«Mujeres en todos los frentes»: Anita Sirgo, 92 años de dignidad comunista. Recordando los dóndes y los cómos de la represión y el fascismo.

Foto. Anita Sirgo.

Mujeres en todos los frentes:

Anita Sirgo

Asturias 1930

Nació en Lada. “No tuve una niñez fácil. Mi padre era un guerrillero que se tiró al monte cuando terminó la República. ¡Y no sé todavía en qué cuneta está!”. Con un padre escondido, al que solo volvió a ver una vez en su vida gracias a un enlace del Maquis, Sirgo y su hermano quedaron huérfanos cuando a la madre se la llevaron presa al penal de Figueras y ellos estuvieron a punto de ser embarcados rumbo a la Unión Soviética.

No recuerda los cuándos y le cuesta entender los porqués, pero tiene nítidos en la memoria, los dóndes y los cómos. Describe con detalle la nave de Barcelona en la que estuvo hacinada con otros niños de la guerra y el sonido de las bombas de la Legión italiana sobre la Ciudad Condal – “parece como si aún escuchara como rompían los cristales”. Narra con nostalgia el cariño de unos tíos que recuperaron a los pequeños para criarlos en Llanes, “con la leche de dos vaques”. Aún siente el tacto del estropajo con el que limpiaba arrodillada los suelos de la escuela en la que no pudo estudiar.

Y no olvida Sirgo, el día de su boda, en la casa en la que se crió. “A mi tío lo habían matado por ser enlace de los guerrilleros. Lo llevaron con los moros, lo apelaron y lo acribillaron a tiros. Mi tío tenía una xatina, una ternera, que guardaba para la mi boda. Y por cumplir su promesa, decidimos hacerla en la casa”.

Pero las fuerzas del orden fascista ni siquiera respetaron ese día a una familia perseguida por los «pecados» de Avelino Sirgo, el padre fugado.

Cuando estábamos en la capilla sentimos bullicio y Don Román cásonos en cinco minutos. Eran los agentes que estaban guardaos en el monte y en las cuadras. Mientras se celebraba la boda salieron con sus metralletas. Pusieron patas arriba toda la casa: pisaron las tartas que estaban en la escalera; levantaron las tablas de un cuarto de madera porque creían que estaba mi padre por allí. ¡Mira que si son tontos que iban pa’ listos… ¿cómo iba a estar mi padre allí?!” Solo guarda una foto de aquella boda de la que, “a pesar del miedo, no marchó nadie» y “de la que hoy podría hacerse una película”, se ríe la asturiana con el recuerdo.

Casada con Alfonso Braña Castaño, la pareja se afilió al Partido Comunista en el que comenzó su lucha clandestina. Él, desde el pozo Fondón en el que “trabajaba sin cotizar, con una única ropa que solo ponía seca los lunes, sin agua caliente ni calefacción, y con lo que tragaban en la mina que los tenía a todos silicosos perdidos”. Ella, en las calles, en las parroquias, en las casas, organizando las Comisiones de Mujeres que tan importante papel jugarían en el inicio del cambio político que supuso la llamada Huelga del silencio de 1962.

Esa fecha sí la tiene clara. “Los mineros iban a hacer el mes de huelga y ya había rumores de que los esquiroles iban a romperla. ¡Y no era de extrañar porque se estaba pasando hambre! Pero nosotras, que ya estábamos muy organizadas, decidimos que no podíamos consentir que los mineros volvieran a entrar en los pozos como salieron. Teníamos que hacer algo porque la lucha de ellos era la lucha nuestra”.

Las mujeres de varias comarcas, con Sirgo a la cabeza, decidieron en asamblea una fecha para “tornar” a los esquiroles. Fueron puerta por puerta para convencer a las mujeres de los mineros que se repartieron por el Molinucu, la Joecara, el pozo Maria Luisa y Fondón, armadas con tochos y mazorcas. Los tochos –“para que dieran la vuelta por cojones”– no tuvieron que usarlos. El maíz lo arrojaron a los pies de los hombres que trataban de volver al tajo mientras los llamaban “gallinas”.

El primer relevo que entraba a las 6 de la mañana dio la vuelta y convenció a los que venían detrás. La huelga se prolongó un mes más. Provocó concentraciones de apoyo en Madrid y Barcelona. “Se consiguió lo mínimo, pero lo principal. Que los mineros tuvieran otras condiciones; que tuvieran cristales en la lavandería; que tuvieran agua caliente y calefacción”.

Pero la osadía tuvo su precio. Después de protagonizar encierros en la catedral y el obispado de Asturias, “porque entonces no era como ahora, que se protesta de año en año”, dice enfadada Sirgo, al matrimonio les llegó una comunicación para que se personaran en el cuartelillo de la Guardia Civil de Sama. Él fue primero. Ella, un poco más tarde, como su amiga y camarada Tina Pérez.

Íbamos muy tranquilas porque no podían cogernos por nada. En el calabozo, yo empecé a picar la pared con el zapato porque me dio que allí estaba mi hombre. Él contestó. Y estábamos tranquilas. Pero, a las dos de la mañana empezamos a escuchar cerrojos, gritos, golpes”.

Primero se llevaron a Tina que volvió a la celda ensangrentada. Después fue turno de Sirgo, a quien el capitán Antonio Caro mostró las fotografías de militantes del PCE para que los delatara. Ella aguantó los puñetazos en la cara que casi le dejaron sin un tímpano, las patadas en el estómago, los riñones y la espalda. “Le dije que estaba embarazada y Caro me contestó: un comunista menos”.

Un cabo le agarraba mechones de la melena. “Me tiraba hacia arriba y, cuando yo no respondía lo que quería, me los cortaba con una navaja”.

A la mañana siguiente, su marido y otros hombres salieron del cuartel necesitando asistencia médica. Alfonso Braña con una cruz de sangre en la cabeza. A las mujeres, a las que habían rapado, les pidieron que se cubrieran con un pañuelo y, como se negaron, las enviaron a las prisiones de Oviedo y Madrid, hasta que les creció el pelo. Su amiga Tina murió poco después. Otro de los recuerdos nítidos en su memoria es la reacción de la prensa del régimen que tituló burlona: “Pelona sin pelo, quién te lo rapó”.

Hoy Sirgo, sigue buscando la cuneta en la que yace su padre. Dice que nada le gustaría más que volver a mirar a los ojos del Capitán Caro y se indigna con el hecho de que, “después de tantos palos,de tanto sacrificio, los gobiernos de la izquierda abandonaran lamemoria histórica”. No pierde ocasión de manifestar su deseo para los que vienen detrás: “Que sigan unidos en la lucha, porque sin la lucha, hoy más que nunca, no somos nadie.”

Biografía incluida en el libro «Mujeres en todos los frentes», disponible en el catálogo de materiales.

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