«Mujeres en todos los frentes», Mercedes Núñez. Militante comunista, presa política, en un campo de exterminio nazi… Luchadora hasta el último suspiro.

Foto. Mercedes Núñez.

Mujeres en todos los frentes:

Mercedes Núñez

Barcelona 1911 – Vigo 1986

Nació en el seno de una familia acomodada. A pesar de recibir una esmerada educación, a los dieciséis años comenzó a trabajar en un laboratorio fotográfico, en contra del criterio paterno. En los primeros años treinta trabajó como auxiliar de contabilidad y mecanógrafa en un laboratorio cinematográfico. Durante la República, compatibilizó este trabajo con el de mecanógrafa en el Consulado de Chile en Barcelona, donde fue secretaria de Pablo Neruda, hasta el traslado de este a Madrid en febrero de 1935.

Desde muy joven se interesó por la corriente reformista de los años treinta, comprometiéndose con el mundo cultural y asociativo barcelonés. Socia del Club Femení d’Esports de Barcelona, primera entidad deportiva catalana compuesta exclusivamente por mujeres, del que fue tesorera y desde el cual participó en la organización de las Olimpiadas Populares contra la convocatoria de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, que se truncaron debido al golpe militar de 18 de julio.

En 1936, ingresó en las Juventudes Socialistas Unificadas y más tarde en el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña). En plena guerra, realizó labores administrativas en la sede del Comité Central del Partido. Cuando las tropas de Franco tomaron Barcelona en enero de 1939, la dirección del Partido Comunista le encomendó reorganizar el PC en A Coruña.

Meses después fue detenida y trasladada, primero a la prisión de Betanzos, luego a la de A Coruña y por fin, a la cárcel de Ventas, en Madrid, acusada de colaborar en una extensa red clandestina que abarcaba todo el Norte de España con el objetivo de sacar al extranjero a cuadros perseguidos por el régimen.

En la prisión de Ventas, millares de presas eran hacinadas en condiciones infrahumanas. Siendo la capacidad originaria de 500 presas, llegó a albergar más de 6000 reclusas, cuando Núñez ingresó en la cárcel madrileña. A partir de sus experiencias en Ventas, publicó años después, en el exilio, su obra autobiográfica Cárcel de Ventas.

“Al final del corredor de la galería de incomunicadas desemboco en el universo extraordinario que es la cárcel de Ventas en este año de gracia de 1940. Una cantidad importante de mujeres, pálidas, con caras de hambre, algunas de ellas vestidas con trozos de manta y de tela de colchón, se encuentran hacinadas en los corredores, en las escaleras, en los propios retretes, todo eso invadido por una multitud de colchones enrollados, maletas, botijos, talegos, platos de estaño…” (Cárcel de Ventas, Mercedes Núñez, 1967).

En el Consejo de Guerra celebrado el 25 de octubre de 1940 Núñez fue condenada a la pena de doce años y un día por «auxilio a la rebelión», situándola como la responsable del Partido Comunista en A Coruña. Obtuvo la libertad condicional en enero de 1942, por un error administrativo, mientras esperaba la resolución de otro juicio bajo la acusación de pertenecer al SRI (Socorro Rojo Internacional) y a organizaciones marxistas.

Una vez en libertad regresó a Barcelona para preparar su huida clandestina a Francia. Cruzó los Pirineos en plena II Guerra Mundial. Dos meses después fue detenida por la policía francesa y encarcelada en la prisión de Perpignán, bajo la acusación de “paso clandestino de la frontera” e internada en el campo de Argelès.

Nuevamente en libertad, en enero de 1943, encontró trabajo como cocinera en el Estado Mayor de las fuerzas de ocupación nazis en Carcassonne. Se incorporó a la Resistencia francesa como enlace, formando parte activa de la 5ª Agrupación de Guerrilleros Españoles del Departamento de l’Aude, bajo el seudónimo de “Paquita Colomer”. Más tarde, obtuvo el rango de sargento de los FTPF (Francs Tireurs et Partisans de France). En Carcassonne se reencontró con un amigo de Barcelona, el reportero gráfico Agustí Centelles y ambos colaboraron en la falsificación de documentos para los guerrilleros.

En mayo de 1944, junto a once compañeros de su agrupación guerrillera, fue detenida y torturada en la sede de la Gestapo en Carcassonne. Deportada, con la falsa identidad de Francisca Colomer, al Fort de Romainville, fue conducida en condiciones infrahumanas a los campos de Sarrebruck y posteriormente al de Ravensbrück. Durante el viaje, que duró cinco días, ella y otras 52 mujeres solo recibieron un bocadillo y nada de agua. En uno de los extremos del vagón había un enorme barril para orines y excrementos «que permaneció así durante los cinco días hasta desbordarse». Cuando el tren se detuvo en la estación de Fürstenberg, el 23 de junio de 1944, Núñez y sus compañeras fueron recibidas por los SS y sus feroces perros, obligándolas a iniciar una marcha a pie hacia el campo de Ravensbrück, bajo la constante amenaza de ambas fieras (hombres y perros).

En el pueblo prusiano de Ravensbrück, a noventa kilómetros de Berlín, las SS habían hecho construir el mayor campo de concentración de mujeres en territorio alemán, en el que estuvieron presas 140.000 mujeres de diversas nacionalidades. Entre ellas cerca de trescientas españolas. Allí conoció, entre otras, a Neus Català.

Una vez que llegaron al campo, permanecieron durante doce horas en posición de firme, bajo la vigilancia de los SS y los kapos que no tenían reparo en repartir bofetadas, palos y latigazos. «A las cinco de la mañana nos introdujeron por grupos en unas duchas y allí nos dejaron tal y como vinimos al mundo. Nos arrebataron absolutamente todo, incluso pañuelos, sostenes y paños higiénicos. A las que tenían bellas cabelleras se las cortaron.» Permanecieron hacinadas durante cuarenta días en un barracón. La única salida permitida y obligada era para formar en el patio durante interminables horas. En ese tiempo los nazis realizaban su habitual selección: jóvenes, fuertes y sanas aptas para trabajar. Las enfermas, las ancianas y las embarazadas solo eran aptas para el exterminio.

Años más tarde, escribió un relato autobiográfico sobre su estancia en el campo de Ravensbrück titulado El Carretó dels gossos. Una catalana a Ravensbrück. A lo largo de sus memorias, plasmó multitud de retratos de coprotagonistas de su relato, en la Resistencia y en los campos: españoles, franceses, polacos, rusos, yugoslavos… Describió los sistemas de degradación y humillación, el temor de contraer algún tipo de enfermedad que condujera directamente al crematorio, los esfuerzos para inutilizar obuses que las prisioneras se veían obligadas a montar. Mención especial hace la autora de las kapos (las vigilantes), prisioneras que colaboraban con el fin de obtener algunas migajas de simpatía por parte de los nazis y esto dependía de su disposición para actuar con dureza.

En julio de 1944 fue enviada al Kommando Hasag, un complejo industrial situado en Leipzig, donde las prisioneras eran obligadas a trabajar en una fábrica de armamento destinado a abastecer al ejército alemán. «Se nos obligaba a trabajar en esa fábrica de armamento doce horas por día, siempre de pié, comiendo una sopa y una pequeña rebanada de un pan que tenía de todo menos harina.»

Los magnates de la industria alemana habían realizado diversos estudios que aseguraban que en esas condiciones la esperanza de vida de cada presa no superaría los nueve meses. Lo que no contaban era con la solidaridad de las mujeres, que renunciaban a una pequeña porción de su comida para dársela a las que más lo necesitaban. A pesar de las infrahumanas condiciones de vida a las que estaban sometidas, las presas políticas nunca renunciaron a mantener en alto su dignidad. «Decidimos arriesgarnos a una acción, de cara a reivindicar nuestra condición de presas políticas frente a los obreros alemanes, a quienes habían dicho que éramos ladronas, prostitutas, etc. a las que reeducaban por el trabajo y con las que no debían hablar en absoluto”. La ocasión se presentó cuando los nazis decidieron pagarles un ficticio salario en bonos de cantina delante de los obreros y, en una acción concertada entre todas las prisioneras de distintas nacionalidades, los rehusaron públicamente: «No somos obreras libres, somos presas políticas, no queremos dinero de Hitler». De esta forma consiguieron ganarse el respeto de los obreros de la fábrica y la furia de los nazis.

Entre las seis mil mujeres del kommando estuvieron las españolas: Constanza Martínez Prieto, Carme Boatell, Mercedes Bernal, Marita, Elisa Ruiz, María Ferrer.

«Realmente, cuando llegamos al campo, nos dimos cuenta que era imposible hacer algo allí, pero una vez llevadas a trabajar a la fábrica, sí que podíamos intentar alguna cosa. Y decidimos que, perdidas por perdidas, intentaríamos hacer sabotajes con los obuses debido a la falta de control, a pesar de la presencia de los SS y de los obreros alemanes. Hicimos que se perdieran muchos obuses…». Rechazaban la condición de víctimas, pues se consideraban presas políticas y combatientes: «Considerábamos, pues, el sabotaje como un deber primordial y la verdad es que los obuses y las máquinas quedaban inutilizados con gozosa frecuencia.»

El campo del Kommando Hasag fue abandonado por los nazis en abril de 1945. Núñez, enferma de tuberculosis y escarlatina, ya no era útil para el trabajo y se encontraba en la enfermería del campo de Leipzig. Desconocía que ese mismo día los nazis habían decidido su traslado a la cámara de gas. Aún faltaban quince días para que el Ejército Rojo liberara Ravensbrück. «El día de mi liberación no sé lo que hice. No puedo recordarlo. Fue tal el choque. Hubo mujeres que se murieron aquel mismo día, que no se podían mover y estaban agonizando en la cama y que se pusieron de pie al oír la noticia. Era una cosa de locura. Fue una alegría inmensa. Lo que sí recuerdo es que mis compañeras españolas que fueron evacuadas me habían confeccionado una banderita republicana. Era el 13 de abril aquel día. Me dijeron mis compañeras: ‘Mira, si mañana 14 de abril eres liberada, te la pones’. Yo cogí y me la puse. Es el único dato concreto que recuerdo de aquel día de mi liberación. Lo demás es un poco difuso. Anduve, salté, corrí…»

Mientras que sus compañeras de infortunio eran repatriadas a sus países de origen, Núñez no podía regresar a España. Regresó a Francia e ingresó en el Hospital Bichat de París. Dos meses después se desplazó a Carcassonne para participar como testigo de la acusación en el juicio seguido contra René Bach, su torturador de la Gestapo, que fue condenado a muerte y fusilado en septiembre de ese mismo año.

Núnez no sentía odio por el pueblo alemán: «Jamás confundimos al pueblo alemán con los asesinos nazis y sus amos. Los antifascistas alemanes del batallón Thaelmann y del Edgar André no habían escrito en vano esa lección con su propia sangre. Nunca podremos olvidarla.»

Meses después conoció a Medardo Iglesias, capitán republicano de la Guardia de Asalto en Madrid. Medardo había estado internado en los campos de África del Norte. Se casaron en 1947. Vivieron en Drancy y su casa se convirtió en lugar de encuentro de numerosos militantes clandestinos, represaliados e intelectuales. Núñez padeció importantes secuelas producidas por la deportación, y a consecuencia de las mismas, años después le extirparon un pulmón. A pesar de contar con la opinión desfavorable de los médicos, decidió tener a hijo Pablo, nacido en 1949.

Nunca cesó en su actividad militante: atendió a los exiliados españoles, participó en congresos sobre deportación, colaboró en diversas publicaciones y con Amical de Mauthausen y otros campos (asociación creada en 1962, en la clandestinidad, que agrupaba a los exdeportados republicanos de los campos de concentración del nazismo y a los familiares y amigos, tanto de los supervivientes como de los asesinados en los campos).

Tras la muerte de Franco, en 1975, regresó a España con su marido y se establecieron en Vigo. En estos años (1975-1986) su actividad se centró en la tarea de dar a conocer en Galicia y Catalunya, especialmente en centros de enseñanza, su experiencia en los campos de concentración nazis. En 1983, fue nominada delegada en Galicia de la Amical de Mauthausen y otros campos y se encargó de elaborar un censo de más de 200 gallegos muertos en los campos de concentración nazis.

Falleció en Vigo, sin conseguir de las autoridades gallegas y estatales el reconocimiento a los deportados.

Biografía recogida en el libro «Mujeres en todos los frentes», disponible en el catálogo de materiales.

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