les hacíamos ningún caso. Acabamos organizándolos nosotras mismas, estudios, concursos, deportes, en fin, todo aquello que estaba a nuestro alcance teniendo en cuenta que éramos reclusas, rebeldes y peligrosas. Según ellas, infringíamos muchas veces el régimen penitenciario, lo que nos costaba muchos castigos y sanciones.

-Juzgados por rebelión y fusilados

En marzo de 1941 fuimos juzgados por el Tribunal Especial contra la Masonería y el Comunismo por el delito de rebelión contra el régimen. Había mucha expectación por este juicio, tanto en la prisión como en la calle, como en el extranjero. Según este Tribunal éramos un grupo de comunistas numeroso y peligroso. El juicio fue a puerta cerrada en el Gobierno Militar de Barcelona, todo el edificio estaba rodeado por el Ejército y la Policía Armada. Numeroso público y nuestras familias nos vieron desde lejos al bajar de los coches celulares esposados como vulgares criminales. Los tres días que duró el juicio fueron alegres, ya que pudimos hablar con nuestros compañeros y contarnos las diferentes experiencias, pero muy amargos por las consecuencias. El resultado fueron seis penas de muerte y treinta, veinte, doce y seis años y un día de condena sin derecho a nada por ser delitos posteriores a la guerra. A los ocho días fueron conmutadas cuatro penas de muerte por sendas cadenas perpetuas (dos hombres y dos mujeres), en cambio se confirmaron las de Otilio Alba y Pedro Pons, ejecutados el 14 de mayo de 1941 en el fatídico Camp de la Bota. Estos dos camaradas conservaron en todo momento gran moral y entereza de ánimo, sabían desde un principio que no serían perdonados. Tengo cartas escritas por ellos, desde la celda de penados, que lo confirman, yo escribía en nombre de todas mis compañeras, como si fuera la sobrina de Pedro, era la única manera de poder comunicarnos. Ellos fueron unos de los miles de héroes españoles que perdieron la vida luchando por la libertad. La muerte de nuestros amigos y camaradas fue el golpe más fuerte que recibimos en la prisión, aparte de todo lo que estábamos pasando. No obstante, ni lo pasado en Francia ni en la cárcel logró variar nuestras ideas y convicciones, sino todo lo contrario, nos las forjaron mucho más.

-Doce años y un día

En mi caso, con doce años y un día, cumplí siete debido a rendimiento por trabajo. Salí el 7 de febrero del 47 en libertad condicional, obligada a presentarme cada mes en comisaría durante esos 5 años. (…)

Militó en el PCC y fue una enorme impulsora de la lucha de reconocimiento de la memoria y de los presos políticos en el franquismo.

En: Mujeres de la II República. Vindicación feminista. 2018.

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