Memoria histórica…
Nina Petrova, soviética, 122 nazis cayeron bajo su mira telescópica
-“La letal abuela francotiradora que aniquiló a cien nazis en nombre de Stalin
Nina Petrova (madre y abuela) se unió a las unidades de tiradores de élite soviéticas y se convirtió en una de las guerreras más letales de la Segunda Guerra Mundial a pesar de que, en principio, le denegaron el acceso por su edad.
Casi un millón de mujeres se alistaron en el Ejército Rojo durante la 2ª G.M. Desde que Hitler inició la Operación Barbarroja en agosto de 1941, Stalin hizo un llamamiento a las féminas para que se unieran a las fuerzas soviéticas. (…)
A partir de entonces, no fue raro ver en el campo de batalla desde aviadoras, hasta tanquistas dispuestas a defender a la Madre Rusia. Pero si hubo unas guerreras que destacaron esas fueron las francotiradoras. Sigilosas y letales, muchas de ellas se ganaron un hueco en la historia por la ingente cantidad de bajas y el pavor que causaron al enemigo.
Algunas de estas 10.000 tiradoras de élite (según las cifras que ofrece la historiadora Lyuba Vinogradova) se han convertido en auténticas heroínas de la URSS. La misma Lyudmila Pavlinchenko, mundialmente famosa, acabó con más de 300 objetivos durante la contienda. Y otro tanto pasó con Tania Chernova, conocida por la cantidad de bajas que logró. Sin embargo, existió también una francotiradora cuya historia sorprende no tanto por los alemanes que aniquiló (que también), sino porque se enfrentó a los nazis cuando sumaba medio siglo de vida: Nina Petrova.
A nivel oficial Petrova segó la vida de 122 soldados germanos, aunque algunas fuentes se limitan a atribuirle un centenar. Para su desgracia, Nina no pudo disfrutar de las mieles del éxito tras la Segunda Guerra Mundial, pues murió en un accidente de automóvil que cayó por un barranco durante 1945. (…)
Petrova nació en la ciudad de Oranienbaum (hoy Lomonosov) el 27 de julio de 1893. Poco después se trasladó hasta Leningrado, donde sufrió un duro golpe familiar. «Su padre murió, dejando a su madre al cargo de cinco hijos». La falta de dinero de la familia de Nina hizo que la pequeña tuviera que cuidar de sus hermanos desde su más tierna infancia. Tras graduarse en la escuela se mudó a Vladivostok, donde trabajó como mecanógrafa en el astillero de Revel, como bibliotecaria en Svistroje y como contable en Golov.
A la postre, Nina tuvo una hija y regresó a Leningrado, donde logró un trabajo como instructora en la sociedad deportiva «Spartacus». Además era una gran deportista que amaba los paseos a caballo, los viajes en bicicleta, la natación, el baloncesto y el patinaje.
Por entonces todavía no había disparado un arma. Pero eso se solucionó rápido. En los años treinta, poco antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial, decidió poner a prueba su puntería. La decisión no pudo ser más acertada ya que, en pocos meses, ganó varios premios de tiro (en uno de ellos le obsequiaron con un pequeño fusil de precisión) y recibió el distintivo «Listo para el trabajo y la defensa de la URSS».
La excelente puntería de Nina atrajo a los oficiales del Ejército Rojo antes incluso de que Hitler iniciara la Operación Barbarroja y asolara con sus carros de combate las gélidas estepas rusas. A estos no les debieron parecer poca cosa sus muchos premios, pues la convirtieron en instructora allá por 1936, año en que formó a un centenar de pupilos en el noble arte de destrozar las cabezas de los enemigos desde la distancia.
Tres años después demostró su valía cuando la URSS libraba su particular contienda contra Finlandia en la llamada Guerra de Invierno. La misma en la que la «Muerte blanca», el tirador de élite finlandés Simo Häyhä, sembró el caos entre las tropas soviéticas.
Cuando comenzó la Gran Guerra Patria, nuestra experta francotiradora no estaba obligada a servir en el ejército debido a su avanzada edad. Sin embargo, decidió unirse por propia voluntad a la 4ª División de la Milicia Popular, aunque solo le permitieron hacer las veces de enfermera. Un año después, sin embargo, la situación era radicalmente diferente. Y es que, la escasez de soldados capaces de acabar con los nazis desde la lejanía hizo que Nina se uniera a las filas del 284º Regimiento de Infantería como tiradora de élite.
Con todo, y aunque estuviera en el frente de batalla, jamás dejó de entrenar a sus camaradas francotiradores. De hecho, se le atribuye el adiestramiento de más de medio millar de soldados durante la Gran Guerra Patria. El autor Michael Jones rebaja considerablemente el número de soldados que Nina entrenó hasta los 150, pero de igual modo incide en que era una de los maestros de tiro mejor considerados del Ejército Rojo.
Poco después dirigió incluso una unidad de mujeres francotiradoras asignada al 284º Regimiento de Fusileros (la que, a su vez, pertenecía a la 86ª División de Fusileros de la Unión Soviética) y se especializó en organizar los disparos de la artillería pesada.
El asedio de Leningrado supuso para Nina una verdadera recolección de medallas. Quizá porque le motivaba el odio hacia unos teutones que esperaban ansiosos que los habitantes de la ciudad murieran de hambre. Sin embargo, de la que más orgullosa estuvo fue de la Orden de la Gloria. Tal fue su felicidad por obtenerla, que no dudó en escribir a su hija y a su nieta en 1944 para contarles la buena nueva.
«Mi querida, querida hija. Estoy cansada de pelear. Ya es el cuarto año en el frente. Preferiría terminar esta maldita guerra y regresar a casa. ¡Quiero abrazarte y besar a mi querida nieta! Tal vez vivamos para ver este día feliz. Pronto recibiré la Orden de la Gloria de Primer Grado y, así, esta abuela se convertirá en un “caballero” hecho y derecho».
Con todo, antes de recibir el premio tuvo que pasar un curioso examen debido a que uno de sus superiores no creyó que pudiera tener 50 años. «El 14 de marzo de 1945, el general Fedyuninsky, comandante del 2º Ejército de Asalto, le otorgó a Petrova la Orden de Gloria en persona. Mientras firmaba las listas de premios, se dio cuenta de lo que creía que debía ser un error: la sargento Nina Petrova, francotiradora, que iba a recibir la Orden de Gloria de Primera Clase, parecía tener cincuenta y dos años». El oficial convocó a su jefe de personal y le pidió conocer a esta francotiradora. «Petrova apareció con unos pantalones acolchados muy desgastados porque no tenía nada más que ponerse. Rechazó un vaso de vodka, por lo que tomaron un café y hablaron sobre su vida y su carrera en el frente». En lo que coinciden todas las fuentes es en que sorprendió tanto a Fedyuninsky que este le hizo un curioso presente: un fusil de francotirador nuevo y una mira telescópica.”
*“Extractos de un artículo en abc.es. Y retoques de todo lo ‘amarillo’. Me ha parecido bueno leyendo entre líneas y quitando la paja. E.”