Carta abierta de un antifascista de Alacant. Dejando claro los términos a nazis y capitalistas. Orgullo de clase.

Dibujo. (Rico fumando y con una camiseta «fascismo» en un sillón «España», detrás obreros en una cadena y con el símbolo de muerte, calavera y tibias cruzadas).

Opinión:

Carta abierta de un antifascista criminalizado

Catxap Campello

Tras los últimos episodios que he vivido de represión nazi-policial (nada nuevo cara al sol), me cruzo a diario con muchas personas que me preguntan preocupadas «qué líos me llevo». A todas les respondo lo mismo: no se puede ser rojo en este país.

Pensar… todavía podemos pensar y creer lo que nos dé la gana; y digo «todavía» porque, al paso que vamos, algún día pondrán cerco y control incluso a nuestros sentimientos. Decir… ya no podemos decir de manera clara qué sentimos, qué creemos o qué pensamos; o, mejor dicho, hay libertad de expresión siempre y cuando ésta no ataque a sus sucios intereses, es decir, siempre y cuando no vaya a la raíz del problema. Pero, ay compas, eso de hacer… eso es lo que verdaderamente persiguen (y temen) esos criminales.

No les gusta que hablemos claro y contribuyamos a que nuestros hermanos y hermanas de clase combatan la propaganda capitalista y se arranquen la venda de los ojos, tal y como un día hicimos nosotros gracias a quienes nos obligaron a pensar (a base de enfrentarnos a nuestras propias contradicciones)… pero todavía les gusta menos que materialicemos nuestros pensamientos, que demos forma a nuestras creencias y a nuestros sentimientos, que llevemos a la práctica nuestro discurso solidario y nuestra crítica consecuente a su sistema terrorista.

Por eso siempre respondo lo mismo cuando me preguntan por el asunto: no se puede ser rojo en este país. Porque si asumes que eres un agente activo en la transformación de tu entorno, si decides romper las cadenas del miedo y la pereza y organizas tu «indignación», huyendo de los caminos estériles que tratan de institucionalizar (y neutralizar) la lucha, nuestros agresores te empezarán a ver como un peligro para sus intereses privados… y entonces te atacarán.

Que ataquen, sólo apuntan hacia sus propias debilidades.

¿Consecuencias? No hay peor consecuencia que la de perder los principios. El control policial, la represión nazi, las vergonzosas actuaciones judiciales protegiendo a sus cachorros, las críticas y el intento de boicot llevado a cabo por los partidos de la «izquierda» del régimen en distintas asambleas locales… no son más que diferentes caras de la reacción burguesa tratando de frenar la expansión de las ideas antifascistas en la zona. Saben perfectamente que si comenzamos a auto-organizarnos en espacios independientes, si comenzamos a unirnos bajo principios de clase, su farsa tendría los días contados. Y de hecho los tiene.

Claro que también podría asimilar la propaganda del régimen, renunciar a mi compromiso militante y prescindir del «sacrificio» necesario en la construcción del poder popular… e ir a lo cómodo: acercando el morro a cualquier espacio reformista (promocionado por el régimen) desde donde no se me caiga la cara de vergüenza auto-proclamándome «comunista» mientras proyecto y prolongo un modo de vida completamente aburguesado. Afortunadamente, no es mi estilo eso de engañar al vecindario a cambio de que me voten para que les represente en el circo fascista; sé que el camino hacia nuestra emancipación es muy duro, y no cuenta con atajos construidos por el propio sistema. Se precisa de compromiso, valores y sacrifico; lo asumo, y lo acepto… además, con la cabeza bien alta. Cometeré mil errores, por supuesto, pero jamás podrán decir de mí, pase lo que pase, que fui un cobarde desclasado, un traidor que sólo buscaba mi comodidad y mi beneficio personal a base de vender-humo.

Quiero terminar esta carta dando las gracias de todo corazón a las personas que me han brindado su solidaridad y su cariño, una vez más. Personas cercanas que se encargan a cada segundo de hacerme sentir su calor… y personas a las cuáles ni conozco personalmente, pero de las que he sentido su abrazo sincero y fraternal a cientos de kilómetros; es la magia de la solidaridad, capaz de hacernos sentir.

Bueno ya, deja de leer… que ahí afuera, en la calle, hay muchísimo trabajo por hacer.

 

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