Recuperando materiales escritos en prisión. José Balmón «El eslabón», y dibujos de Sánchez Casas. Soria, 1985. Descarga.

Texto. 1ª página.

Recuperando trabajos en prisión:

-El eslabón.

José Balmón Castell.

Preso político del PCE(r)

Cárcel de Soria. Septiembre de 1985.

«El eslabón».

*Descarga. 8 páginas, 2 de dibujos de Sánchez Casas:

https://drive.google.com/file/d/1l4FuFmrLJSmCr0mqFguLKjLUYnINSAhO/view?usp=sharing

Dibujo Sánchez Casas. (Guerrilleros, y otros detenidos y torturados)

EL ESLABÓN

El abuelo Amador va caminando apoyándose en su bastón en dirección al parque. Va despacio, con sus pies deformados por la artrosis Respira mal, no debería salir a la calle en día tan desapacible, «¿Adónde vas? Está amenazando con llover», le ha dicho su mujer Voy a tomarme una copita al bar, estoy harto de estar aquí encerrado.

En realidad le ha mentido a su «vieja», aunque ella sabe que no va a tomar esa copa. Ella conoce bien al abuelo Amador y sabe que hoy es un día especial. Hoy es día dos de octubre y, desde ayer, el viejo parece otro. Por la tarde vinieron a verle el Rafa y el Tomás, dos viejos compañeros con los que ha compartido las balas en la sierra, los piojos en la cárcel y la tristeza de verse traicionado y ayer mismo, compartieron también la alegría de «no morirse sin ver que las cosas vuelven a su cauce”. Desde ayer, su corazón late más deprisa y más alegre. Ayer, casi se achispa mientras comentaban las últimas noticias: «Estos sí que son de los nuestros».

El abuelo Amador hace poco que salió de la cárcel después de estar en ella casi 20 años. Fueron tiempos difíciles aquellos, bueno, aquellos y los de la sierra, y los de la defensa de Madrid … y todo. «¿Cuándo ha sido fácil la lucha?», reflexionaba el abuelo camino del parque, «¿cuándo alguna clase reaccionaria se ha retirado voluntariamente de la historia?». «Mismamente este verdugo, lleva casi 40 años, lleva varias generaciones machacadas y aún resiste de pie ese hijo de puta». «No, tampoco les ha debido resultar fácil a estos muchachos reorganizar las cosas… sobre todo la guerrilla…»

La guerrilla, es casi una palabra mágica para el abuelo Amador. Pasó más de 12 años con la metralleta al hombro. Él siempre fue un hombre pacífico y amante de la justicia, nunca le gustó la violencia. Quizá por eso comprendió que la paz y la justicia de los pobres no tiene que ver con la paz de los cementerios ni con la ley del embudo. Quizá por eso se hizo comunista allá por el 35. La masacre que Franco y sus legionarios hicieron en Asturias le revolvieron hasta los cimientos de la conciencia.

La primera vez que cogió un arma fue el 18 de julio del 36 para tomar el cuartel de la Montaña, pero luego. «(Dios mío, cuántos tiros y cuántos tumbos he tenido que dar. Hasta en Francia estuve echando tiros!», comentaba el abuelo a veces con cierto orgullo. Y es que el abuelo Amador está convencido de que «sin armas no habrá ni libertad ni justicia para el pueblo». Por eso, desde «los tiros de ayer» está más alegre.

«Ya era hora», le decía ayer el Rafa. «Tantos años recibiendo malas noticias. «No hay mal que cien años dure”, dijo el Tomás. «Ni cuerpo que lo resista, carcamal. Si tardan algo más nos pillan criando malvas», cerró al abuelo.

SÍ, habían sido tiempos difíciles: primero la derrota y la desbandada; luego los nazis alemanes, después, cuando volvió con la guerrilla, un día, allá por la provincia de Guadalajara les comunicaron la decisión del Partido de disolverla y volver a Francia. «Yo me quedo, dijo apretando su metralleta y mirando con desprecio al enlace que les llevó la orden, y siguió combatiendo junto a otros compañeros hasta que cayó en una emboscada de la guardia civil allá por los años 50.

Ahora, mientras caminaba despacio por el parque, hoy solitario, va pensando en el día que aquel individuo de traje, corbata y cartera de ejecutivo fue a visitarlo en nombre del «partido». Fue poco después de salir de la cárcel y venía a hablarle de democracia, de pacto para la libertad, de ocupar un cargo. Casi lo echa a trancazos, sin embargo, sólo le dijo «yo ya soy viejo. Recordaba cuando en la cárcel los «camaradas» comenzaron a hablar de reconciliación nacional. «No tratáis de embaucar a nadie con palabrería, estáis hablando de hacer las paces con los asesinos del pueblo y de la República yo no soy un traidor». Desde entonces el Tomás, el Rafa y él se fueron aislando de los demás presos políticos. «¡Habrase visto caradura! ¡Venir a ofrecerme un puesto!». «En cambio mi nieta…” «¡Que ganas tengo de abrazarla!»

El abuelo Amador no sabía muy bien cómo había conseguido encontrarle…, pero ya nada le extrañaba en aquella muchacha llena de alegría y decisión… «abuelo, no te sorprendas de verme aquí -le había dicho-, tú eres de los nuestros y yo soy algo así como tu nieta. Vengo a verte en nombre de tu Partido…, entre tú y yo hay una generación de traidores, pero hemos reconstruido lo que ellos destruyeron…, somos tus herederos y continuadores…». El no acababa de dar crédito a aquellas palabras, aunque en el fondo, le proporcionara mucha alegría; pero había tantos que se llamaban así mismos comunistas sin serlo.

Poco a poco, en los largos paseos por el parque, caminando despacio junto a Mari Carmen, se fue convenciendo de que ella no hablaba por hablar. Y sin embargo casi siempre se despedía de ella con la misma salida…»Yo ya soy viejo, no sirvo para nada…»

Quería creerla, sentía como si su lucha hubiera sido baldía, como si su metralleta estuviera tirada en el barro, sin unas manos jóvenes y fuertes que le dieran vida; pero no acababa de creerla. Por fin ayer se le cayeron las últimas barreras. Y hoy, a pesar de su artrosis, de sus bronquios rotos, del día desapacible y del parque solitario, el abuelo Amador va renqueando y con el corazón alegre hacia la cita con su nieta.

II

A lo largo de la cadena de montaje cientos de mujeres manipulan sobre los aparatos eléctricos en fabricación, repitiendo una vez y otra las mismas operaciones que ya hacen mecánicamente, casi sin pensar.

Mari Carmen está casi al comienzo de la cadena, que hoy está más silenciosa que de costumbre, tal vez por culpa de ella. De vez en cuando, saca una octavilla del bolsillo de su bata y la coloca en la cadena bajo la pieza en la que acaba de realizar su operación. La siguiente compañera, al mover el aparato, la descubrirá y, tras leerla, volverá a colocarla bajo otra pieza y así hasta el final de la cadena. Reina un silencio tenso que Mari Carmen, con sus palabras y octavillas, pretende romper y transformar en acción.

Mari Carmen cree que la unidad es posible y necesaria, que es un arma efectiva contra los tiranos. No una unidad cualquiera, sino la unidad combativa que sepa decir ¡NO! No a los abusos y a los crímenes. Aun no tiene 20 años pero ya ha aprendido bastante. Antes había oído hablar de la explotación y del fascismo, incluso había leído libros y propaganda cuando estudiaba en el instituto, pero fue al entrar en la fábrica cuando comprendió lo que había leído al experimentar en su propia carne la tiranía de la cadena de montaje, cada vez avanzando, más deprisa; ocho horas inclinada sobre los aparatos eléctricos manejando sin parar sus alicates y destornillador. Allí, además de la explotación, había podido comprobar el desprecio y la prepotencia con que eran tratadas las obreras. Allí había comprobado también lo que es el fascismo. Todavía estaban frescas en su memoria las imágenes de los antidisturbios cargando como una manada de elefantes contra la asamblea en el último convenio, cuando su encerraron en la fábrica más de 500 mujeres. Mari Carmen comprendía que sin organización y unidad no sería posible vencer esa pesada losa que las mantenía esclavizadas a la cadena, al capitalista y al hombre, y por aso se ha hecho comunista. Y hoy comprende que esas penas de muerte son ante todo un escarmiento dirigido contra todos los trabajadores. Un intento de renovar el terror sobre el que llevan viviendo treinta y tantos años y que ya se resquebraja por todas partes… «Los explotadores no pueden sobrevivir sin el terror, es su forma da existencia…»

Esta mañana, mientras se cambiaban de ropa en los vestuarios, ha gritado a todas las compañeras que se alineaban a lo largo de la fila de taquillas: ¡No podemos consentirlo. Los van a fusilar! ¡Hay que ir a la huelga para impedirlo! Pero había recibido el silencio por respuesta.

El miedo y la desorganización son más fuertes que las palabras encendidas de Mari Carmen… Sólo una levantó la voz al otro extremo del vestuario: «No hay que precipitarse». «Ya veréis cómo los indultan…». «Ir a la huelga ahora es tanto como provocar la represión…». «Además los obreros no deben apoyar el terrorismo individual…»

Mari Carmen estaba esperando aquella puñalada… por eso subió el tono de su voz: «¡Sobre vosotros recaerán estos crímenes!». «!Y tú y todos los tuyos sois cómplices de lo que está pasando… !», «¡Sois tan responsables como los que disparan!». Por su cara corría una lágrima que se estrelló en el suelo mientras apretaba los puños… «La huelga no va a salir», pensaba, «los van a fusilar», seguía pensando; para de vez en cuando ponía una nueva octavilla bajo la pieza y seguía hurgando en la conciencia de las compañeras.

A la salida del trabajo, camino del autobús, preguntó a las compañeras que en otros lugares de la fábrica habían estado haciendo lo mismo que ella… «No, no va a salir… hay mucho miedo y todos los vendidos están haciendo su labor…», le dijeron cabizbajas.

Mari Carmen lleva el corazón triste y le estalla la ira y la impotencia mientras camina a reunirse con sus camaradas. Va pensando y observando a la gente. Las calles de Madrid están más solitarias. En ellas se pasean desafiantes todos los pistoleros de uniforme o sin él. Hay un peso invisible que golpea en la conciencia y hace que la gente camine ensimismada… En las casas la televisión lanza amenazas: «Hay que poner freno los que pretendan hundir en el deshonor a la querida patria y a los sagrados valores del 18 de julio…»

La negra sombra de veintitantas penas de muerte dictadas contra el pueblo planea sobre Madrid y sobre España… Cinco de ellas serán ejecutadas al amanecer.,. y por eso las calles están más solitarias y por eso la gente camina ensimismada…

Solo un pequeño número no se deja amedrentar. Sólo un pequeño número es consciente de que este «verano del terror» no es una señal de fortaleza del régimen, sino, precisamente, de que se encuentra acorralado, de que es débil y reacciona como fiera sanguinaria. «SÍ, somos pocos -piensa Mari Carmen- pero somos los únicos y no vamos a permitirlo…» Lleva los ojos inundados de sueño por largas madrugadas sembrando la esperanza a las puertas de las fábricas y de los metros… Mañana, nuevamente, ella y ese pequeño número volverán a salir a la calle, en ese amanecer sangriento, a lanzar su llamada contra al crimen; mientras la actividad conspirativa de los mequetrefes se ha refugiado debajo de las camas dejando traicionados a cinco luchadores que ya no verán el nuevo día.

Cuando Mari Carmen recibió su paquete de octavillas y las instrucciones, mira a los ojos al camarada que se las entrega: «No basta con papeles -le dice- hay que devolver golpe por golpe…»

III

«Hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos. Incluso hemos intentado sabotear el metro. Todos los camaradas están reventados… pero ya ves, no hemos podido detener las ejecuciones. Todos los vendidos se han quitado de en medio y nosotros aún somos débiles… Pero esto no puede quedar así. Hay que pararles los pies a estos asesinos, pero no con papeles… Yo estoy dispuesto a lo que sea. Esto no puede quedar así… Hay que darles caña… Como sea…

Antonio se retorcía las manos mientras hablaba con «Alfonso». Esta lo observaba tranquilo… «Sí, llevas razón -le respondía «Alfonso»-, esto no va a quedar así. Ya sabes que el Partido hace algún tiempo que viene promoviendo la creación de una organización armada independiente. Pues bien, esa organización es ya una realidad. ¿Estás dispuesto a integrarte en ella? En ese caso tendrás que dejar las tareas partidistas. El Partido y la guerrilla tienen que estar bien delimitados orgánicamente…»

Recordaba cada palabra de “Alfonso». Antonio no había dormido en toda la noche. Por su cabeza pasaban miles de ideas y recuerdos que lo llevaban a la necesidad del paso que había dado, mientras que a su lado escuchaba la respiración acompasada de su mujer, que dormía ajena al volcán que ardía en el pecho de su marido. Cerca estaba la cuna del hijo pequeño y Antonio iba de él a las vidas segadas cuatro madrugadas atrás… Cinco muertos como cinco cadenas alrededor del cuello de su hijo y de todos los niños. Cinco cadenas que había que romper esta mañana del 1º de Octubre de 1.975 que no acababa de llegar nunca…

Salió a la terraza, encendió un cigarrillo mientras escuchaba el respirar de la ciudad dormida. Cuatro madrugadas atrás tampoco pudo dormir tranquilamente. Entonces pensaba en los compañeros que estaban en capilla: «¿Qué pensaron ellos en su última noche? Seguramente, cuando uno sabe que va a morir a plazo fijo, hará balance de lo que ha luchado por la causa y tal vez se arrepienta del tiempo perdido, de sus miedos, da sus dudas… y necesariamente llega a la conclusión de que no ha errado el camino». «Un revolucionario sabe que la propia muerte puede llegar en cualquier momento y la arriesga porque es la única forma de hacer avanzar la historia”. Es duro, pero es así, todo movimiento quema energías y la historia tiene por gasolina a la sangre de los mejores…»

Ahora, mientras fumaba un cigarrillo en el balcón, él también hacia balance de su vida y de su lucha… Estaba seguro del paso que había dado. Estaba seguro de que en estos momentos el mejor servicio que podía prestar a su clase y a los suyos era salir al paso de la fiera y hacerla retroceder a tiro limpio… Estaba tranquilo con su conciencia y sin embargo no podía dormir.

SÍ…, así en abstracto es muy justo y muy necesario…, pero dentro de unas horas iba a ser otra cosa… ahora iba a participar directamente en la ejecución de una persona… y eso, aunque se tratara de un mercenario, no dejaba de darle vueltas en la cabeza… ¡Será posible, quienes más amamos la vida y que tengamos que matar! Es duro, pero si no somos capaces de hacer justicia a los asesinos, no merecemos ser libres. Es la eterna ley de la contradicción: la vida del pueblo necesita de la muerte de nuestros enemigos. Los miedos y los prejuicios son un estorbo y hay que arrojarlos bien lejos de nosotros… Si eres un pacífico consecuente tienes que asumir la violencia revolucionaria. Porque nuestra paz está detrás de la guerra.

Después da pasar toda la noche en vela, a última hora el sueño y el dolor de cabeza lo vencieron y tuvo que salir a toda prisa. Había pensado ir a la fábrica y salir después de una hora de trabajo, pero ahora tendría que irse directamente a la cita con «Alfonso» y el otro camarada. Iba con el estómago revuelto. Era la primera vez que participaba en algo tan difícil de digerir. Llevaba años de lucha en la fábrica, donde los compañeros le respetaban por su honestidad y arrojo… Pero esto es distinto…

A esas horas todos los fascistas de Madrid se han echado a la calle con sus banderas y sus himnos falangistas sembrando el miedo entra la gente del pueblo. Van a la llamada de su tambaleante caudillo a pedirle más sangre. Antonio los miraba desde la ventanilla del autobús camino de la cita: «Hijos de perra se os va a caer la alegría a los zapatos cuando menos lo esperéis…». Su decisión estaba firme aunque tuviera el estómago revuelto.

Sólo tenían una vieja pistola que manejaba «Alfonso» y un coche robado la tardo anterior para la huida. Al volante iba el tercer miembro del comando, «Juanma», él también había dicho «esto no puede quedarse así, hay que darles caña», y ahora también estaba convertido en guerrillero…

«Tú desarmarás al policía cuando yo le haya disparado», dijo «Alfonso» mirándole tranquilo. Casi bastaba mirar a los ojos azules y serenos da «Alfonso» para borrar la zozobra de la noche en vela… Pero aún lo quedaba la duda da si resistiría la tortura en caso de ser detenido.,. «Si tenemos problemas, no dejes que me cojan vivo, pégame un tiro…». Pero se arrepintió de haberlo dicho cuando se encontró la mirada de «Alfonso», «De aquí salimos todos bien o no sale ninguno», dijo… y su mirada expresaba mucho más. Aquella mirada le había transmitido en un segundo toda la seguridad en sí mismo y en la causa, toda la resolución de la justicia popular, armada da una vieja pistola; toda la camaradería del que es capaz de dar la vida por el compañero de lucha. Además aquella mirada fija de un segundo había sido un reproche por la duda. Era como si la hubiera dicho: «¿Acaso no está seguro de la causa que defendemos?

Un revolucionario puede resistir cualquier cosa si está convencido y desde esa mirada su pulso se hizo firme y su voz no se volvió a quebrar.

Como dijera «Alfonso», entraron y salieron todos bien, después de dejar su llameante bala disparada por la vieja pistola, en el corazón del enemigo y de helarles la sangre a las hienas enfervorecidas de la Plaza de Oriente. Luego se perdieron entra la riada de trabajadoras todavía cabizbajos que se dirigían a los barrios obreros. Antonio apretaba en su costado la pistola del mercenario muerto…

Sólo llevaban una vieja pistola y un coche para la huida, pero les sobraba de lo más importante. Y lo más importante eran sus enormes corazones llenos de amor al pueblo; su inquebrantable fe en la causa y en la victoria, su certeza de la debilidad del enemigo, la fuerza de atreverse a luchar, esos son los materiales con los que se construye el futuro. Y esta mañana 15 guerrilleros han puesto una piedra angular en ese edificio.

IV

Primero fue la sorpresa, luego se desbordó la esperanza.

Ese día el trabajo terminaba a las doce. Era el 1 de Octubre y querían que el homenaje al caudillo fuera millonario.

En otras circunstancias los obreros tal vez hubieran salido más alegres por el asueto extraordinario y se hubieran parado a tomar unas copas. Pero esta «fiesta» era para celebrar un crimen monstruoso y la gente no iba alegre ni en dirección a la Plaza de Oriente. Todavía no sabían qué hacía apenas una hora se había roto la mordaza que les aprisionaba la sonrisa…

También Mari Carmen volvía entre ese río de gente callada. Ella tampoco sabía nada, aunque lo esperaba todo… Tras los fusilamientos había visto a Antonio por necesidades del trabajo conspirativo y él la dejó entrever todo aquello que su desbocada imaginación hubiera deseado… «No sé cuándo volveremos a vernos, voy a pasar a hacer otras tareas ajenas al Partido… Cuidaros mucho y extremar las medidas de seguridad… Ya tendréis noticias y comprenderás inmediatamente. … Salud». Y lo comprendió en cuanto llegó a casa…

Raúl la estaba esperando con la noticia en la mirada. Él no podía moverse de la cama. Una de aquellas madrugadas mientras repartía las octavillas llamando a la huelga, había sido tiroteado y una bala lo atravesó una pierna. Tuvo suerte de que la bala pasara limpiamente sin tocarle al hueso y pudo escapar ayudado por sus camaradas. Pero, al oír la llave girar en la cerradura, salió cojeando a recibir a Mari Carmen y, al abrazarla, ella comprendió que algo extraordinario había ocurrido: «Han sido cuatro policías. Han ejecutado a cuatro policías…»

La radio, la televisión, las ediciones especiales de la prensa se pusieron en marcha sin salir de su estupor y se encargaron de hacer correr la buena nueva de casa en casa… y luego se transmitía de boca a oído por las calles.

«Vamos al bar a tomar una copa y a ver qué pasa «, propuso Raúl.

Ya sabes que no debes andar…» Pero Raúl ya venía vestido para salir a la calla, incluso parecía cojear menos.

«Te digo que no son las mismas caras que veía hace un rato», comentó Mari Carmen. «Pues anda, que si te vieras la tuya… , respondió Raúl con una sonrisa.

Parecía como si las noticias fueran cuchillos que habían cortado las amarras que oprimían el pecho y las gargantas de la gente humilde dando entrada a la brisa y esta penetraba hasta el fondo de los pulmones, haciendo brillar los ojos y la sonrisa, poniendo en marcha un lenguaje silencioso de guiños y gestos que parecían decir «ahí están los nuestros…» Nadie lo decía, pero allí estaba expresada la alegría en el aire de complicidad de los saludos o las invitaciones a otra copa… Y ante la brisa fresca, aquella negra sombra que atenazaba las gargantas de la gente humilde fue retrocediendo palmo a palmo, asustada, hasta refugiarse en las calles y en las cabezas de los enemigos del pueblo, esos que esta mañana se emborrachaban de sangre en la Plaza de Oriente… la borrachera se les había pasado de golpe…

Ahora, mientras bebían su copa, Mari Carmen recordaba a Antonio, pensaba en la cita de mañana con el abuelo Amador… Y por fin se detenía en los vestuarios de la fábrica y en las compañeras de la cadena de montaje… Estaba deseando de que llegara mañana para ver qué decían.

El vestuario era un hervidero de animación y discusiones. En la fábrica no se hablaba de otra cosa, Mari Carmen llevaba el propósito de ser toda oídos, ante todo observar y escuchar las opiniones… pero su llegada al vestuario la convirtió en el centro de atención. Todas sabían que allí sólo las del PCE(r) habían llamado a la huelga y habían luchado contra los fusilamientos… «Tú seguro que sabes algo». «¡Menudo golpe!». «Eso para que vayan haciendo oreja estos criminales», «no entienden de otra forma». «Esos sí que son tíos con dos cojones. «Para el convenio a ver si se dan una vuelta por aquí…». Cada una hablaba a su aire mientras se ponían la ropa de trabajo…

«Qué diferencia con los días anteriores -pensaba Mari Carmen, mientras trabajaba-, se ha roto el silencio. Se ha roto el miedo. Hoy la cadena de montaje es menos cadena y nadie respeta su ritmo de negrero mecánico. Desde ahora mi labor política aquí va a ser más efectiva, estoy segura…».

V

Después del trabajo Mari Carmen cogió el autobús. Una ráfaga de viento la hizo desviar su atención desde las compañeras con las que iba al abuelo Amador… «Vaya día, mira que la ocurrencia de quedar en el parque…». «Quién iba a pensar en que haría esta tarde perros».

Al entrar en el parque vio al abuelo que le agitaba una mano a modo de saludo, mientras se acercaban el uno al otro. «Hola abuelo, ¿cómo te encuentras hoy?». Ella lo saludó con su sonrisa, pero el abuelo Amador le extendió los brazos. Estoy con veinte años menos…, además te tengo reservada una sorpresa… Vámonos al bar de aquella esquina, aquí no se puede estar con este tiempo».

Pero el abuelo no había elegido el bar de la esquina por azar ni por quitarse del parque. Era al bar de un amigo discreto, donde se podía hablar tranquilamente. En el fondo del bar, sentados en una mesa con sus cafés por delante, estaban el Rafa y el Tomás… «Te presento a dos buenos camaradas», dijo el Amador dirigiéndose a Mari Carmen y señalando a sus dos compañeros.

Pidieron dos cafés más y se sentaron. Los ojos de los «nuevos» camaradas reflejaban un brillo espacial cuando la miraban, parecían expresar admiración y cariño… «Ha sido estupendo -rompió a hablar el Tomás-, el Amador nos había hablado mucho de ti y del Partido, pero nosotros somos perros viejos y hemos visto muchas cosas… Llevamos treinta años esperando… ahora todo está claro…»

«Nos habéis dado una gran alegría -continuó el Rafa. Nosotros, a lo peor, no vemos lo que todos deseamos ver, pero al menos ya hemos visto que nuestra lucha continúa, que nuestra causa sigue viva y en manos jóvenes y fuertes…»

«Un día -comenzó Amador- te presentaste en mi casa diciendo que eras mi nieta, que erais nuestros herederos y continuadores… ¿lo recuerdas? Pues bien, llevabas razón, querida nieta… El eslabón que faltaba a esta cadena rota lo pusisteis ayer… Verás, yo… en nombre de estos tres «carcamales» que tienes aquí, quiero que les des las gracias a los camaradas. Diles que pedimos nuestro ingreso en el Partido… Hemos decidido formar una célula».

«Si el Partido nos acepta, podéis contar con nosotros para lo que haga falta», remachó el Rafa.

«Yo -continuó el Amador entre bromas y veras- no puedo correr mucho, pero me siento en una silla con mi «cacharra» terciada y todo el facha que pase lo dejo tieso…»

Mari Carmen está emocionada. Sacó su pequeño pañuelo y enjugó una lágrima rebelde… «Es una pena que no podamos cantar la Internacional para celebrarlo… Pero os aseguro que sabremos cuidar vuestra herencia… hasta la victoria. Es un orgullo teneros con nosotros, camaradas! Luego se volvió al camarero y pidió: «Por favor, pónganos cuatro copas de champan…». «Un día es un día -dijo sonriendo a los tres «nuevos»-, además acaban de pagarme en la fábrica, así es que no admito excusas…»

“Garrido”

1985

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