
Memoria histórica imprescindible:
-La resistencia de Madrid y la casualidad que la hizo leyenda.
El 7 de noviembre de 1936, el diario «Ahora» escribía: «Sigue dura, feroz, la batalla de los arrabales de Madrid. La noche no ha logrado apagar el ardor de la lucha. Las masas de combatientes, arrebujadas en sus mantas, acechan el día en los parapetos. Se pelea a vida o a muerte».
Asimismo, esa misma mañana Radio Sevilla decía: «Madrid puede considerarse tomado».
El dictador de Guatemala, Ubico, dirigía a Franco el siguiente cablegrama recibido por los defensores de Madrid: «Felicito a V.E. y tropas a sus órdenes por feliz entrada a la capital de España. Espero que su Gobierno y el mío mantendrán las mejores relaciones».
Aquella mañana, moros y legionarios habían intentado avanzar por la calle General Ricardos hacia el Puente de Toledo. Los milicianos apenas uniformados, contraatacaron al canto de «La Internacional» y se estabilizaron momentáneamente las líneas a la altura de los cementerios. Por la tarde, los blindados hicieron retroceder a la caballería mora. Pero en la Casa de Campo se combatía ya violentísimamente.
En todos los locales de sindicatos, partidos y juventudes se reclutaban nuevos voluntarios que, las más de las veces, marchaban sin armas a la línea de fuego, en espera de recoger la de los defensores muertos o heridos. Hacia las diez de la noche, los milicianos se apoderaron de una tanqueta cuyo capitán había muerto. Este jefe llevaba encima la orden general de operaciones que Varela daba para el día siguiente. La «idea de maniobra» era esta: «Atacar para fijar al enemigo en el frente comprendido entre el Puente de Segovia y el Puente de Andalucía, desplazando el núcleo de maniobra hacia el NO para ocupar la zona comprendida entre la Ciudad Universitaria y la Plaza de España, que constituirá la base de partida para avances sucesivos en el interior de Madrid».
Gracias a esas notas poco después de media noche, Rojo preparaba también su orden.
El Teniente Coronel Barceló debía atacar con su columna de flanco desde las Rozas a la Casa de Campo y, Líster, por Villaverde. Las otras fuerzas debían mantener tenazmente sus posiciones.
En estos días, murió en las trincheras de Usera, el escultor Emiliano Barral. A su memoria dedicó Machado cuatro versos hoy universalmente conocidos:
¡Madrid, Madrid!, qué bien tu nombre suena,
rompeolas de todas las Españas
la tierra se desgarra, el cielo truena,
tú sonríes con plomo en las entrañas.
Federico Rubio Herrero (Cronología mundial durante seis meses trepidantes, julio-diciembre de 1936.)

-Extremaunción.
«(…) En cada ejecución varios curas con el capellán militar, don Damián Castillo, con pistola al cinto, junto al teniente Lázaro y otros oficiales jefes del pelotón de fusilamiento, eran siempre los primeros en caminar entre los cuerpos, unos para dar el tiro de gracia, los otros para echar el agua bendita con un hisopo, siempre la misma oración que era una especie de extremaunción sobre los cuerpos todavía calientes diciendo en alta voz:
-Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad. Amén-
Luego decían:
-Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, por Franco y la Santa Cruzada. Amén. Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo-
A veces llevaban algún monaguillo que echaba sahumerio con un incensario y aquello quitaba un poco el mal olor de las vísceras y la carne destrozada por las balas.
A los soldados nos daba respeto todo aquello que hacían sobre aquellos pobres desgraciados acribillados a balazos. Algunos cadáveres echaban sangre a presión por el pecho o por sus cabezas como si tuvieran dentro una manguera.
Los religiosos no tenían ningún problema aunque se les mancharan las sotanas de barro rojo, era un ritual que no fallaba, estaban presentes con antelación en cada fusilamiento, daban la Comunión y luego las bendiciones a los muertos, aunque siempre decían echándose unos rones en el bar de oficiales que los condenados se tenían ganado el infierno por ser comunistas, socialistas, anarquistas, masones, por eso nunca entendí tanto esfuerzo si ya sabían que a todos se los llevaba el demonio…»
Testimonio de Boro García Estupiñán, vecino del barrio de San Roque, Las Palmas GC, sodado de quinta en el Regimiento de Artillería, Nº 39 en La Isleta, entre 1936-1938.
(Entrevista publicada en el libro de Francisco González “Fragmentos de rebelión” (2021).
Imagen: Cura fascista junto a pistoleros falangistas formados para desfilar, mayo de 1937.

-La historia del Winnipeg, el barco que llevó al exilio a cientos de represaliados españoles.
«Éramos una gran familia»
El 4 de agosto de 1939, tras la derrota del bando republicano en la guerra civil, cientos de familias españolas que se habían exiliado y malvivían en campos de concentración franceses se subieron a un viejo carguero para huir a Chile. Y aquel plan tenía un padre: el poeta Pablo Neruda. Esta es una historia en la que la solidaridad le gana el pulso al dolor.

-Sagrario del infierno.
«(…) Fue el día que Ramoncito apareció colgado por los cordones de sus zapatos junto a la sacristía, las monjas se volvieron locas porque había pasado la noche con don Juan Manrique de Lara, el cura ciego de la parroquia de Santo Domingo.
El niño tenía la lengua afuera asfixiado por la soga fina, no aguantaba más, le pasaba como a todos nosotros que eramos follados día sí día no por aquellas bestias con sotana.
Me acuerdo que vino hasta el obispo Pildaín el vasco, los hombres de Falange, el jefe de la guardia de asalto y un teniente de la guardia civil con el bigote finito que se llamaba Fernando Tejada de Rivera, era gallego y tenía fama porque era de los que torturaban en el Gabinete Literario y la comisaría de la calle Luis Antúnez, lo que es ahora el Colegio La Salle, lo taparon todo porque no se supo más de aquel suceso.
Ramón Ramírez Cabrera tenía el culito destrozado, con los calzoncillos llenos de sangre por las hemorragias, lo que hizo cuando lo trajeron a la Casa del Niño fue irse directo a la torre de la dama blanca, allí se quitó los zapatos, se amarró el cuello con las sogas chiquitas y se colgó de los hierros del campanario.
Pasó un tiempo sin que vinieran los curas borrachos aquellas noches terribles, pero a los pocos meses todo volvió a lo mismo, se olvidaron del suicidio del hijo de Pedro Manuel Godoy, el comunista aldeano, volvieron a lo mismo, a toquetéarnos en nuestras camas, abusando de nosotros como si fuéramos putas pagadas, pero éramos niños, que en muchos casos, como el mío, no pasábamos de los doce años, indefensos en las manos de aquellos abusadores con Rosario al cuello jediendo a sahumerio…»
Testimonio de Floreal Benjamín, hijo de asesinado por los falangistas, desaparecido en los pozos de Guayadeque (Aguimes) en mayo de 1937.
Entrevista publicada en el libro de Pako González “Fragmentos de rebelión” (2021).
Imagen: Peñagrande en 1959, el Reformatorio del infierno, Javier Valenzuela, El País, 1983.